Un momento de las vacaciones.

“Nosotros bailamos no para estar contentos, sino porque ya lo estamos”

Alicia Saliva

Ciento cincuenta universitarios, de Argentina y de Paraguay, hicieron sus vacaciones en una localidad de la provincia de Córdoba, Los Molinos, en el mes de enero. De esos días, escribo aquello que quiero conservar en la memoria sobre lo visto y oído. Fue muchísimo, no se puede reflejar todo, pero sí algunos puntos que significaron para mí un "trecho de camino", como diría el Papa, en estas vacaciones.

Fue mirado y entonces vio. Fuimos siguiendo a lo largo de estos días el manifiesto de Navidad y la carta que envía Julián Carrón después de su encuentro con el Papa. Leíamos un fragmento a la mañana y dejábamos una pregunta muy concreta para el día. Se notó un trabajo personal y cotidiano, cuando en la asamblea unos veinte chicos, entre ellos muchos nuevos, quisieron contar su experiencia, muy concreta y en todos los casos con un juicio o una pregunta que les había provocado lo vivido.

Nicolás contó en la asamblea algo que todos vimos: cómo algunos quisieron ayudarlo a subir la montaña, llevándolo apoyado en sus hombros. Dijo que porque él había sido mirado en las vacaciones de forma diferente, podía mirar de otra forma. A mí esa ayuda me llegó igual que a Nicolás, a través de tantos testimonios.

Como dijo el Padre Mario, se vio en cada gesto que ustedes prepararon – gestos de la noche, cantos, juegos, servicio de orden, fiesta, excursión – un cuidado y un amor a uno mismo y al otro que nacía de una experiencia presente y ya vivida. Fue claro en muchos momentos, comento uno. La primera noche las chicas de la residencia de Santa Fe pensaron algo para nosotros, y fue recibirnos en su casa y querer que participáramos de la experiencia que ellas hacen cotidianamente. Por eso hicieron una llave para cada uno con su nombre, que llevaba atada una frase de Benedicto sobre la casa. Adornaron todo el salón con las cosas con las que viven todos los días, un enorme trabajo, todo dibujado y recortado en papel (ropa, utensilios de cocina, etc.) y sacaron a la luz toda nuestra creatividad haciéndonos interpretar un cuento por equipos. Gaby, una de ellas, me decía luego que habían querido justo eso, mostrar cómo la residencia les ayuda a salir de sí, a mirar al otro, a volver constantemente a la realidad.

La vida de tres hombres fue marcando las vacaciones: el Cura Brochero, el Papa y San Roque González de Santa Cruz. Dedicamos un gesto a cada uno, como dijo la mamá del chico que recibió el milagro de su curación por el Cura Brochero, fueron “amigos especiales”, padres que conocimos mejor durante esos días, y compañía para toda la vida.
Ya desde los cantos brocherianos con que se abrió el primer gesto, y de manera muy especial en la primera Misa que fue una verdadera fiesta, los cantos fueron un punto fundamental en estas vacaciones.
Nos vimos haciendo la experiencia, todos (fue unánime el comentario) de cuánto nos conmueve la belleza del canto. Ceci dijo que ella, al prepararlos, dijo un pequeño sí del que nació una catarata de síes (desde Paraguay y desde Argentina) y ella grabó todas las voces y las fue enviando. Fue un sí personal, sin el cual no hubiera existido lo que pasó delante de nuestros ojos. Y a la vez, nos decía Ceci, en el coro es muy evidente que uno solo no hace nada.

Y fue llamativo que Francisco, amigo de Ceci, dedicado a la música, hablase de cuánto le había impresionado el silencio que se hizo en la montaña. Dijo en la asamblea que hacer silencio con otros le había resultado una actitud muy activa, porque hacer silencio era dar lugar al otro. Y José María contó sobre un músico que no trabajaba sólo las notas sino los silencios que hay en medio.
En la excursión, a medida que íbamos subiendo, se veía un frente de tormenta. El guía nos dijo que teníamos que estar atentos a ese frente, si se acercaba no podíamos seguir hacia el cerro de la Cruz, pero si se mantenía en el lugar, sí. Eso nos hizo mirar, aguardando de la naturaleza los signos que nos dijeran cómo movernos. Y nos dimos cuenta de que esa obediencia a la realidad era a favor nuestro. Al igual, dijo Pablo que él seguía los pies del que iba delante, fijándose dónde apoyaba, pero no de cualquiera, tenía que ser alguien que supiera escalar.

También Bruno habló de la obediencia. La noche de la excursión nos quedamos en el refugio, y se armó una fiesta muy linda, con cantos y bailes de ambos países. Incluso la banda de músicos “Como vos quieras”, de Paraguay, dijeron que sí para tocar en medio de todos, como contó Alejandro: “al dar un sí, se formó toda una fiesta.” Pasada la medianoche, y en lo más álgido de la fiesta, Juanka dio el aviso de terminar la fiesta, y rezar juntos. Bruno dijo en la asamblea que todos los placeres suelen exagerarse, y lo que había significado obedecer esa indicación. Porque nosotros “bailamos no para estar contentos, sino porque ya lo estamos”. Somos preferidos, dijo Francisco, después de estos días mentiría si dijera que no lo experimenté.

Quienes vinieron por primera vez hablaron sobre todo de ese estar contentos, que veían en los otros y que descubrían en sí mismos. Azul dijo que le resultaba extraño, incluso si se le acababa el agua en medio del cepillarse los dientes, no se dejaba de estar contenta. Gabriela hizo la pregunta: ¿de dónde me viene esta felicidad? Francisco dijo que él veía cocinar a los once adultos que dieron su disponibilidad para cocinarnos durante toda la semana, con mucha alegría, cuando él en su casa lo hacía a disgusto. Los percibió como una compañía para su día a día: “Cristo no me soluciona la vida, sino que me acompaña a encontrar respuesta a mis preguntas”. Igual Cecilia, que vino con muchas inquietudes y tristezas, se dio cuenta de que todo le llegó más allá de cómo estuviera ella. Entonces “miro la montaña y digo, no tengo la respuesta, pero delante de esta belleza no tengo miedo de caminar”.

La cocina suscitó en todos una unánime sorpresa. Cada vez que llegaban a las mesas los platos preparados con tanta dedicación, muy ricos y abundantes, generaban aplausos. Los once cocineros, al mando de Roxana, habían pensado cada plato con anticipación. Incluso Roxana los practicó en su casa antes de llegar a las vacaciones, para medir el tiempo de cocción y que el gusto fuera del agrado de los jóvenes. Paz dijo que sintió hasta en la comida que hay algo más. “La comida tenía tan buen sabor que uno la podía disfrutar. Puedes engañar a tu corazón, pero cuando se va educando, después de probar lo bueno, hay cosas que no le bastan”. Mame dijo que él había estado en un hotel cinco estrellas, pero que ésta era realmente comida de cinco estrellas.

La fiesta final fue de lujo. Rodeando el aljibe, en el patio central, se pusieron guirnaldas, se armó una pantalla donde se pasaban las fotos de las vacaciones, ya seleccionadas, todo un artilugio tecnológico armado por Juan Pablo y sus amigos, y hubo cantos y baile (¡hasta un tanguito!) de ambos países y una muestra de teatro de Paraguay. Fue una fiesta pensada y querida por los que la organizaron, con cotillón incluido, que se quedaron preparando hasta altas horas de la madrugada del día que salían de Paraguay. Una fiesta bien de ellos, pero distinta, donde quisieron mostrar que también puede ser atractivo y no descontrolado lo que ellos viven en los boliches.

Termino con algo muy cierto que dijo una de las chicas: esta experiencia no va a ser suficiente el día de mañana, porque yo quiero seguir sorprendiéndome. Renovar el deseo, después de estos días no dudo en poner la firma otra vez en este encuentro, porque vuelve a pasar.

Eso me pasó a mí en las vacaciones, de nuevo mi nombre fue pronunciado muy fuerte, a través de gestos contundentes y de pequeños detalles. Y quise entrar en diálogo con Quien lo volvía a decir una y otra vez desde temprano en la mañana. La alegría que siento es Su cercanía.