"El hombre de la periferia es el jardinero que vive del amor de Dios, aunque nadie le vea, y así cultiva el mundo y construye la cultura"

María Serrano

"El verdadero hombre, el hombre de la periferia, es el hombre que mendiga, el hombre que da gracias, que da testimonio. Es el hombre que canta y que juzga, el hombre compasivo y el que celebra". Aleksander Filonenko, físico nuclear, filósofo, teólogo y profesor en la Universidad de Jarkov, en Ucrania, dibujaba al hombre protagonista del nuevo escenario mundial en el encuentro principal del Meeting de Rímini, en el que explicó el lema de este año: «Hacia las periferias del mundo y de la existencia. El destino no ha dejado solo al hombre».
Como destacó Emilia Guarnieri, presidenta de la fundación Meeting por la Amistad entre los Pueblos, «es la primera vez que una personalidad no católica expone el tema principal. Filonenko es ortodoxo, y no es casualidad que Don Giussani nos anime a aprender de ellos, de su experiencia de comunión y de su forma de mirar a Cristo». Guarnieri destacó el afecto y la amistad que nos une a Filonenko y relató que su pasión científica había nacido al observar el estupor con que Newton miraba el mundo. Filonenko quería vivir con este estupor, con ese asombro por las cosas que suceden, y ahí comenzó su relación con la ciencia, y después con Comunión y Liberación, donde asegura haber encontrado una frescura cultural e intelectual y un "bien efectivo para el cristianismo". La sorpresa y el estupor de Filonenko le llevaron hasta la plaza del Maidán, que él describe como "la revolución de la dignidad y el corazón".

"Cuando conocemos a alguien nuevo y nos pregunta dónde se encuentra el lugar en el que vivimos, se rompen nuestros esquemas. Porque nosotros pensamos que vivimos en el centro del mundo, y descubrimos con sorpresa que en realidad vivimos en una periferia. Pero la periferia no es una cuestión geográfica, sino un encuentro que nos devuelve a la vida. Es lo que ha sucedido en Ucrania: éramos una periferia, un lugar olvidado, y ahora estamos en el centro del mundo", explicó el ponente, que citó a Antonio Blum, metropolita de la diócesis Souroge, del Patriarcado de Moscú en Gran Bretaña, para explicar la definición de "periferia". "Tras la Primera Guerra Mundial nos encontramos sin patria, separados de lo que amábamos, extranjeros en un país extranjero, éramos gente que sobraba, no deseada, y sólo nos quedaba la miseria. Entonces descubrimos que teníamos un Dios, Alguien que no se avergonzaba de nosotros, que penetraba con nosotros hasta el abismo de nuestro dolor, que conocía los límites de nuestra miseria y los había atravesado". Así, para Filonenko, es en la profundidad de nuestra caída donde encontramos a Cristo: "La periferia es el lugar donde Cristo nos encuentra y nos saca de la sofocante soledad para llevarnos a la vida universal. Cristo nos encuentra entre las ruinas".

Una vez explicada la periferia, el filósofo y teólogo ucraniano explicó cómo descubrirnos a nosotros mismos en la periferia. "La periferia no es un caos, sino que es la orilla del océano en el que el Misterio sale a nuestro encuentro, un encuentro que nos cambia: cuando sucede un verdadero encuentro, quien me mira ve mi verdadero "rostro" (que en ruso comparte etimología con la palabra "encuentro"). Es decir, mi rostro entra en el mundo gracias al testimonio de otra persona que me mira, que me ve. El mayor misterio de mi vida se expresa en mi rostro, que no es accesible para mí: sólo puedo acceder a él a través de otro que me mira".

Pero para hacer experiencia de este encuentro verdadero debemos, según Filonenko, estar abiertos. "Le pedimos a Dios respuestas, pero él nos da circunstancias", unas circunstancias que clasificamos y categorizamos sin aceptarlas como respuesta a nuestras preguntas, en lugar de entenderlas como "invitación del Misterio". "Es el hombre quien decide esta apertura", aseguró el científico, que propuso un nuevo inicio a partir de un nuevo hombre, un nuevo sujeto que describió en siete cualidades: es un hombre que mendiga, "vulnerable, frágil, indefenso, que se enorgullece de las tribulaciones porque ahí encuentra a Cristo: sólo aquí se encuentra la posibilidad de vencer al miedo, en el abandono"; es un hombre que da gracias, "que acoge todo como un don y experimenta en la gratitud el reino de Dios. De tal sentimiento de reconocimiento nace un hombre que canta, que eleva a Dios un canto de alabanza y reconocimiento". Es también un hombre que testimonia, es un testigo que "desea compartir el fuego de la presencia", y un hombre que juzga la realidad con los ojos del Maestro. Así, Filonenko explica la relación entre el canto y el juicio: "El encuentro con un acontecimiento auténtico se encarna en la lengua del canto, busca el consenso y el juicio. En la periferia nace un hombre que juzga, que es capaz de hacer un juicio sobre la experiencia dentro de una comunidad reunida a la luz del acontecimiento". Pero entre el hombre que canta y el que juzga, "entre el hombre que aclama el nombre de la Presencia y aquel que juzga, encarnando la armonía y la sociedad misma", se encuentra el hombre que testimonia, quien "expresa compasión y ternura por los otros" a la vez que "celebra y comparte aquello que le da la vida". En síntesis, el hombre de la periferia se parece "al jardinero que vive del amor de Dios y así cultiva con humildad el mundo y construye la cultura". Para Filonenko, en la figura del jardinero se refleja también "la posición original entre naturaleza y cultura". El ucraniano nos invita a "reconocer a este jardinero como un agente de paz. Es el nuevo héroe de la sociedad".