Arik Asherman, de “Rabinos por los derechos <br>humanos”.

Esa semilla plantada después del ataque

Andrea Avveduto

«Amados sean todos los seres humanos, pues han sido creados a imagen de Dios». Dejemos las cosas claras: todos los seres humanos, ya sea israelíes o palestinos, judíos, musulmanes o cristianos. Hace casi 25 años el rabino David Forman se inspiró en esta frase del Antiguo Testamento para dar vida a algo grande. La asociación “Rabinos por los derechos humanos” promueve desde entonces el diálogo entre palestinos e israelíes. «Hace muchos años encendimos una vela para pedir justicia e igualdad. Y para mostrar que la verdadera tradición hebrea significa comprensión y caridad». Todo este grupo de rabinos forma parte además del Consejo de Coordinación Interreligiosa en Israel, cuyo objetivo es informar adecuadamente a la sociedad israelí sobre lo que sucede en los territorios ocupados.

Y no solo eso. Promueve acciones concretas entre quienes no creen que la represión sea una vía de salida para el conflicto. «No podemos permanecer en silencio ante las graves violaciones que se están cometiendo en estos territorios por parte del gobierno, por el ejército y por los colonos israelíes», afirma Arik Asherman, el actual líder del grupo. Eso no quiere decir crear grupos de oposición al gobierno ni boicotear sus actividades, sino sencillamente «restituir al judaísmo su antiquísima tradición de comprensión y responsabilidad moral».

La historia de Asherman y su compromiso a favor de los derechos humanos está marcada por un episodio que se remonta 25 años atrás. «El tercer día del mes de Tamuz me casé. Hubo un atentado terrorista. Un palestino hizo que un autobús se precipitara por una colina en la carretera que une Tel Aviv y Jerusalén. Mi hermano y yo, con varios amigos, íbamos justo dos autobuses más atrás. Perfectamente habríamos podido ser aquel autobús si hubiéramos llegado a la estación apenas unos minutos antes. Aquella noche nos sentíamos aliviados y con fuerzas renovadas porque, a pesar del terrible hecho que había sucedido, estábamos juntos, ashkenazis, sefarditas y judíos etíopes, procedentes de todo el mundo, judíos religiosos y laicos, pero también judíos y árabes». Juntos vimos cuándo dolos puede causar la violencia y el odio.

Aquel episodio fue decisivo para convencer a Arik de participar en el proyecto. Hoy los religiosos del grupo trabajan al lado de las personas. Defienden a los campesinos que ven sus tierras arrasadas. Recogen fondos para adquirir nuevas semillas y organizan ceremonias simbólicas para la siembra con israelíes y palestinos. Luchan por la eliminación de los bloqueos y de los puntos de control en las carreteras. Colaboran en la reconstrucción de viviendas palestinas demolidas por el ejército israelí por “motivos de seguridad”. Y lo hacen lejos de los extremistas, como recita su manifiesto, porque «el judaísmo y el mundo islámico deben y pueden reencontrar en sus raíces el punto de partida para el diálogo interreligioso».

«Nuestro trabajo no quiere expresar otra cosa que el hecho de que –como judíos– estamos obligados a protestar contra cualquier injusticia, por el hecho de que todos los hombres y mujeres han sido creados a imagen de Dios, y cada uno de nosotros lleva un trozo de Dios en su corazón». Así afrontan cada día los desequilibrios de la sociedad israelí, denunciando las discriminaciones cotidianas que sufren árabes y beduinos en la escuela, en la sanidad y en el trabajo. El propio Asherman fue arrestado mientras se manifestaba contra la demolición de viviendas palestinas, fue uno de los poquísimos israelíes que visitaron el campo de refugiados de Jenin justo después de su destrucción.

«Algunos nos dicen que estamos salvando el judaísmo», explica Asherman, «otros nos ponen obstáculos, sobre todo los religiosos, porque les parecemos una amenaza para esa cómoda relación que existe entre opiniones extremistas y religión». Nada que ver con lo que piensa y muestra la propia vida de Arik. Que sobre la muerte de los jóvenes de la que tanto se habla últimamente comenta: «Puede ser la voluntad de Dios que también esta tragedia refuerce nuestro trabajo para poner fin al círculo de sangre. Y nos recuerde que, en virtud de nuestra humanidad común, el dolor de un padre herido es siempre el mismo dolor».