Los refugiados del Carmelo.

Con santa Teresa, entre las llamas de Bangui

Alessandra Stoppa

Comienzan las celebraciones por el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. «Si no fuera por el coraje y el amor a Cristo de esta mujer española del siglo XVI, nosotros ahora no estaríamos aquí». Federico Trinchero, padre carmelita misionero en Bangui, y sus diez hermanos comparten la vida del pueblo de la República Centroafricana en una guerra civil que comenzó a finales de 2012. Todavía hoy, los hermanos acogen en su convento a seis mil refugiados. La violencia y los enfrentamientos continúan, a pesar de las fuerzas de paz de la ONU y los acuerdos de julio de Brazzaville para el fin de las hostilidades entre los diversos grupos rebeldes.
«En un mundo en llamas, Teresa concibió los monasterios de sus monjas y los conventos de sus frailes como lugares de oración, de vida fraterna, de amor por la Iglesia», continúa el padre Federico: «Hoy el mundo sigue en llamas, quizás más que entonces, y sobre todo en esta zona. Nosotros intentamos caminar sobre sus pasos. Como hijos quizás indignos y un poco desastrosos, pero ciertamente enamorados de una Madre tan extraordinaria».
Esta es la carta que nos escribe.

Bangui, octubre 2014
Hace pocos días, las situación empeoró y la ciudad ha quedado como paralizada, bajo el fuego cruzado entre facciones enfrentadas durante casi una semana. Observando la llegada de la gente que huía de sus barrios, nos pareció, por un instante, volver a los peores días del pasado diciembre. Una mujer anciana, imposibilitada para correr como los demás, llegó al Carmelo en una silla que empujaba con fuerza un niño. Tenía una mirada perdida: parecía una reina, despojada repentinamente de su pequeño reino y sentada en una carroza de miseria y de miedo.

Mientras tanto, el 15 de septiembre comenzó oficialmente la misión de paz de la ONU (Minusca) con un despliegue de fuerzas considerable: casi 12.000 hombres. Los plazos de la misión serán obviamente largos; se extenderá por el interior del país y comportará una intervención no solo militar sino también en la administración de justicia. La impunidad, de hecho, es una de las plagas que sacuden la República Centroafricana.

También hay novedades en el convento. Los hermanos Christo y Rodrigue han partido hacia Yaoundé, en Camerún, donde continuarán sus estudios de Teología, y el hermano Michaël ha viajado al seminario de Yolé, en Bouar, donde pasará un año de experiencia pastoral. Antes de dejar el Carmelo los tres hicieron el examen final de Filosofía. Fue en la biblioteca del seminario mayor de Bangui, que sigue siendo un campo de refugiados como el nuestro. Escuchaba a mis hermanos disertar sobre Spinoza, Kant y Sartre en medio de grandes tiendas, ropa tendida y niños que no paraban de hablar. En un momento dado, una cabra asomó la cabeza en nuestra aula magna.

A nuestra comunidad han llegado cuatro reclutas muy jóvenes: Gérard, Philémon, Michaël y Hubert. Ahora somos doce en total, un buen equipo dispuesto a afrontar el nuevo curso. Hace unas semanas, mis hermanos, con la ayuda de algunos refugiados, se enfrentaron en el campo de fútbol del convento a nada menos que los soldados franceses de la operación Sangaris. Himnos nacionales y un ambiente estupendo, aunque los refugiados apoyaban sobre todo al equipo del Carmelo… que ganó por 4 a 1. Puede parecer extraño, casi un despropósito, que en tiempos de guerra se dé espacio a la diversión y a un partido de fútbol. Pero precisamente en tiempos de guerra cualquier ocasión es buena para favorecer una reconciliación. Los soldados franceses llevaban una camiseta con la leyenda: I yeke oko! ¡Sois uno!

Respecto a la vida en nuestro campo de refugiados, la novedad es que mis hermanos y yo nos hemos implicado directamente en el reparto de víveres. Habíamos delegado la gestión en los responsables de las diversas zonas del campo, pero lamentablemente no se estaba realizando de forma equitativa y gran cantidad de comida no llegaba a los refugiados sino que acababa en el mercado. Así que decidimos ocuparnos nosotros de controlar que la ayuda llegaba a todas las familias. Al ver a toda la patrulla de frailes entrando en acción de forma compacta y decidida, nuestros huéspedes lo entendieron inmediatamente. Normalmente, cuando atravieso el campo, los niños corren a saludarme, me paran, y las madres no se lo impiden. En cambio, ya el primer día de reparto los sujetaban diciéndoles: «Laso bwa Federico a yeke sara kwa ti ngangu. I zia lo» – «Hoy el padre Federico está haciendo un trabajo difícil. No le molestéis». Al principio le dedicábamos tres días de trabajo; ahora lo hacemos en una sola jornada, aunque comemos casi a la hora de cenar. Os preguntaréis cómo se lo han tomado los responsables de zona a los que hemos dejado sin negocio. Pues más o menos tenían la cara de los jugadores de Brasil después de jugar contra Alemania. Un jefe de zona llegó a decirme: «Padre, con este sistema es imposible robar». Por tanto, objetivo cumplido.

Cuando observo a nuestros refugiados cargar los sacos de arroz, espontáneamente me viene a la mente la dramática situación que vive este país. Los africanos realizan este sencillo gesto con la belleza y precisión propias de un paso de baile. Basta con una rápida mirada entre dos personas para que ambas se dirijan a levantar el saco. Cuando está lo suficientemente alto y supera su propia altura, uno de ellos inclina levemente la cabeza para recibir todo el peso. Y luego se pone a caminar, incluso a correr, con el saco encima, como si no le costara casi esfuerzo. La República Centroafricana en este momento está intentando levantar un peso enorme, superior a sus fuerzas. Muchos la están ayudando: la Sangaris, la Minusca, el Eufor, la ONU, muchas ONG, la Iglesia, vosotros. Ella sola no puede. Abandonar en este momento sería muy cobarde, y el país podría quedar aplastado por un peso demasiado grande. Pero llegará un día –tiene que llegar y esperamos que no esté demasiado lejano– en que la República Centroafricana, después de inclinar la cabeza, podrá caminar, incluso correr, ella sola y con todo el peso sobre sus hombros.

Padre Federico, los hermanos del Carmelo y todos nuestros huéspedes