Padre Georges en una procesión con niños.

«Por favor, ayudadnos»

Alessandra Stoppa

Las palabras del padre Georges Sabe son una oración continua: «Por favor. Ayudadnos, por favor». Y siempre con gratitud: «Gracias, muchas gracias». Habla español a pesar de que nació y creció en Alepo, desde donde hace unos días lanzó un llamamiento que publicó el periódico italiano Avvenire: «Nos morimos de sed, que el mundo se mueva». Tiene 63 años «ya, pero estoy muy bien, gracias a Dios»; en 1975 abandonó Siria para ir de misión al Líbano, como superior de su orden religiosa, los padres maristas. Pero en 2011 decidió volver a casa para vivir el drama de su pueblo. Habla con Huellas de la vida en una ciudad asediada y asilada, donde su comunidad acoge a los desplazados de la zona septentrional de Jabal el Sayde, invadida por los rebeldes el Viernes Santo del año pasado. Con ellos pasan también la jornada muchos niños de tres años que no han conocido la vida sin guerra.

¿Cómo están?
Muy cansados. Estamos agotados. Aparte del miedo a morir, a perder el empleo o la casa, tenemos bloqueados desde hace mucho tiempo los suministros. Nos cortan el acceso a internet, el agua, la luz. La paciencia de una persona puede afrontar muchas dificultades, pero veo que la gente ya no puede soportarlo más. Basta mirar las reacciones de los niños ante cada estallido, no pueden dormir, ven la angustia en el rostro de sus padres. Hoy por hoy, no hay ni un barrio, ni una calle, que sea segura. En nuestra casa puede caer un bomba de un día para otro.

¿Cómo transcurren sus jornadas?
Salimos adelante con la colaboración de los laicos, y los proyectos de asistencia y educación para los desplazados. Damos clase a niños de hasta doce años, porque muchas escuelas han sido destruidas. Para los adolescentes ofrecemos una actividad extraescolar que se llama Skills school, donde ponen a prueba sus capacidades. Luego tenemos un programa para mujeres que incluye desde apoyo psicológico hasta clases de inglés, informática y trabajos manuales. Además, ofrecemos un servicio alimentario, un reparto mensual a las familias y un plato diario a casi 500 personas; un servicio de asistencia médica en colaboración con un hospital privado; y la posibilidad de buscar locales para acoger a los desplazados. Pero quizá la ayuda más urgente es la de acogerles en nuestra comunidad aunque solo sea para hablar. Vienen aquí a descansar, a beber, a comer, y sobre todo a que les escuchemos. Es un drama inmenso. Necesitamos vuestra ayuda, por favor.

¿A quién acogen?
A cristianos y musulmanes, indistintamente. En nuestros equipos de educadores, voluntarios y médicos, hay muchos musulmanes. Siempre, pero sobre todo en estos largos años de guerra, hemos vivido como hermanos. Es la misma experiencia que viví de joven, cuando tenía compañeros de clase que eran musulmanes. Siempre ha sido así en Siria, la convivencia forma parte de nuestra tradición. Siempre hemos sido un pueblo abierto al mundo, pacífico. Pero ahora la guerra está destruyendo nuestra historia, igual que ha hecho con el patrimonio cultural y arqueológico.

¿Qué valoración le merece esta guerra?
Es algo que no tiene sentido. Es la voluntad de aniquilar a la persona humana y fomentar el fanatismo. ¿Acaso puede tener otro sentido quitar a la gente el agua durante un conflicto? ¡El agua! ¿Qué sentido tiene? Son los rebeldes los que la cortan, luego vuelve después de dos semanas, pero sabemos que la volverán a cortar. Cuando ves a una madre buscando agua en los charcos… ¿qué sentido tiene un castigo así? ¿Por qué castigar a gente que ya ha perdido a sus seres queridos, su casa, su propia historia?

¿Qué puede responder usted ante eso?
Me lo preguntan siempre. Pero mi única respuesta es estar juntos. El otro día estuve con un chico que había perdido a su padre por un atentado en su despacho. No tenía palabras, solo estuve con él. Compartimos nuestras lágrimas. Por favor, ayudadnos. Por favor.

¿Cómo?
Informando. Prestando atención a lo que está sucediendo, al sufrimiento de cada día. Pero sobre todo ayudadnos a conseguir la paz.

¿Cuál es el camino?
Tenéis que ayudarnos a tener la capacidad de dialogar con el que es distinto, a no percibirlo como un enemigo. Ayudadnos a descubrir un camino nuevo, a volver a aceptar la diferencia. Por favor, ayudadnos a ver los hechos de paz.

¿Dónde encuentra usted la esperanza para seguir aquí?
En la experiencia diaria. En el hecho de ver a la gente que lleva consigo el sufrimiento de otros, que ofrece su tiempo y su trabajo gratis. Es un auténtico testimonio de la presencia del Señor en nuestra vida. Cuando veo a una persona a la que le damos pan y se lo da a otro… Llevando la fe dentro de sí y me permiten a mí vivir en la fe. Pero además de movilizarse para ayudar, la gente reza. Reza mucho. No solo como memoria que llega hasta nosotros de la experiencia de los apóstoles, sino porque la fe, la crucifixión y el amor se pueden experimentar hoy.

¿La gente huye?
Todos los días. Hemos perdido a muchos amigos. De la comunidad cristiana, casi doscientas mil personas se han ido, seguramente el 40 por ciento. Se van sobre todo al Líbano y a Turquía.

¿A ustedes les persiguen?
Aquí no. En Alepo no es así. En otras zonas que están bajo el control de grupos fundamentalistas, la situación es distinta. Pero aquí todos estamos sufriendo la guerra, como ciudadanos sirios. No somos perseguidos por nuestra fe. De hecho, en el sufrimiento que estamos viviendo ves la comunión entre los credos. Muchos musulmanes están descubriendo, mediante la ayuda de la Iglesia y de los religiosos, un rostro del cristianismo que no conocían. Yo podré morir, pero no por ser cristiano. Es evidente que en los grupos rebeldes, aunque son muy distintos, hay muchos extranjeros. Quieren imponer un gobierno musulmán, wahabita, salafita, que no tiene nada que ver con Siria.