Aldo Baldini.

«¿Por qué lloráis? Yo soy feliz»

Pieralberto Bertazzi

Aldo Baldini. “Baldo” para los amigos. Fue uno de esos hombres cuyo testimonio se produjo sobre todo «delante de los ángeles», según la expresión que don Giussani usaba de vez en cuando para expresar el verdadero espesor de la vida. Nunca fue “responsable” de nada, pero fue guía, amigo y autoridad para muchos. Nunca fue presidente de ninguna obra pero fue un gran “realizador” en el ámbito educativo, técnico-científico y caritativo. Vivía intensamente todas las circunstancias, los encuentros y acontecimientos que se cruzaban en su camino. Sus alumnos encontraron en él durante décadas a un hombre apasionado por la verdad, por la realidad y por la felicidad de cada uno de ellos. Fue por tanto un amigo leal y fiable no solo en el estudio sino en el vivir. En el Meeting de Rímini realizó extraordinarias exposiciones didácticas: sobre la revolución electrónica en 1982; sobre los robots y sus antepasados en 1983; y sobre el código binario en 1986. Pero su favorita era la de 1994 sobre Juana de Arco, la doncella que junto a santa Teresita representaba para él un amor continuamente cultivado.

Con una gran confianza en la presencia de Cristo en los rostros de sus santas más amadas, aceptó, con enorme discreción, tal como le sugirió don Giussani, el desafío que supuso un encuentro inesperado con el mundo de la prostitución, guiado siempre por una caridad confidente y nutrida de la oración, y por ello capaz de “juvenil audacia”. En circunstancias a menudo arriesgadas, a veces en extremo, le fue donada la capacidad de ayudar a muchos, y hacerlo además sin que nadie se enterase. En realidad, se trataba de la misma caridad que le llevó un fin de año a recoger en autostop y llevar hasta Milán a un médico que estaba de guardia en un hospital de Alemania, un episodio conmovedor y divertido que luego se convirtió en un cuento de Navidad.

Siempre respondió en primera persona a lo que le sucedía, pero nunca lo hizo solo o de manera autónoma. La pertenencia al pueblo que había encontrado, y que le hizo descubrirse a sí mismo, para él era roca firme y, al mismo tiempo, continuamente buscada. Los testimonios más clamorosos de su amor a esta historia, más que a su propia vida, fueron su atención y respeto “sagrado”, como él decía, hacia todo lo que era memoria de esa historia: palabras, textos, imágenes. De hecho, hay que agradecer a Baldo que el archivo del movimiento anterior a los años noventa no se haya perdido.

Su testimonio “delante de los ángeles” fue en cambio bien visible también delante de los hombres, como testimonian sus amigos de la casa de los Memores Domini donde se presentó, sonriente y temeroso, con una maleta pero de manera inesperada, por un equívoco, en 1978: «Durante todos los años que vivimos juntos, siempre fue una presencia significativa y su gran capacidad de acoger a otros se manifestaba en los detalles más pequeños. En los últimos cuatro años, cuando ya le costaba mucho hablar, sus breves observaciones y descubrimientos fueron muy valiosos para los que estábamos con él, era evidente que nacían de su relación con el Misterio, que día tras día, en el continuo silencio, se hacía cada vez más profunda». Como se hizo también evidente en el saludo que consiguió grabar para dirigirle a Carrón con motivo de los Ejercicios de verano de los Memores del año pasado: «En mi corazón hay muchísimas cosas hermosas que tú y el Gius me habéis dado estos años, y son suficientes para vivir con serenidad y alegría. Estoy muy contento porque desde este aparente agujero se tiene una visión de las cosas mucho más amplia que la que tienen tal vez los que van de paseo y caminan. He descubierto cosas preciosas sobre la Iglesia, sobre el mundo y mucho más...».

Pocos días antes de morir, en una inesperada y larga conversación, hablaba de algunos proyectos, aun siendo totalmente consciente de su situación. En particular, de una gran fiesta con los enfermeros que le habían cuidado y con los del centro especializado en ELA, la enfermedad que padecía, así como otros muchos amigos de toda la vida, sugiriendo incluso canciones que para él era importante cantar juntos.

Nos avisó con tiempo de cómo quería vivir su enfermedad. Lo primero que hizo fue un «preaviso de cese del servicio. A partir del 1 de septiembre estaré jubilado, pero otro preaviso ha llegado ya. Ha empezado la lucha contra el tiempo. Ante todo, la primera tarea: salvar mi gran secreto, el valor de mi vida. Porque he contraído ELA, una enfermedad de moda. No quiero saber los detalles, no me angustia, solo sé que no puedo perder el tiempo. Así que a trabajar». Luego se confirmaría que aquel trabajo continuaría hasta el final, en contra de todas las apariencias: «Os avisé, os dije: fijaos, os lo pido, ¿eh? Cuando ya no pueda hablar, cuando no pueda moverme, cuando esté inmóvil, sabed que en mi interior me seguiré riendo igualmente».

Así lo cuentan sus amigos: «El domingo por la tarde, dos días antes de morir, cuando Aldo se dio cuenta de nuestra conmoción, con unos ojos brillantes y una sonrisa radiante, nos dijo: “¿Por qué lloráis? Yo soy feliz”».