L'Aquila destruida tras el terremoto.

Algo que nunca cambia

Han pasado cinco años desde el terremoto y es fácil encontrarse con gente que te pregunta: «¿Qué puedes contar?» La primera reacción frente a esta pregunta es: «¿Pero no está ya todo dicho?». Por otro lado, cuando nos hacemos esta pregunta sale, casi instintivamente, responder: «¡Cinco años desde el terremoto y no ha cambiado nada!». No han cambiado los errores de los políticos, hay gente que todavía no ha vuelto a sus casas, muchos siguen sin trabajo, el centro sigue acordonado, el dolor de los que han perdido a sus seres queridos sigue allí, dentro de su corazón. Nosotros, que hemos recibido la gracia de encontrar el carisma de don Giussani, nos hemos dado cuenta de que en efecto, aunque pase el tiempo, siempre hay algo que nunca cambia, pero en sentido positivo: algo que hunde sus raíces en el corazón y que es inextirpable, el deseo de infinito.

Decía una canción de Eros Ramazzotti: «La felicidad nunca es la mitad de un infinito». Si fuéramos leales hasta el fondo con este deseo entenderíamos que no es la casa, ni tener un centro de reuniones, tampoco es la política la que puede responder a este deseo del corazón del hombre. Porque el corazón no se contenta con respuestas a medias. El corazón sigue siendo siempre el mismo, busca un verdadero sentido a lo que sucede. Este infinito es lo que nuestro corazón nos pone delante todos los días allí donde estemos. El corazón lo busca porque busca la belleza, la justicia, la bondad, la verdad.

Inmediatamente después del terremoto, todos necesitábamos una casa, deseábamos un centro de reunión, es decir, un lugar distinto de los centros comerciales, donde poder juntarnos. ¿Y qué queremos hoy? El tiempo que ha pasado ha sido el modo que hemos tenido para entender mejor que somos deseo de infinito. Resulta extraño escribir todo esto, porque de algún modo es algo que recorre toda la arquitectura de nuestra ciudad. L’Aquila siempre nos recuerda que cada uno de nosotros tiene sed: sed fisiológica (la fuente), sed de relaciones (la plaza), sed de infinito (la iglesia). Pero entonces, ¿qué queremos? Queremos este infinito, queremos verlo, queremos que se haga compañero en nuestra vida. Hoy hemos decidido contar algunos hechos en los que este infinito lo hemos visto y tocado, y gracias a eso las difíciles circunstancias de nuestra ciudad y de nuestras vidas ya no nos asustan.

Justo después del seísmo, algunas familias expresaron su necesidad de un lugar donde pudieran estar sus hijos durante la jornada, porque las escuelas estaban cerradas. En el verano de 2009 vinieron desde todas partes de Italia cerca de ochenta voluntarios, profesores y universitarios, para hacernos compañía. El proyecto se llamaba “Volver a empezar por la Belleza. La ciudad de los niños”. Al final del verano, un niño nos conmovió a todos dibujando un corazón “recompuesto”, como si fuera un puzle. Había encontrado un lugar que reconstruía el corazón, que ponía todas las piezas en su lugar. Después de conocer el abrazo de aquellos voluntarios, gracias a su gratuidad, la Ciudad de los Niños sigue funcionando con voluntarios locales como lugar de ayuda al estudio.

Y cómo no hablar de las tres hermanas de la escuela Maestras Pías Filipinas. Después del terremoto podían haberse marchado, su edificio se había derrumbado, pero se quedaron, no querían dejar a sus niños. Ellas también han vivido en caravanas y hoy, aunque tienen mucho miedo a estar solas en esa caseta sin luz en su calle, ahí siguen, siendo para todos nosotros, los padres, una luz en medio de los escombros.

También destacan algunos párrocos que todavía siguen diciendo misa en las tiendas o en pequeños locales, pero siempre con una sonrisa. Como muchas familias jóvenes, que decidieron quedarse aquí, en L’Aquila. Dos amigos nuestros no eran de aquí, estaban viviendo de alquiler, y al principio estaban muy inseguros, no sabían si debían quedarse o volver a su lugar de origen. Ahora están buscando casa, la definitiva. Han encontrado familias que les han acogido y han decidido que esta amistad puede ser un motivo más que válido para quedarse a vivir aquí.

Han nacido numerosos gestos de beneficencia: la recogida de alimentos y de fondos para AVSI, gestos que nos ayudan a volver a donar el abrazo que hemos recibido. El objetivo es trabajar juntos, una compañía de adultos y jóvenes, unidos no por quién sabe qué estrategia sino sencillamente porque han descubierto que si Cristo está en el centro de todo lo que haces, la vida tiene un gusto nuevo.

¿Pero acaso no lo sabíamos ya? El terremoto fue un hecho tan extraordinario que los aquilianos ahora dividimos los hechos de nuestra vida con un “antes” o “después” del seísmo. Ahora entendemos perfectamente por qué fue tan natural para los cristianos decir “antes de Cristo” o “después de Cristo”. El “después” se salva precisamente por ese Cristo que resucita después de haber conocido la cruz y la muerte. Sigue sucediendo exactamente igual dos mil años después.

Tal vez lo mejor de cumplir cinco años desde el terremoto sería tomar en serio este deseo de infinito, ¿pero por dónde empezar? Cada uno debe volver a empezar por sus circunstancias, ya sean alegres o dolorosas. Empezar a dejar de censurar esa profunda inquietud que tratamos de aplacar de mil formas, y de ese modo adherirnos a lo positivo que vemos suceder. Para nosotros, que en el camino de la vida estamos aprendiendo que solo la comunión con Cristo puede llevar a una verdadera liberación de las ataduras engañosas, cada día puede ser una ocasión para verificar si verdaderamente Cristo ha resucitado y hace renacer, o no.
Resulta extraño decir estas cosas en las páginas de un periódico, pero hemos sentido la necesidad de compartir con todos, también con los no creyentes, cómo la esperanza se puede mantener viviendo en un mundo donde todo dice lo contrario. Sencillamente tomando en serio el deseo de infinito que somos y lo positivo que existe. Feliz Pascua.
Angela, Federico, Grazia, Ada
(publicado en el periódico local Il Centro, 18 abril 2014)