Las primeras copias africanas de “Traces”.

«¿Tracce? Ahora lo imprimimos nosotros»

Davide Ori

«Desde que estoy aquí, estoy redescubriendo el valor de Tracce», dice Matteo Severgnini, nacido en 1983, profesor italiano en la “Luigi Giussani High School” de Kampala, en Uganda desde hace dos años. «Por eso hemos decidido imprimirla nosotros mismos». Porque es demasiado importante, dicen en Uganda y Kenia.

El precedente es que, hasta el pasado mes de abril, la edición de la revista en inglés, Traces, se imprimía en Italia y desde allí se enviaba al mundo entero. Así fue durante quince años: de Filipinas a Irlanda, de Estados Unidos a la India, la revista llegaba a los cuatro extremos del planeta. Hace poco, después de una reflexión común sobre los costes, los plazos de distribución y las nuevas oportunidades que ofrece la web, se decidió apostar por los soportes digitales. Así que desde mayo la revista en papel en lengua inglesa ya no existe, se ha transformado en un documento en pdf que se publica en la página web de Comunión y Liberación, donde está a disposición de todos.

Pero en estos últimos meses, jóvenes y adultos de las comunidades keniatas y ugandesas empezaron a preguntarse cómo podían afrontar esta “falta”: «Ahora que ya no llega desde Italia, ¿qué hacemos? Aún más, ¿qué valor tiene Traces para nosotros?». Trece años después de la primera venta militante de la revista en lengua inglesa en el continente negro, nunca han dejado de salir al encuentro de la gente, uno o dos días al mes, en las puertas de las iglesias o en los mercados de Kampala y Nairobi. La decisión es unánime: «La imprimimos nosotros». Y aquí están, en la imagen que ilustra este texto, las primeras copias salidas de una imprenta de Kenia.

«Para nosotros Traces es vital», sigue contando Severgnini: «Sobre todo por la posibilidad de confrontar nuestro camino con el del movimiento. Y también para profundizar en el juicio que guía nuestra vida». Y la última razón, aunque no por orden de importancia, «la posibilidad de que todos puedan conocer nuestra experiencia», como dice Marvin, un alumno de la “Luigi Giussani High School”.

«Si ya no recibimos la revista de Italia, tenemos que hacer algo nosotros», eso fue lo que todos pensaron al principio y que ha terminado convirtiéndose en esta decisión. En África solo el 4% de la población tiene acceso a internet, por eso no bastaba con la web ni con el formato digital. «Hace falta el papel para encontrarse con la gente y testimoniar a otros lo que nos ha sucedido», afirma David Cheboryot, que trabaja en el Tangaza College de Nairobi. El “primer movimiento” no tardó en llegar. Para empezar, había que buscar una imprenta, la más conveniente, entre Kenia y Uganda. Con un total de 250 copias para Nairobi y 600 para Kampala, y había que pensar en un jornada de venta militante en Uganda. Además, surge la idea de incluir en el número de julio y agosto dos artículos ad hoc tanto sobre la vida de la comunidad en Uganda como la de Kenia. Por ejemplo, las vacaciones de GS y del CLU de Uganda celebradas hace pocos días. «Luego estaba todo el trabajo de transporte y envío, había que pensarlo bien. Y por qué no, la búsqueda de eventuales patrocinadores», añade Severgnini.

«No podíamos renunciar al pdf mensual, porque la mirada de la prensa local va dirigida siempre y solo a lo que sucede en el país, o como mucho en el este de África». Sin embargo, el deseo de todos es abrirse a lo que sucede en el mundo entero, «tener un horizonte más grande», cuenta Cheboryot. «Además, nuestros chavales quieren escribir para ser protagonistas del juicio que están aprendido sobre su propia vida. Quieren ser autores y colaboradores de Traces, no solo venderlo. Así que hemos creado una especie de redacción», continúa Severgnini.

Es el mismo afecto de las mujeres del Meeting Point de Kampala, las “mujeres de Rose”. Todas compran la revista cuando sale, aunque no sepan leer: «Saben que en estas páginas está el secreto de lo que ha originado la experiencia que están viviendo». Y llaman a sus hijos, alumnos de la Luigi Giussani, para que se la lean. Y si ellos no puede, le toca a Rose.

Cheboryot y sus amigos están dispuestos a volver a empezar. De hecho, ya han empezado: «Para poder escribir, tendremos que prestar aún más atención a todo lo que suceda. Ya no podremos dar nada por descontado. Y lo más bonito será compartir también con todos nuestros descubrimientos».