De izquierda a derecha: Abu Mazen, Francisco, <br>Simón Peres y Bartolomé I.

Cuatro hombres que siguen a Otro

Alessandro Banfi

Cuatro hombres que se estrechan la mano, se abrazan, se saludan. Representan a dos Estados, Israel y Palestina, y a dos Iglesias, la latina y la oriental. El lugar de su encuentro es un jardín al fondo del cual se ve una gran cúpula. Están en Roma. Es una tarde de verano, a punto de ponerse el sol. El hombre de blanco, que ha invitado a todos a su casa es el primer sucesor de Pedro que ha tomado el nombre de Francisco, el poverello de Asís.

El encuentro con Shimon Peres, Abu Mazen y el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, debería haberse producido durante el histórico viaje del Papa a Tierra Santa. Pero el primer intento fue fallido, porque en esa tierra martirizada y dividida del Oriente Medio actual no encontraban el lugar adecuado para celebrar el encuentro. Entonces, según contó el propio Papa Francisco durante su viaje de vuelta en el avión, decidió proponer a los protagonistas verse en su casa, a orillas del Tíber.

Y llegó el día de la histórica cita. Un encuentro de oración donde resonaron las palabras del Corán y las dulcísimas notas de la música klezmér, los salmos y el Evangelio. Un encuentro sencillo en sus formas, donde un microbús trasladó a los ilustres invitados, todos juntos, desde la Casa de Santa Marta, el alojamiento del Papa, hasta los jardines donde se celebró la ceremonia, atravesando la Ciudad del Vaticano, tras la imponente Basílica de san Pedro.

En encuentro se desarrolló en tres momentos, a los que siguió una conclusión. Oraciones y música. Luego los discursos oficiales. El Papa Francisco destacó que «para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo. La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: “hermano”. Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un solo Padre».

El presidente israelí Simón Peres dijo entre otras cosas: «Dos pueblos –los israelíes y los palestinos– desean aún ardientemente la paz. Las lágrimas de las madres por sus hijos aún están grabadas en nuestros corazones. Debemos poner fin a los gritos, a la violencia, al conflicto. Todos necesitamos la paz. Una paz entre iguales. Su invitación a unirnos a usted en esta importante ceremonia para pedir la paz aquí, en los Jardines Vaticanos, en presencia de autoridades hebreas, cristianas, musulmanas y drusas, refleja maravillosamente su visión de la aspiración que todos compartimos: la paz. En esta conmovedora ocasión, desbordantes de esperanza y llenos de fe, elevamos con usted, Santidad, una invocación por la paz entre las religiones, las naciones, las comunidades, entre hombres y mujeres. Que la verdadera paz se convierta en nuestra herencia pronto y rápidamente».

Por último Abu Mazen dijo: «Te pedimos, Señor, la paz en Tierra Santa, Palestina y Jerusalén, y para su pueblo. Te pedimos que hagas de Palestina y Jerusalén en particular una tierra segura para todos los creyentes, un lugar de oración y de culto para los fieles de las tres religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo, islam– y para todos aquellos que desean visitarla tal como está establecido en el sagrado Corán. Oh Señor, tú eres la paz y la paz proviene de ti. Oh Dios de Gloria y Majestad, dónanos la seguridad y la salvación, y alivia el sufrimiento de mi pueblo en la patria y en la diáspora».

No fue un encuentro político, ni un coloquio diplomático, y sin embargo qué consecuencias políticas y diplomáticas pueden derivar de un gesto de oración tan sencillo y radical. En esta iniciativa del Papa, en su esencialidad, radica todo su temperamento.
El último acto fue plantar un olivo. Los cuatro hombres tomaron cada uno una pala y removieron la tierra. Con humildad, con practicidad, obedeciendo a otro. Y la tierra responde agradecida.