El encuentro con el arzobispo en Bovisa.

La universidad, el problema de la vida

Davide Ori

«¿En qué sentido el tiempo vivido en la universidad es paradigma de una vida buena? ¿Qué significa que estos años permitan vivir una experiencia de vida auténtica?». Estas preguntas del encuentro organizado por la Diócesis de Milán, concretamente por el arzobispo Angelo Scola, son una provocación para el mundo universitario. Seiscientas personas dirigen su atención a los ponentes, moderados por Giovanni Azzone, rector del Politécnico, que da comienzo a las intervenciones.

El arzobispo de Milán fue el último en tomar la palabra, pero «no soy la guinda del pastel». No tiene ninguna intención de agotar las preguntas planteadas por alumnos, profesores y personal administrativo, sino «más bien señalar los aspectos que más me han llamado la atención, y que me llevan a decir en qué sentido la universidad es un paradigma de vida nueva».
El camino comenzó en un encuentro celebrado ya el pasado mes de noviembre, con la «provocación que implicaba mostrar en qué sentido la vida en la universidad puede ser un paradigma de la vida como tal, dentro de toda la sociedad, a cualquier edad y en cualquier nivel».
El camino continúa, porque «queda otro paso que dar: en qué sentido la palabra “paradigma” encuentra en la universidad un potencial expresivo muy significativo, tanto que os convierta en sujetos de una interacción edificadora de la vida social».
El cardenal retomó algunas de las intervenciones que le precedieron. Como la de Lidia, estudiante de Arquitectura. Al encontrarse con una realidad nueva, la universitaria, le surgieron varias preguntas: «¿Quién soy yo? ¿Qué quiero ser? ¿Qué estoy llamada a hacer?».
«Estos interrogantes son el humus del que nace y se alimenta la universidad», afirma Scola: «Responder significa responder a la unidad de mi persona, de mi yo dentro de la multiplicidad y de la diversidad de tareas a la que la universidad nos conduce». El problema de la unidad del yo es un problema capital para cualquier universidad, subraya Scola, porque es el problema de la vida. «Si falta la unidad de mi yo, ¿cómo puedo mantenerme en pie?». No hay que tener miedo ante estas preguntas, en la búsqueda no estamos abandonados a nosotros mismos: «Contamos con una gran ayuda para esto», explica el arzobispo: «La sorpresa del Dios encarnado. Hay un trasfondo. Y ese trasfondo es el carácter de la sorpresa. Dios nos sorprende todos los días a través de la comunidad cristiana».

La unidad del yo también se persigue a través de una relación. Un tema que los relatos de las diversas intervenciones previas iluminan como el corazón de la vida buena. En particular el de la profesora Eliana Minelli, que comenzó su reflexión, no por casualidad, con un video que mostraba la bienvenida a los de primero en su ateneo. «El factor decisivo de la universidad es la persona, porque es irrepetible», explica Minelli: «De ahí deriva una atención, una pasión, una necesidad de escuchar a los estudiantes, en los profesores y en los alumnos, para el crecimiento de todos».
La universidad es el lugar de la búsqueda, del estudio y de la enseñanza. «Todos debéis encontrar estos tres factores cada día», añade Scola: «De su unión, pues al afrontarlos cada uno se pone delante con toda su persona, nace una communitas entre nosotros».

El tercer elemento señalado por el arzobispo partía de la reflexión de Edoardo Buroni, un joven investigador de ciencias humanas que no sólo describió los aspectos de la vida buena en la universidad, sino también las dificultades: «La rigidez del sistema y la actividad investigadora a menudo parecen estar orientadas tan sólo a conseguir la mayor eficiencia cuantitativa posible, a lo inmediato, y mientras tanto el sujeto queda cada vez más excluido».
Esta afirmación permitió al cardenal abordar el tema de la solidaridad y gratuidad. «No se construye nada sin», explica Scola: «Sin la relación apasionada por el otro, que se deja mover y conmover. También puede haber gratuidad en los libros, hacia el objeto de estudio».

Luego el arzobispo retomó la intervención del profesor de Ingeniería aeroespacial Luciano Galfetti, que había señalado que el punto del que volver a empezar en la universidad es «compartir dudas y preguntas, que representan una oportunidad extraordinaria de encuentro entre la sociedad laica y la creyente». Este encuentro-desencuentro cotidiano en la universidad se convierte en la «posibilidad para que el hombre pueda ser restituido en su plenitud». Precisamente la pregunta sobre el sentido de las cosas es el fin y la orientación del estudio.

«La cultura empieza con el sujeto que se plantea, se pregunta por aquello que le interesa y fascinante en la vida», dice Scola citando a Maritain. Si uno está abierto al bien personal y al común, no tiene miedo a la confrontación. «La verdad no es ante todo el objeto de nuestra investigación, sino que es justo lo contrario: la Verdad viene a nuestro encuentro. Por tanto es algo muy distinto cuando me pongo con el corazón abierto de par en par porque lo que me mueve es una Verdad viva y personal dentro de las circunstancias del estudio y de las relaciones cotidianas».

La última reflexión del cardenal se refiere a la intervención de Ellis Sada, directora de las bibliotecas de la Católica, que había testimoniado la centralidad de la persona en un trabajo de colaboración, como en la construcción del Duomo de Milán. Scola recuerda a este respecto que «la universidad nació como comunidad de estudiantes y profesores». La personalización, la tarea de unificación del yo, que tiene como punto de partida la sorpresa del Misterio, ve al hombre inmerso en una comunidad. «Pero debemos hacer experiencia de que esta comunidad nos conviene. Hay que poner entre paréntesis al yo cuando estudio la química, la física...».
La universidad es un gran recurso, concluye Scola. Y la pasión de la Iglesia consiste en que «vosotros viváis aquí una vida tan buena que pueda ser paradigmática para la ciudad entera, y para el mundo».