Monjes en la plaza.

Un minuto de gracia entre cócteles molotov

Voces desde el Maidan

Entrevista a dos monjes ortodoxos que han intervenido en las protestas de las últimas semanas poniéndose entre los manifestantes y la policía con el objetivo de testimoniar la reconciliación posible.

¿Qué les ha llevado a salir a la calle y hacer esto?
Melchisedek (Gordienko): Hace tiempo vi una foto de Serbia, de un sacerdote que se había puesto en medio, entre la policía y los manifestantes. Me pareció muy hermoso: un hombre solo con el crucifijo en la mano que detuvo a miles de hombres de un bando y de otro. Nuestro monasterio se encuentra muy cerca del epicentro de los acontecimientos. Por la noche, en la iglesia oíamos los disparos y los gritos de la multitud. Cuando supe que en Grusevskij las explosiones estaban provocando amputaciones de manos, pies y ojos a la gente, comprendí que debía estar allí si no quería avergonzarme de mí mismo.

¿Tenía algún plan pensado?
Melchisedek: No, nada. Por la mañana temprano, recé con el padre Efrem y el padre Gavriil, y después de pedir la bendición nos fuimos hacia el Maidan. Ninguno de nosotros tuvo la más mínima duda o incertidumbre. Ningún plan, sólo un objetivo: hacer algo para poner fin a la violencia.

¿Cómo reaccionaron los manifestantes al ver aparecer a unos hombres vestidos con el hábito monástico?
Melchisedek
: Sabíamos que era imposible detener a los manifestantes y a la policía, íbamos dispuestos a afrontar una lluvia de balas y adoquines. Cuando los manifestantes vieron ante sí a unos sacerdotes que se interponían entre ellos y las fuerzas del orden, se quedaron de piedra. Se detuvieron casi inmediatamente. Hubo un minuto de gracia y de razón.
Gavriil (Kajrasov): Algunos se acercaron y nos dijeron: «Mientras estéis aquí no tiraremos piedras contra la policía». Eso nos animó mucho. Pudimos aguantar hasta que cayó la noche, cuando volvieron a lanzar cócteles molotov a las fuerzas del orden. Pero incluso en ese instante muchos manifestantes empezaron a correr hacia el cordón policial pidiéndoles a gritos que pararan, que no atacasen. Algunos se subieron al techo de un autobús quemado para tratar de calmar a los manifestantes, exponiéndose así a sus ataques.

¿Eran conscientes de que estaban poniendo su vida en peligro? A su lado estaban explotando cócteles molotov y granadas…
Gavriil
: Mientras estábamos en pie entre la multitud de los manifestantes y las fuerzas del orden que se cubrían con escudos, a nuestro alrededor no dejaban de explotar granadas y cócteles molotov, efectivamente. A cinco metros de mí cayó una bomba casera que no explotó… Todo alrededor estaba ardiendo y llovían proyectiles, pero aquella bomba no estalló. Si lo hubiera hecho, nos habríamos quemado, pero al caer al suelo se apagó. Entonces me di cuenta de que el Señor nos estaba protegiendo. Luego empezaron a utilizarnos como escudo humano: los manifestantes se acercaban y detrás de nosotros lanzaban bombas y adoquines. En ese momento sentí una profunda amargura por esa gente que, a pesar de todos los llamamientos a la paz, bramaba igualmente pidiendo sangre. Me di cuenta de que los demonios destrozan el alma humana, desatando la rabia y ofuscando el sentido común.

¿Cuándo pensaron que había llegado el momento de irse?
Melchisedek
: Nosotros nos estábamos solos allí, estábamos rodeados de laicos: hombres y mujeres. Estábamos muy atentos para que no les alcanzasen las piedras o los cócteles molotov, porque en aquel momento nos sentíamos responsables de ellos. Por eso, cuando la tensión creció al máximo decidimos alejarnos para salvaguardar a los que se habían puesto espalda con espalda con nosotros. Algunos dicen que sufrimos provocaciones y agresiones por parte de la multitud, otros que la policía actuó con violencia y cometió atrocidades. Yo no puedo decir nada. No queríamos encontrar culpables, queríamos la reconciliación de ambos bandos.

Pero en ese cruce de acusaciones de brutalidad a las fuerzas del orden o a los manifestantes, ¿cuál es su valoración como testigos oculares?
Gavriil
: En el momento de máxima tensión, entre la multitud de los manifestantes salió un hombre. A pesar del frío, llevaba el torso desnudo. Gritaba a las masas y a la policía que pararan, luego cayó de rodillas y se puso a rezar con fuerza. Pero los policías salieron corriendo, le agarraron por los pies y le arrastraron hasta los coches… Intenté detenerles pero fue en vano. Me disgusté mucho por él, me parecía que había sido tocado por la gracia del Señor. Aquí no se puede optar por ninguna de las partes. Hemos visto violencia en ambos bandos: todos están en cierta medida enfermos.

En ese momento, en el centro de la ciudad se congregaron todas las confesiones religiosas. ¿Había hostilidad entre ellas?
Melchisedek
: Mientras estuvimos en la plaza del Maidan, confluyó allí una cantidad innumerable de confesiones distintas: greco-católicos, sacerdotes del Patriarcado de Kiev, católicos latinos y, algo increíble, budistas. Se me acercó un chico que se presentó como Sereza, y me preguntó que si aceptábamos a herejes. «Herejes, ¿en qué sentido?», le pregunté. «Soy baptista», me respondió con una sonrisa. «¡Claro que te aceptamos, ven aquí!». En una situación extrema como la que estábamos viviendo, ¿cómo podíamos pensar en «aceptar o no aceptar»?
Gavriil: A mí incluso se me acercó un judío con la kipá que se puso a rezar en voz baja, a mí lado. Agudicé las orejas y me quedé asombrado: rezaba con nosotros una oración ortodoxa.