XXXVI peregrinación Macerata-Loreto.

A lo largo del camino que lleva a casa

Enrico Castelli

«Anna de Vicenza, nuestros amigos Carla y Mario que han perdido su trabajo, Andrea y Maria que celebran su aniversario de boda, Veronica que está enferma de ELA, los trabajadores de la empresa agrícola que ha cerrado y se han quedado sin empleo, los presos, los amigos sirios que se han visto obligados a abandonar su país y cuyos padres han sido detenidos por causa de su fe…». La lectura de las intenciones se hace con sumo cuidado, una por una. Son innumerables, nos las van recordando durante el rezo del Rosario que durante toda la noche realizan los peregrinos. Cuando la hilera de los cien mil participantes empieza a desfilar por las calles, impresiona la dimensión de este pueblo. A mitad del recorrido, cuando los peregrinos reciben la antorcha de la paz, el impacto visual de la lengua de fuego que corta la oscuridad de la noche te deja sin palabras.

Para muchos, la peregrinación a pie de Macerata a Loreto empieza de buena mañana cuando los autobuses salen de diversas ciudades para dirigirse a Macerata. La cita era a las 19.30 horas del sábado, en el estadio de Macerata, que lentamente empieza a llenarse de gente desde la media tarde. A las siete el estadio está ya completo. La gente espera el comienzo de la misa entre cantos y avisos técnicos. Es un pueblo que se prepara para ponerse en camino. Muchos son jóvenes que acaban de terminar la escuela. En 1978 Giancarlo Vecerrica, entonces joven sacerdote, propuso esta peregrinación como gesto de agradecimiento a la Virgen al terminar el curso. Don Luigi Giussani animó esta iniciativa y en la primera edición participaron más de trescientas personas. Una invitación que desde entonces se renueva un año tras otro y que es muy sencilla y concreta: caminar juntos hacia una meta siguiendo a Otro. Algo que resulta evidente desde los primeros pasos.

A las 19.30, cuando el gesto comienza oficialmente, el estadio se llena de silencio en cuestión de minutos. El sol acaba de ponerse y deja paso a un cielo que, a medida que anochece, va cambiando de color. El rezo del Angelus vuelve a proponer a todos el momento en que el hecho cristiano entró en la historia. Justo después, el anuncio de que, por segundo año consecutivo, el Papa se pondría en comunicación telefónica con el estadio. Ya lo anunció el propio Francisco unos días antes, durante la bendición de la antorcha. Cuando suena el teléfono, el entusiasmo se adueña de todos, sobre todo de monseñor Vecerrica, hoy obispo de Fabriano-Matelica. «¿Puedo decir una palabra?», pregunta el Santo Padre: «Me hace muy feliz que vuestra peregrinación este año coincida con la noche que precede a la fiesta del Espíritu Santo, Pentecostés y el encuentro de oración que mañana tendrá lugar en el Vaticano para invocar el don de la paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo. Os pido un favor: uníos a nosotros y pedid a Dios, por intercesión de la Virgen de Loreto, que vuelva a resonar de nuevo en aquella tierra el cántico de los Ángeles: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres!». Y añadió: «No tengáis miedo de soñar con un mundo más justo, de pedir, de dudar y de profundizar. Vosotros sabéis que la fe no es una herencia que recibimos de otros, la fe no es un producto que se pueda comprar sino una respuesta amorosa que damos libremente y que construimos cotidianamente con paciencia, entre éxitos y fracasos. No tengáis miedo de echaros en los brazos de Dios; Dios no os pedirá nada sino para bendecirlo, multiplicarlo, devolveros cien veces más (…). La vida no es gris, la vida es para apostar por grandes ideales, por cosas grandes (…). Sabéis que la negatividad es contagiosa, pero también la positividad es contagiosa. La desesperación es contagiosa, pero también la alegría es contagiosa. No sigáis a personas negativas, seguid irradiando luz y esperanza a vuestro alrededor. Y sabed que la esperanza no defrauda, ¡nunca defrauda!».

Palabras que nos acompañan durante la peregrinación, que este año llevaba por título una pregunta: «¿Qué necesitamos para vivir?». Una pregunta que toca lo más profundo del corazón del hombre del tercer milenio, que tiene todos los medios a su disposición pero difícilmente consigue encontrar respuestas adecuadas. En la homilía lo repite el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado Vaticano: «¿Qué necesitamos para vivir? La verdad es que nuestro corazón, por sí mismo, no sabe dar respuesta a esta pregunta. En nuestro corazón está impresa una pregunta, pero la respuesta no está dentro de nosotros. “Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene”, escribe san Pablo (Rm 8, 26). Afortunadamente, añade, tenemos un aliado y un defensor: el Espíritu Santo que “intercede con insistencia por nosotros”. (…) Porque el Señor a través del Espíritu puede obrar milagros. Como en los tiempos del Evangelio, también en el mundo de hoy hay milagros que pueden conmover nuestro corazón e iluminar nuestra mirada. Hay que invocar a la Virgen y a los santos para esto». La invitación urgente que Parolin hace a los peregrinos es rezar a la Virgen por la paz en Tierra Santa, tema central del encuentro celebrado en Roma este fin de semana. Luego, la recomendación final: «Después de la experiencia de la peregrinación, aprended a seguir».

Durante las ocho horas de camino eso se puede aprender de forma muy concreta. Uno entiende que se puede caminar con seguridad incluso en la noche oscura si está dentro de una compañía apasionada por el destino. Como sucede en la vida, durante la noche no faltan las dificultades: todos necesitan una luz para iluminar el paso siguiente, que uno puede dar con incertidumbre por un imprevisto o por el cansancio, que podría predominar si la voz que guía el gesto no te siguiera animando con palabras de coraje, con la invitación a rezar, con el canto o con un testimonio que escuchas y te abre el corazón. Entonces te das cuenta de que tú mismo puedes convertirte durante el camino en testigo para ti mismo y para otros: encuentras la fuerza necesaria para seguir, el dolor en las piernas y en los pies ya no te determina, eres capaz de sonreír cuando, en la noche cerrada, en los puntos de cruce o a lo largo de las calles de los pueblos que atraviesas ves que hay gente que ha salido para ver pasar a los peregrinos. Algunos abren sus casas, te ofrecen un sorbo de agua, se unen a las oraciones e invocaciones. Y te preguntas por qué lo hacen después de haber visto esta escena ya otras 35 veces, ¿qué será lo que ven en estos miles de personas que dedican un fin de semana de junio a ir al encuentro de la Virgen de Loreto? Y así tú, con todos tus límites, tu distracción, tu cansancio, les testimonias a Otro: en ellos se renueva la memoria de una fe que todavía hunde sus raíces en su corazón, o en otros casos contribuyes a suscitar una pregunta: «¿Quién y qué mueve a estas personas que llegan desde todos los rincones de Italia e incluso del extranjero?». Vuelve la pregunta que da nombre a esta peregrinación: «¿Qué necesitamos para vivir?».

Al empezar el camino, nos reparten a todos una tarjeta con el mensaje que Julián Carrón ha enviado a los participantes. «Esto es lo que necesitamos para vivir: que el Misterio se haga compañero de nuestra vida, como le sucedió a Zaqueo y a la Magdalena. Eran unos pobres como nosotros, frágiles como todos, envueltos en las urgencias de la vida, incapaces de obtener lo que deseaban, pero Dios tuvo piedad de ellos, no les abandonó al miedo y a la soledad. (…) Os deseo que caminéis sostenidos en la dificultad por la certeza que nos testimonia el papa Francisco: “A sus discípulos misioneros, Jesús les dice: Yo estoy con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (v.20). ¡Ellos solos, sin Jesús, no podían hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, aunque sean necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aunque esté bien organizado, resulta ineficaz. Y así, vayamos a decir a la gente quién es Jesús».

Eso es lo que la experiencia de la peregrinación hace siempre visible. Sin duda, la organización es imponente. El evento está cuidado hasta en sus más mínimos detalles: una red de altavoces conectados por radio permite durante los 27 kilómetros guiar a todos los que participan en el gesto, los cruces principales están equipados con ambulancias para prevenir cualquier posible accidente, hacia las cuatro de la madrugada se reparte a todos un tentempié y un inolvidable té o café que ayuda a combatir el cansancio. Pero en el fondo, mirando los rostros de los que empiezan a vislumbrar entre las primeras luces del alba el contorno de la Santa Casa de Loreto, uno entiende que todo eso no basta. Entonces te das cuenta de que todavía falta una hora para terminar, pero el camino durante la noche se hace más seguro. Empiezas a cantar con más conciencia aún la canción de Claudio Chieffo que dice: «Qué hermoso es el camino para quien lo recorre, qué hermoso es para quien avanza. Qué hermoso es el camino que lleva a casa, donde ya te esperan», mientras recorres el último tramo de descenso que lleva hasta el Santuario, ante la imagen de la Virgen Negra de Loreto que espera a los peregrinos.