Don Luigi Giussani.

Por las escaleras de la escuela (y de la vida)

Daniele Gomarasca

También hay escaleras para entrar en la escuela “La Zolla” de Milán, en sus dos sedes. A decir verdad, no son tres escalones, pero eso no impide una posible analogía con el famoso acceso al liceo Berchet, donde don Giussani comenzó su extraordinario obra educativa. Y es que “La Zolla” le debe al carisma de don Giussani hasta su razón de existir. Hace más de cuarenta años, un grupo de padres quiso poner en marcha una cooperativa para que sus hijos también pudieran conocer y quedar fascinados por la belleza que aquel hombre había empezado a introducir en el liceo milanés, dilatándola después hasta abrazar el mundo entero. Esa es la posibilidad por la que también ahora ha querido ofrecer a todos los padres y profesores del centro la posibilidad de conocer más de cerca a don Giussani, mediante la presentación del libro que recoge su biografía.

«Reflexionar sobre la vida de don Giussani significa reflexionar sobre nuestra propia vida»: con estas palabras Lorenza Violini, presidenta del consejo de administración de la escuela, presentó a los ponentes, unidos por una implicación personal en el mundo de la escuela y la universidad. El primero en intervenir, Giancorrado Peluso, profesor de un liceo milanés, recordó sobre todo su amistad personal con don Giussani, y su persistente pertenencia al carisma del fundador. Lo hizo de un modo extremadamente afable, como buen profesor de italiano, desgranando preciosas citas para documentar que «solo lo que amas de verdad no te será despojado», como decía Ezra Pound. Así, poco a poco, va cambiando la vida de uno mismo y la de los demás. La conmoción que llevó a don Giussani a la enseñanza, «para arrancar a sus alumnos del vacío y la vacuidad», para ayudarles a «descubrir una vida real, que puede cumplirse en el encuentro con Cristo», esa misma conmoción con que nos aferró puede estar hoy en el origen de nuestra iniciativa personal. También porque «el desafío de los años cincuenta vuelve a proponerse ahora de un modo aún más radica», en un tiempo en que, igual que entonces, «ser cristianos no tiene incidencia alguna en la vida», y el relativismo «por el que todo es igual a nada» ha sustituido a cualquier ideología. Por eso dar clase, también hoy, puede ser «un acontecimiento: la belleza y la verdad que llevamos a clase hace vibrar la eterna exigencia de la que cada uno de los chicos está hecho». La condición es «apostarlo todo por la libertad del otro», sin pretender dar en su lugar los pasos que cada uno tiene que dar personalmente «para llegar a ser verdaderamente él mismo».

Chiara Giaccardi, profesora de lenguaje de los medios en la Universidad Católica de Milán, se confrontó «como madre y como profesora» con ciertas palabras que, consideradas centrales en la vida de don Giussani, ha vuelto a descubrir cargadas de significado. Palabras como realidad, deseo, experiencia y libertad, «liberadas de eslóganes y etiquetas», se revelan como un potente instrumento para el encuentro en la obra de don Giussani, es decir, de un hombre totalmente ensimismado con el “punto de vista” de sus interlocutores, cualquiera que fuese, y por tanto capaz de hacer de «la realidad el lugar de un encuentro» verdadero, de los que «dejan huella».

Cerró la velada la intervención de Giorgio Vittadini, profesor universitario de Estadística, volviendo de nuevo a la definición de educación de don Giussani, como «introducción a la realidad total». Pero no como una teoría: porque don Giussani «no hablaba de educación, educaba». Para él, el punto de partida, «el primer ingrediente de la educación es la tristeza humana como percepción de una ausencia. Por eso estaba enamorado de Leopardi». Todo hombre, también el cristiano, «está marcado por una herida». Hasta tal punto que, poco antes de morir, don Giussani pidió cantar Noi non sappiamo chi era, «mendigando hasta el último instante el rostro de Cristo», es decir, de aquel que respeta esta tristeza, que se deja impactar y se conmueve por nosotros. Haber conocido a don Giussani, concluyó Vittadini, ha sido como «ser alcanzado personalmente, a través de la historia entera, por la infinita benevolencia de Cristo», que «quiere llenar toda vida, incluso la del hombre más equivocado». Por las escaleras, muchas o pocas, grandes o pequeñas, más o menos empinadas, de cualquier camino.