Nuevos derechos: cuando se pierde el horizonte trascendente, el Derecho se convierte en ídolo

María Serrano

Una de las características principales de nuestro tiempo es la presencia del derecho en todos los ámbitos. Se empuñan en el debate público, se "amplían" o se "recortan", se defienden o se atacan, incluso se "crean" o se "destruyen". Siempre hay un abogado o un juez en nuestra serie de televisión favorita, en el cine, en los debates televisivos. El derecho se ha convertido en una "antropología práctica": la relación de una sociedad con los derechos la define y permite conocerla, "es como un gran 'selfie', una fotografía que captura la esencia de esa sociedad", en palabras de Andrea Simoncini, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Florencia, quien introdujo la ponencia titulada: "La otra cara del Derecho: los nuevos derechos" en el Meeting de Rímini. "El derecho es una de las conquistas más importantes de Occidente: nació como un límite a la voluntad del más fuerte, del poderoso", pero hoy este sentido original se ha corrompido para dar paso a lo contrario, a "la eliminación de todo límite, creando una superdependencia del Estado, que al ser el único que proporciona y defiende estos derechos, se ha vuelto más poderoso que nunca", explicó Simoncini.

Los estudios académicos sobre la concepción del derecho de Orlando Carter Snead, director del centro de ética y cultura de la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos, encontraron su vertiente práctica en la experiencia diaria de Tommaso Emilio Epidendio, juez del Tribunal Constitucional italiano. Snead trató de responder a la pregunta de Julián Carrón: ¿Es suficiente el derecho para responder al deseo del hombre?".
Los derechos se fundamentan en la dignidad del hombre, ni se crean ni se destruyen.
Pero hay que ser escépticos ante el lenguaje ideológico de los llamados nuevos derechos, porque muchos no se fundamentan en la concepción apropiada de persona: en bioética, por ejemplo, se emplean para la justificación, para la defensa del individualismo y del relativismo", relató Snead, que citó a Jacques Maritain para explicar que, cuando se formuló la declaración sobre los derechos humanos después de la Segunda Guerra Mundial, todos estaban de acuerdo en que estos deben ser tutelados, pero no cuestionados. "Los nuevos derechos arraigan su concepto en un individuo aislado, antagonista, vulnerable, que necesita estos derechos para protegerse: la persona se concibe sola, no socialmente. Las relaciones son instrumentales, contractuales, no hay obligaciones ni solidaridad", continuó el estudioso del Derecho, por lo que "los derechos se convierten en una armadura que en lugar de unir, separa".

En esta concepción del hombre en la que el máximo valor es su autonomía, la injusticia se constituye como un límite a los proyectos de cada uno: por ello el papel del Gobierno es eliminar estas limitaciones, estos condicionantes. "El hombre exige que se cumpla su voluntad: tener hijos, no tenerlos, morir cuando quiere, no sufrir... La legitimidad del deseo verdadero de paternidad no tiene en cuenta las 'condiciones vinculantes', la tutela de la dignidad de este hijo. Y en esta barbarie se llegan a garantizar 'derechos' como el aborto, la reproducción asistida, los vientres de alquiler, la experimentación con embriones", expuso Snead, cuya propuesta consiste en redescubrir el verdadero concepto de persona como única e irremplazable no a partir de una idea, sino de la observación leal de la realidad que, a pesar de todo, no miente.

Por su parte, el magistrado Epidendio expuso cómo los derechos que se han reivindicado y reconocido en Occidente son "la joya de nuestra cultura jurídica" y cómo estos nuevos derechos comparten la característica de que son reconocidos por los organismos judiciales antes que por las instituciones políticas: "Hoy los nuevos derechos se elaboran desde la justicia, dividiendo a la sociedad. Sin embargo, en 1975 con la Comisión Pontificia Justicia y Paz, laicos y cristianos consiguieron ponerse de acuerdo y abrazaron los Derechos Humanos. ¿Qué ha cambiado?". La pregunta la contestó el juez italiano afirmando que hacemos un "sobreuso del lenguaje del derecho" y que respondemos, en muchos casos, con violencia y opresión a demandas que en realidad tienen su origen en el deseo del hombre. "Los derechos prometen el infinito. ¿Cómo no quedar desilusionados cuando no mantienen su promesa? Debemos alejar el debate de la retórica del derecho y centrarlo en la realidad, en el bien del hombre. Sólo así se podrá abrir el necesario debate sobre los fundamentos. Además, ha destacado Epidendio, tenemos que llevar la atención al coste que cualquier derecho supone. Tanto cuantitativo como cualitativo". Manteniendo la distinción entre el plano moral y el jurídico se evita caer en la idealización del derecho, porque la pérdida del horizonte trascendente del derecho hace que éste se convierta en un ídolo, en un absoluto que defrauda.