Un cementerio del genocidio en Kigali.

«Así hemos vuelto a empezar a vivir»

Paola Ronconi

El 14 de marzo, un tribunal de París condenó a 25 años de cárcel por complicidad en genocidio y crímenes contra la humanidad a Pascal Simbikangwa, que hace veinte años fue capitán de la guardia presidencial de Ruanda. Es la primera sentencia por el genocidio que causó casi un millón de muertos y un éxodo de dimensiones incalculables en apenas cien días. Se cumplen exactamente veinte años. Fue un problema racial, una limpieza étnica, hutus contra tutsis, cuyos orígenes ideológicos se remontan a los primeros años del siglo XX, durante la colonización belga. Precisamente los belgas se apoyaban en la explotación colonial de la etnia tutsi, que mantenía un poder monárquico de tipo feudal en el país. Los hutus, el 85% de la población, tomaron el poder hacia 1960 y allí comenzó una persecución contra sus adversarios, que se vieron obligados a huir más al otro lado de las fronteras para poder sobrevivir. En los años 80 se produjo una auténtica planificación de genocidio contra los tutsis.
El pretexto, el 6 de abril de 1994, fue el derribo en Kigali del avión donde viajaba el presidente ruandés Juvénal Habyarimana, culpable según los extremistas hutus (de su propio partido) de haber cedido a las presiones internacionales que le obligaban a la democratización y a emprender desde 1991 el camino de la reconciliación.
Fue el comienzo de una carnicería a golpe, sobre todo, de machete.
Occidente tardó en entender la gravedad de una auténtica guerra civil. Entre los primeros que condenaron la violencia (quizá el primero que habló de genocidio) destaca Juan Pablo II en el rezo del Regina Coeli del 15 de mayo de 1994: «Siento el deber de recordar, también hoy, la violencia cuyas víctimas son las poblaciones de Ruanda. Se trata de un verdadero genocidio, en el que, por desgracia, también están implicados algunos católicos. Todos los días me siento cercano a ese pueblo en agonía, y quisiera nuevamente apelar a la conciencia de todos los que planean esas matanzas y las llevan a cabo. Están conduciendo el país hacia el abismo. Todos deberán responder por sus crímenes ante la historia y, sobre todo, ante Dios. ¡Basta ya de sangre! Dios espera de todos los ruandeses, con la ayuda de los países amigos, un despertar moral: la valentía del perdón y de la fraternidad».

AVSI fue de las primeras ONG que entraron en territorio ruandés desde Uganda para ayudar a las víctimas del conflicto, sobre todo con intervenciones de apoyo psicológico, empezando por los niños.
Actualmente, Lorette Birara es la representante de AVSI en el país africano.

¿Qué país es hoy Ruanda?
Ruanda ha hecho grandes progresos después y a pesar del genocidio de 1994 en la mejora de las condiciones de vida de la población. De 2000 a 2012 la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad, y también la femenina. Pero, a pesar de un crecimiento económico y un desarrollo impresionantes, en la clasificación de países según el Índice de Desarrollo Humano establecido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que publica regularmente un informe, Ruanda en 2013 ocupaba el puesto 167 en una lista de 187 países, con el 44% de la población bajo el umbral de la pobreza.

¿Dónde se ven actualmente las mayores consecuencias del genocidio?
Hay que entender que el exterminio de los tutsis fue particularmente atroz por el modo en que tuvo lugar. El genocidio fue perpetrado con armas tradicionales (machetes, lanzas, palos con clavos) que dejaron marcas tanto físicas como psicológicas. Esto afecta tanto a los que han sido víctimas en primera persona como a los que los han atendido, familiares o amigos. Es complicado porque las nuevas generaciones difícilmente aceptan y comprenden situaciones de odio entre las familias, o dentro de una misma familia. Muchos se ven implicados en hechos que no tienen nada que ver con ellos, puesto que aún no habían nacido.
El genocidio afectó a todas las familias, tocó a todos de alguna forma. Muchas familias eran mixtas, y los ruandeses vivían juntos en los pueblos, compartiéndolo todo. El que no perdió a un familiar perdió a un amigo. Después vino el miedo a que la tragedia pudiera repetirse. Las nuevas generaciones hacen preguntas y exigen respuestas más elaboradas a medida que comprender la realidad de lo que sucedió en 1994 y sus consecuencias. Todo se hace aún más duro por problemas regionales que son fruto de la inestabilidad causada por el genocidio. Aunque no podemos negar que ha comenzado un proceso de reconciliación, la desconfianza persiste porque las heridas son demasiado profundas. Aún se duda mucho a la hora de acercarse al otro, todos temen que aquel horror pueda volverse a producir.

¿Qué hace AVSI en Ruanda?
La historia de AVSI en este país comienza en agosto de 1994, justo después del genocidio. Al llegar nos ocupamos de los niños, sobre todo con atención psicológica y fisioterapia. Creo que AVSI se ocupó de lo más importante para la reconstrucción del país, que es además lo que mejor sabe hacer: cuidar del corazón y del alma de las personas. El genocidio dejó a los supervivientes destruidos como personas. Haber visto una tragedia así vació la humanidad de la gente. Sin esperanza, sin confianza, sin una perspectiva de futuro. AVSI empezó inmediatamente a reconstruir la humanidad de la gente, de las familias, para devolverles el gusto por vivir, ayudándoles a volver a creer, a volver a tener confianza en sí mismos y en los demás. Les ayudamos a pensar qué había que hacer para recuperar su vida, tanto material como psicológicamente. Sobre todo, AVSI trabajó para devolverles la esperanza a los niños, víctimas inocentes.
Hoy nuestra acción consiste en proyectos de desarrollo en el ámbito socioeducativo y sanitario, con los niños y sus familias, en cinco distritos del país. Nuestro objetivo es mejorar las condiciones de vida de los niños con dificultades mediante la promoción y la educación de su familia, la ayuda económica, y mejorar también la vida de los jóvenes, para que puedan disfrutar de sus derechos fundamentales (que a menudo se quedan en el papel).

¿Desde cuándo está usted allí?
Llegué a AVSI en 2004. Tuve la ocasión de entra en contacto con AVSI en un momento en que empezaba un importante trabajo de apoyo al OVC (Orphans and Vulnerable Children) en la región de los Grandes Lagos (Kenia, Uganda, Ruanda). Tras esta primera experiencia, quedé fascinada porque era la primera organización que daba espacio e importancia a la persona concreta. En mi trabajo, Janviere es la persona que más me llama la atención. Se salvó porque los asesinos de su familia la dieron por muerta. Luego conoció AVSI en un proyecto de rehabilitación de personas con discapacidad, víctimas del genocidio. Todos los intentos de tratamiento para su cuerpo fueron en vano y hoy está completamente paralizada. Pero eso no le ha impedido acoger a otros niños, víctimas de la guerra. Es una madre para ellos. Viven con ella y comparten lo poco de lo que ella dispone. Igualmente, ella sigue viviendo y riendo, y consolando a otros. Siempre me dice que cuando uno es amado vale la pena vivir, sean cuales sean sus dificultades. Hoy, cuando he pasado por su casa, la he llamado y hemos charlado un rato, su sed de vida y su coraje me dan fuerza para afrontar las dificultades.