Juan Pablo II.

El Papa tenía razón. ¿Y ahora?

Luca Fiore

Juan Pablo II tenía razón. Intentó por todos los medios detener la intervención militar en Iraq en 2003. La guerra no resuelve nada, decía. Y uno de los argumentos más fuertes de la diplomacia vaticana era: los que más sufrirán serán los cristianos, es decir, la parte más débil de la sociedad iraquí. Los líderes occidentales siguieron su camino, entraron en el país, depusieron y mataron al dictador Saddam Hussein. Se pueden hacer muchos y refinados análisis sobre la posguerra iraquí. Con el paso de los años, en varias ocasiones, parecía que la situación mejoraba. Los iraquíes acudieron a las urnas, eligieron un presidente y un parlamento. A costa de vidas humanas: de americanos, ingleses, italianos, españoles y sobre todo iraquíes. Iraquíes que murieron a manos de iraquíes.

¿Y la nueva oleada de violencia? ¿Es consecuencia del caos en Siria, de la retirada de las tropas americanas, o de ambas cosas? Los periódicos se llenan de análisis, hay comentarios de todo tipo. Pero de una cosa podemos estar seguros. El Papa polaco tenía razón. No podía prever con detalles lo que iba a suceder, pero sustancialmente, y eso se ve mejor después de una década, tenía razón. Su análisis, que no estaba de parte de ningún bando, se ha mostrado como el más sabio. Esta circunstancia, como tantas otras, muestra la amplitud de miras de los juicios de la Iglesia, madre y maestra.

De acuerdo, ¿pero de qué nos sirve hoy saber que tenía razón? Ante la huida de cristianos iraquíes, ante la guerra fratricida de sunitas contra chiítas, ¿de qué nos sirve esto, que en el fondo es un magro consuelo? Las potencias occidentales han cometido miles de errores, los terroristas islámicos han cometido miles de horrores, en muchos momentos nosotros mismos hemos girado la cabeza hacia otro lado. No hay satisfacción alguna, no basta. Porque haber tenido razón hace cinco, diez, cincuenta años, no nos exime hoy de los errores.

Escuchamos los llamamientos a la paz del Papa actual. Sabios, tanto como lo eran los que escuchamos en su momento de Karol Wojtyla. ¿Basta con hacerlos nuestros de forma mecánica para tener, una vez más, la razón? Ni siquiera eso basta. No es el contenido de las palabras lo que vence, sino la forma de mirar lo que sucede. Juan Pablo II tenía razón. No tanto por decir no a la guerra. Era su forma de mirar a George W. Bush y Saddam Hussein lo que tenía un “plus” de profundidad. De ahí nacía su grito: «¡Deteneos!». ¿Qué piensa hoy el Papa Francisco cuando mira a Barack Obama, Putin o las masacres de Iraq? Veamos cómo ha mirado a Shimon Peres y Abu Mazen. Es la misma diferencia, alejada de cualquier estrategia o cálculo. Es una no-estrategia, un no-cálculo, que misteriosamente se revela como lo más razonable, lo más resolutivo. Por eso hoy, y ni siquiera esto bastará para aplacar nuestro corazón, conviene aprender de quien mira de esta forma distinta. Entonces Juan Pablo II, hoy el Papa Francisco. Porque ante situaciones de este tipo recuperan toda su validez las palabras de Pasolini en El llanto de la excavadora: «Solo el amar, solo el conocer / cuenta, no el haber amado / no el haber conocido».