Bernard Henri Levy entre los manifestantes de Kiev.

La plaza Maidán no quiere (sólo) ser de la UE

Luca Fiore

Estaba el domingo de la semana pasada en Kiev cuando Bernard Henri Levy pronunció desde el estrado de la plaza Maidan las palabras que luego publicó el Corriere della Sera. Cincuenta mil personas se habían reunido para celebrar la asamblea popular semanal organizada por los manifestantes antigubernamentales. Los políticos de la oposición también acuden a esta cita en la plaza para comunicar los resultados de sus negociaciones con el presidente, Viktor Yanukovic, y sondear la aprobación del pueblo.

La asamblea dominical a la que yo asistí, no suponiendo ninguna novedad sustancial, fue una especie de largo inicio. A diferencia de cualquier otra reunión política en Europa occidental, esta empezó con la intervención de los representantes de las Iglesias ortodoxa, greco-católica, y de los protestantes y musulmanes. Los mensajes eran sustancialmente de carácter espiritual y condenaban cualquier tipo de violencia. Antes de pasar la palabra a los políticos, la plaza rezó el Padre Nuestro.

Vistas desde los medios de comunicación occidentales, las palabras pronunciadas en la plaza Maidan parecen retórica europeísta ya obsoleta. Como si Henri Levy hubiera ido hasta Kiev con la intención de resucitar su propia utopía y alimentar su odio hacia Vladimir Putin. Suele suceder con los comentaristas europeos que todo llegue filtrado por la propia visión política. Raras veces se ponen a favor de alguien, casi siempre en contra de la bestia negro. De modo que las palabras pronunciadas en la plaza Maidan parecen el capricho de un intelectual snob y lo realmente importante es otra cosa.

Pero para alguien que ha entrado en las tiendas instaladas en el campamento de Kiev, que ha hablado con jóvenes y ancianos en la plaza, que se ha subido en las barricadas para ver desde lejos el despliegue de los Berkut, esas palabras suenan de un modo muy distinto. «Vosotros tenéis, pueblo de Maidan, un sueño que os une, y vuestro sueño es Europa. No la Europa de los burócratas, la Europa del espíritu. No la Europa cansada de sí misma, que duda de vuestra vocación y de su propio significado, una una Europa ardiente, apasionada, heroica. (...) Una Europa que para todos significa libertad, gobierno justo, lucha contra el Estado canalla de los oligarcas, ciudadanía. Vosotros dais cuerpo al proyecto europeo».

Los ucranianos que he conocido, cuando dicen que quieren ser un país europeo, no piensan en primer lugar en un país de la Unión Europea. La Europa que quieren es la que reconoce la dignidad y la libertad de cada hombre, y que ha permitido el nacimiento de la democracia moderna. ¿Cómo se entiende eso? A quienes les preguntas por qué están en la plaza responden: «Porque esoy en contra de la violencia» y hablan del “despertar” de las conciencias del entumecimiento post-soviético que resulta ya insostenible.

Los que tienen más dificultades actualmente en Ucrania son los políticos de la oposición que se dan cuenta de su incapacidad para responder a las exigencias de la plaza. No tanto porque carezcan de programas adecuados (también, tal vez) sino porque lo que está en juego es mucho más que eso. Se puede entender viendo la energía de los voluntarios que trabajan en las cocinas, en la enfermería (auténticos hospitales de verdad), la vitalidad de la vida cultural en la plaza. Los que están dando vida a esta ciudad desean que el espíritu de gratuidad y solidaridad nacido en el espacio creado por las barricadas sea la semilla de una nueva Ucrania. No es algo que se pueda generar con la realización de programas electorales sino con un nuevo modo de vivir dentro de la sociedad.
La verdadera paradoja de lo que está sucediendo hoy en Kiev es que los que hoy bajan a la plaza quieren resistir «hasta la victoria», una victoria que nadie tiene muy claro qué significa, porque la nueva Ucrania no es simplemente el resultado de un nuevo presidente. Pero por otra parte, los que han aplaudido con entusiasmo las palabras de Henri Levy saben también que ya han vencido, porque el despertar del pueblo es ya en sí mismo una victoria. Esta es la cuestión de la vida: no permitir que una vez despiertos vuelvan a caer en el entumecimiento de siempre. Para eso hace falta energía humana. Muchos la buscan en la oración. Es una partida que se juega en el corazón de cada uno de ellos. A nosotros no nos queda más que intentar no dejarles solos.