Monseñor Silvano Tomasi, nuncio apostólico <br>en las Naciones Unidas.

«Hay que estimular el diálogo entre los inmigrantes y la sociedad que los acoge»

Radio Vaticana
Gabriele Beltrami

Berlín acogió la celebración del V Forum Internacional sobre Migración y Paz, organizado por el Sims (Scalabrini International Migration Network) y la Fundación Konrad Adenauer para estimular un diálogo de alto nivel sobre esta cuestión y para identificar posibles acciones concretas frente a los diversos vínculos entre los flujos migratorios y la coexistencia pacífica entre inmigrantes y sociedad de acogida. El derribo de las barreras físicas y políticas entre los pueblos así como la definición de políticas centradas en la atención a los inmigrantes en los contextos locales, según una perspectiva democrática e intercultural, fue el denominador común de las intervenciones. Entre los participantes, monseñor Silvano M. Tomasi, nuncio apostólico en las Naciones Unidas de Ginebra, destacó tanto en su intervención como en el debate posterior que el tema de la integración debe ir unido a la tutela de los derechos fundamentales de los migrantes.

«Ante la contradicción que supone el hecho de que, por una parte, Europa necesita inmigrantes por razones demográficas, económicas y políticas, y por otra, que existe una cultura populista que tiende a rechazar su presencia, este foro ha servicio para dar prioridad a los derechos humanos como punto de partida para generar una comunión, para crear un sentido de pertenencia mutua y solidaridad. El problema se plantea entonces de una forma muy distinta: en vez de partir de una función económica, considerada como la única utilidad de los inmigrantes, nos situamos en función de la persona, del emigrado, que tiene la misma dignidad y derechos fundamentales que todos. De hecho, se da la tendencia de poner el acento cada vez más sobre el valor de los derechos humanos como instrumento de integración, además de la eficacia desde el punto de vista económico, y de esta forma se favorece la creación de ese sentido de familia humana única que es más importante que las fronteras de las tradiciones culturales de las que cada uno procede».

A finales de 1990 se firmó la Convención de la ONU sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores inmigrantes y sus familias. ¿Qué falta aún para que se cumpla plenamente?
La dificultad consiste en que los grandes países con inmigración, como Estados Unidos, Alemania, Francia o Italia, no han ratificado esta Convención de Naciones Unidas. Ese es el punto débil. La estructura internacional no falta, pero algunos estados, por miedo a las consecuencias que podrían resultar de aplicar esta convención –que protege a los trabajadores inmigrantes y a sus familias– creen que pueden tener que pagar precios demasiado elevados. Eso no es cierto, pero como la presión populista de ciertos segmentos del electorado avanza en esa dirección, la política tiene mucho cuidado de no caminar por ahí.

En el Formu se ha insistido en la necesidad de cambiar la perspectiva de la inmigración, ¿qué punto de vista debemos adoptar?
Debemos analizar el fenómeno de las migraciones desde el punto de vista de las víctimas, porque si no entendemos las motivaciones que causan y que empujan a tantas personas a arriesgar su vida para salvaguardar su propia dignidad o para sobrevivir, no podremos comprender el verdadero alcance de este fenómeno. Hay decenas de miles de muertos, víctimas del esfuerzo realizado por pasar del Mar Rojo a Yemen, o de Haití a Florida, o de México al desierto de Arizona, o del desierto del Sinaí a los países africanos. Vemos que, antes de morir de hambre o ser víctimas de la violencia local, estas personas asumen el riesgo de hacer un camino, un viaje, muy peligroso, que para muchos de ellos termina en la tragedia más absoluta, la de una muerte violenta. La sensibilidad internacional se conmueve ante algunos de estos acontecimientos –como el naufragio de algunas barcazas que atraviesan el Mediterráneo– pero luego no se logra poner en práctica un proyecto coordinado de leyes que hagan verdaderamente eficaz una solución como la de ampliar los canales legítimos, legales, de la emigración, facilitar la reunificación de las familias, tratar de regular a millones de personas que trabajan, viven y forman parte de las sociedades europeas y americanas aunque no estén documentados desde el punto de vista de la ciudadanía y la permanencia legal en los respectivos países. Estas son las medidas que debemos favorecer. No hay medidas fáciles pero por aquí va el camino que la experiencia está mostrando como válido; no debe ser un imán para atraer más inmigrantes sino una regulación que beneficie a las sociedades en las que estas personas ya viven y trabajan, y sobre todo que estas personas puedan dejar de vivir con miedo y dejen de ser víctimas potenciales de las redes mafiosas y de tráfico de personas.