Las huellas nos permiten comprender el origen de nuestro verdadero ser

María Serrano

¿Qué interés puede tener para nosotros, hombres del siglo XXI, un pasado tan remoto, periférico? Esta pregunta centraba el encuentro «Desde las profundidades del tiempo. El origen de la comunicación y de la comunidad en la antigua Siria» que tuvo lugar el lunes en el Meeting de Rímini. «Nuestra identidad personal se basa en nuestro pasado individual y colectivo. Nuestras raíces nos ayudan a valorar mejor nuestra realidad: el pasado es una progresión de raíces entrelazadas en el tiempo durante más de 70.000 generaciones, una cadena ininterrumpida que llega hasta nosotros hoy», afirmó, en respuesta, Marilyn Kelly-Buccellati, profesora de la California State University y comisaria de la exhibición sobre Siria.
La profesora Kelly-Buccellati, junto al resto de ponentes, ha encabezado una serie de excavaciones e investigaciones en la cuna de la civilización, en Mozan, Urkesh y la alta Siria. «El hilo conductor que nos permite hablar de estos temas con actualidad es la convergencia cultural de la comunicación y de la comunidad», un hilo que ilumina, a través del estudio del lenguaje y la escritura, también nuestros días. «Dos cosas caracterizan el presente: la globalización y el networking. La globalización es una forma de comunidad nueva, pero parte de la misma necesidad de desarrollar nexos comunes de solidaridad que tenían nuestros antepasados. Hoy, los desarrollos modernos muestran que detrás de la técnica se encuentra el mismo esfuerzo de comunicación. La naturaleza del problema de hoy es la misma que la del pasado aunque los aspectos concretos sean distintos», explicó la arqueóloga.

Por su parte, David Lordkipanidze, director del Museo Nacional de Georgia y de las excavaciones de Dmanisi, explicó su deseo de conocer cómo eran nuestros antepasados y cómo estaban posiciona dos en el mundo antiguo. «El género humano nació hace dos millones de años. Entonces, éramos parecidos, pero muy diferentes. Desde África, los primeros hombres comenzaron a desplazarse hacia el norte, aunque aún desconocemos por qué. Pero gracias a estos yacimientos podemos conocer cómo eran: hemos descubierto, por ejemplo, el primer documento que atestigua la solidaridad humana gracias a un cráneo sin dientes: este hombre debió ser cuidado por su comunidad, alimentado por ella. El hombre vivía en grupo por su propio bien y el de los demás», explicó Lordkipanidze.

Thomas Gamkrelidze, presidente honorario de la Academia Georgiana de Ciencias; Giorgio Buccellati, profesor emérito de la UCLA, y Paolo Matthiae, profesor de la Universidad de Roma, ahondaron en la explicación de cómo lo qué hasta ahora se ha considerado «periferia» es en realidad el centro de nuestra civilización. Gamkrelidze ha partido en sus estudios de la terminología usada en el proto-indoeuropeo para documentar que el origen de la civilización se encuentra entre los Balcanes y la Mesopotamia septentrional, frente a la ubicación tradicional en el extremos oriental del centro de Europa. Por su parte, Matthiae y Buccellati han excavado Ebla, cerca de Aleppo, y Urkesh, dos ciudades que demuestran cómo el hombre supera las limitaciones de la naturaleza y del medio gracias a su capacidad de adaptación. Con sus descubrimientos aseguran haber devuelto a la «periférica» Siria la posición central que ocupaba en la antigüedad.

La profesora Kelly-Buccellati cerró el encuentro lanzando una serie de reflexiones: «¿Queremos destruir lo que hemos conseguido? Nos ha costado miles de años. La periferia está más cerca del centro de lo que pensamos. ¿Cuánto tiempo, realmente cuánto tiempo nos ha requerido llegar a nuestro hoy? Es un salto en el tiempo que parece un abismo, pero este abismo se vuelve un trampolín. No seríamos lo que somos si no tuviéramos este pasado, incluso el más remoto, el más periférico. El destino no ha dejado sólo al hombre, hoy nos sigue acompañando después de 70.000 generaciones».