De izquierda a derecha, Ezio Mauro, Andrea <br>Simoncini  y Alberto Savorana.

«Para él la pregunta era más importante que la respuesta»

Antonella Maraviglia

«Para mí don Giussani es un gran rabino. Traducido, quiero decir profesor, maestro y pensador a la vez. Solo así puedo encajar todos los aspectos de su persona». Dicho por Joseph Weiler, presidente del Instituto Universitario Europeo e ilustre jurista judío, estamos ante una afirmación potente. En la presentación de la Vita di don Giussani en Florencia, Weiler no pudo participar por motivos de salud, pero no quiso renunciar a intervenir. Lo hizo mediante un video que abrió esta velada dedicada al libro de Alberto Savorana, que estaba presente en el acto, acompañado de Ezio Mauro, director de la Repubblica.

Weiler entró inmediatamente en el meollo: «Para don Giussani la pregunta era más importante que la respuesta. Porque para él la respuesta estaba clara, Cristo. Pero no quería que la gente dijera: “Creo en Cristo” de un modo superficial, antes debían sentir su exigencia, su carencia en su propia vida. Solo si se plantean las preguntas de forma integral, la respuesta de Cristo se hace relevante. La especificidad educativa de don Giussani consiste en hacer pensar a la gente, en plantear preguntas: entonces la respuesta, la pretensión cristiana como él la llamó, se aclara».

La “respuesta Cristo” para don Giussani, observa Weiler, no es solo una presencia cognitiva, intelectual, sino una presencia afectiva, integral, que cumple las exigencias de la vida. «Pero no puedo estar de acuerdo con Giussani en que Jesús, la pretensión cristiana, sea la única vía hacia Dios. Como hebreo, estoy convencido de que hay otra vía querida por Dios para llegar al mismo punto».

La intervención de Weiler, muy aplaudida, hizo que Luca, estudiante de Letras, le escribiera luego un largo correo electrónico donde decía: «Me ha impresionado mucho cómo ha terminado. El misterio del doble camino previsto por Dios para los judíos y para los no judíos me llena de silencio. Se lo agradezco, porque me ha permitido entrar en un misterio que está presente en la historia: cuando le miro, me siendo más sinceramente religioso».

Después del hebreo Weiler, tomó la palabra el laico Ezio Mauro, que relata cómo tuvo conocimiento de don Giussani, personal y profesionalmente, veinticinco años atrás. Para Mauro el cristianismo de don Giussani, concebido como acontecimiento – a partir de algo que ha entrado en la historia pero que para realizarse necesita un sí, una aceptación, un acto de libertad –, implica también a los no creyentes «porque el hombre se convierte en protagonista: es como si Dios continuase su creación después del séptimo día».

Pero el director de la Repubblica no es ajeno a las críticas: «Existe una brecha entre la palabra y las obras de Comunión y Liberación, que oculta a su vez una brecha más profunda entre el significado del poder, es decir la posibilidad de hacer las cosas, y la política, la posibilidad de elegir qué hacer. ¿Por qué no decir “basta” a esta separación?». La frase de don Giussani que más le ha llamado la atención en el libro («La falta más grande es no percibir al hombre») animó a Mauro a hacer su propia “confesión” de fe: «No creo que para dar un sentido a la vida haya que buscar forzosamente fuera de nosotros una verdad trascendente, aunque respeto y trato de entender a quien tiene esta visión de la vida. Creo que las acciones del hombre son capaces de dar un valor moral a la existencia. Por la sencilla y profundísima razón de que son humanas».

Aquí se inserta la respuesta de Alberto Savorana. La verdad que Giussani testimonió con su experiencia es que caminar solos, a tientas, o caminar con Cristo no es lo mismo.

El encuentro con Cristo no es el punto de llegada sino el inicio de la lucha
. «Cristo prende en Giussani una llama de conocimiento. Ningún instante es ya banal para el hombre». Tampoco la política, entonces. «Don Giussani, desde finales de los años sesenta, nunca dejó de corregir las reducciones de la experiencia cristiana, la posibilidad de deslizarse del testimonio al poder».

Después de dos horas largas el público seguía escuchando con gran atención. Tanta que era inevitable no constatar, como hizo el moderador, Andrea Simoncini, profesor de Derecho Constitucional, que la de don Giussani es una vida capaz de provocar un diálogo, no necesariamente un consenso, que obliga a tomar posición, que provoca e impacta. Y que suscita una compañía de personas.

Una vida narrada en 1.200 páginas, con la exigencia de explicar quién era aquel hombre gracias al cual para tantos el cristianismo se ha hecho interesante. Muchas veces durante la velada se hizo referencia, incluso bromeando, a la consistencia del volumen de Savorana. También Weiler, al comienzo de su intervención: «Con la mano en el corazón, estoy seguro de que pocos han leído el libro: muy mal, porque no hay una página aburrida». Sin embargo, entre las 1.400 personas presentes, al menos una se ha leído con seguridad el libro entero. Es una amiga de Paolo, una mujer sencilla que trabaja todo el día y que poco a poco se ha ido acercando para conocer a don Giussani después de haber visto su fotografía. Paolo y su mujer le regalaron la biografía en diciembre. Ella seguía las intervenciones de los ponentes aquella noche y viajaba con su mente a los pasajes que iban citando. «Por su forma de leer el libro he podido comprender que verdaderamente ha tenido un encuentro», dice Paolo.

Y es que encuentros hubo muchos en aquella sala esa noche. Priscilla contaba que había invitado a un chico en la universidad, aunque no estaba muy convencida de hacerlo: «Le dije que le invitaba para hacerle partícipe de mi experiencia en el movimiento, porque el encuentro con vosotros, y por tanto con Giussani, me había cambiado la vida. Entonces me responde: “Es que yo soy musulmán”. Yo le dije: “No importa, sigue siendo válido el hecho de que este hombre me ha cambiado la vida”. Y entonces me dice: “Quiero saber cómo”. Así empezó mi testimonio y cuando terminé, comentó: “Mañana por la noche veré por qué has querido compartir eso conmigo”».

También estaba entre el público la chica con la que Mario se encuentra todos los días en el autobús, cuando va a trabajar. Las charlas de primera hora de la mañana, una cordialidad que va naciendo poco a poco y el descubrimiento de que para ella no es fácil fiarse de otros. Además, ya tiene sus propias ideas sobre el mundo. Pero a la invitación de Mario respondió que sí.