El encuentro organizado por el Centro cultural <br>Piergiorgio Frassati en Turín.

Esa insobornable dependencia de la realidad

Francesca Mortaro

«Reseñar el libro escrito por una persona querida supone siempre correr un gran riesgo. He perdido a muchos amigos por este motivo». Gianni Riotta trató ya de poner en guardia a Alberto Savorana cuando, hace casi un año, recibió las pruebas de su libro sobre don Luigi Giussani. Pero Savorana respondió con entusiasmo a aquella provocación: «Acepto el desafío». Y ahora que el texto está a disposición de todos, los dos viejos amigos han querido encontrarse en Turín para presentarlo públicamente y confrontarse juntos con la vida de este gran hombre y testigo.

«Habría que leerlo quitándose de encima todos los prejuicios. Tanto los positivos como los negativos», es la invitación que Riotta brinda tanto a los más críticos con Comunión y Liberación como a los miembros del movimiento. «La de Savorana es una obra monumental, que nos restituye a todos nosotros un personaje muy distinto del que retratan los medios». Un hombre que tuvo que enfrentarse con problemas, que sentía la dramaticidad de la vida, que a veces fue rechazado, que revolucionó algunas prácticas sociales consolidadas, como la de llevar de vacaciones a chicos y chicas por separado, que definió a Pier Paolo Pasolini como el único intelectual católico italiano de su tiempo. «Del libro emerge don Giussani, no un objeto de polémica. Se describen aquí muchos momentos de su vida, incluidos muchos muy divertidos», continúa Riotta: «Y junto a todo esto, se presenta un cuadro fabuloso de la sociedad italiana, una profunda mirada hacia la historia de nuestro país». Pero el aspecto más importante, según el periodista de La Stampa, no es el gran valor histórico y cultural que tiene el texto en sí mismo, sino sobre todo el hecho de que indica, con extrema precisión y fidelidad, la dirección originaria de don Giussani: la radicalidad del anuncio cristiano y la figura de Cristo.

«La única consideración que quiero hacer a mi amigo Alberto», reconoce Riotta, «es la de ser un escritor demasiado cercano al movimiento y a don Giussani. La cercanía es una desventaja porque nos puede hacer pensar que ya lo sabemos todo y por tanto nos hace el trabajo más difícil. A pesar de esto, Alberto ha sido capaz de retirarse a un lado para fiarse totalmente de los documentos y testimonios». «La cercanía no es una desventaja, querido Gianni», responde inmediatamente Savorana, «cuanto más conoce uno el objeto del que está hablando, tanto más se agudiza la inteligencia, la capacidad crítica y la apertura a acoger todo lo que le sale al encuentro. En estos cinco años de trabajo, he descubierto que don Giussani es mucho más que lo que yo había visto con mis propios ojos».

En las páginas del libro hay una vida que excede por todas partes, pero que al mismo tiempo va tejida por un hilo sutil y tenaz: la feroz dependencia de la realidad. «Don Giussani ama el estudio, pero en un momento determinado», continúa Savorana, «durante una confesión se encuentra con un chico que blasfema y, en vez de ponerse a predicar, le desafía: ¿no sería más grande amar el Infinito que odiarlo?». Sin miedo, sin prejuicios, obedece a ese chaval y se da cuenta de que, antes que el paraíso de la teología, es más grande preferir el purgatorio de la vida con los jóvenes. Y empieza a hacer lo mismo con todos: jóvenes, ancianos, ateos y creyentes. No quiere que nadie se pierda la belleza del cristianismo. «Durante toda su vida», concluye el autor de la biografía, «don Giussani medita sobre la experiencia del inicio, y nunca deja de remitir a Él. Por eso, como recordó el entonces cardenal Joseph Ratzinger en su funeral, podemos considerarlo un padre».