Basílica de Santa María la Mayor.

Un misterio que nos supera infinitamente

Anna Minghetti

«No me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo». Las palabras del cardenal Stanislaw Rylko entre los mosaicos de una de las grandes basílicas romanas, Santa María la Mayor, que la tarde del 21 de junio acogió la ordenación de seis nuevos diáconos y un sacerdote de la Fraternidad Misionera de San Carlos Borromeo. «El Señor os ha dicho a cada uno de vosotros: “Sígueme”», continúa el cardenal, que luego llama por su nombre a Michele, Andrea, Francesco, Davide, Paolo, Umberto y Carlo. Historias distintas, caminos inesperados, porque, como dice Rylko, la vocación es un don, «pero también es un misterio que nos supera infinitamente y que llena nuestro corazón de una gran humildad».

Retomando la primera lectura, donde Moisés recordaba a su pueblo el camino que el Señor le había pedido hacer, añade: «De la memoria del camino recorrido, nace la identidad del pueblo elegido. Lo mismo os sucede a vosotros: la memoria de vuestro camino vocacional es un factor determinante de vuestra identidad más profunda (…). Recorrer la historia de la propia vocación es reconocer la gran ternura del Señor, que en estos años os ha llevado de la mano». Ellos reconocen esta ternura, pueden mirar atrás y ver los signos, grandes y pequeños. «Son muchos, demasiados», dice Davide Matteini, de Rímini, nuevo diácono destinado a la misión en Colonia. Cuenta un momento particular, cuando estaba verificando la posibilidad de dedicar toda su vida a Cristo: «Estaba en misa y el sacerdote, Matteo Invernizzi, de la Fraternidad, explicó el momento de la consagración. “El sacerdote dice: este es mi cuerpo, esta es mi sangre. No dice solo: este el cuerpo de Cristo. Dice el mío”. Al oír esta frase me puse a llorar: yo deseaba esa identificación. Con el tiempo, comprendí que aquello era solo una intuición y, al profundizar en ella, he descubierto que la promesa es aún más grande de lo que pensaba. Es la posibilidad de llevar a Jesús físicamente».

Además de Davide, entre los nuevos diáconos hay otro riminés, Francesco Facchini, que se trasladará a Roma como secretario del superior general. Junto a ellos se han ordenado Andrea Aversa, que irá a la Casa San José, en Macerata; Paolo Pietroluongo, que irá a la nueva casa que la San Carlos abrirá en Turín; Umberto Tagliaferri, destinado a Reggio Emilia; y Carlo Zardin, que parte para Moscú. En sus caminos se puede ver el recorrido totalmente personal que el Señor ha elegido para cada uno. «Rusia era una de mis pasiones en los años de liceo que luego dejé a un lado», cuenta Carlo. «Al volver después de pasar un año en España, quería ir a un país árabe. Cuando me propusieron ir a Moscú me di cuenta de que al final lo importante no es seguir nuestras propias fantasías sino responder a las necesidades de la Iglesia».

En el Colegio de los Pasionistas, que regala una de las vistas más emblemáticas de Roma a pocos pasos del Coliseo, la fiesta después de las ordenaciones se llena de banderas de estrellas y rayas. Los Estados Unidos son el destino de Michele Benetti, ordenado sacerdote. De formación científica, irá a dar clase de Física y Teología en la Bishop O’Connell High School de Arlington, en Virginia. Dos materias que normalmente parecen la antítesis una de otra, pero de las que Michele desea testimoniar su profunda conexión. «No hay mejor introducción a la respuesta de Cristo que tomar conciencia de la belleza de la creación. Del estupor por la presencia de las cosas que nos rodean surgen las grandes preguntas acerca del misterio de nuestra propia existencia».

Vida común y misión. Son los dos pilares de la Fraternidad de San Carlos. Dos elementos a los que, el mismo 21 de junio, el Papa Francisco reclamó hablando con los sacerdotes de Cassano allo Jonio. El Papa habló de la «belleza de la fraternidad, de ser sacerdotes juntos», porque la gran variedad de dones y personalidades enriquece. El Santo Padre quiso también destacar que la comunión no se puede dar por descontado: «También nosotros, los sacerdotes, estamos inmersos en la cultura subjetivista de hoy, esta cultura que exalta el yo hasta idolatrarlo». Por eso insistió en la opción de la fraternidad: «Hablo intencionadamente de “opción”. No puede ser algo que se deje al azar, a las circunstancias favorables». Un don que siempre debe ser acogido y cultivado.

Los frutos que nacen son evidentes en la mirada de estos jóvenes que, como señaló el cardenal Rylko, han dicho: «Aquí estoy, Señor, envíame. Sírvete de mí como quieras y donde quieras, soy tuyo». Miradas que expresan personalidades distintas pero una intensidad común que habla de la misma plenitud.