A la izquierda, el padre Aldo Trento.

«La potentísima presencia del Misterio»

Centros Culturales
Maurizio Vitali

«Morir cantando / quiero morir cantando / Para encontrar a Cristo / quiero morir cantando». Palabras y notas de una canción escrita por un enfermo de cáncer pocas horas antes de morir en una clínica situada en las periferias de lo humano, el hospital para ancianos que dirige el padre Aldo Trento en Asunción, Paraguay. Notas que invaden una sala llena de gente que ha venido para volver a escuchar el inagotable testimonio de este misionero de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, que hace 23 años dejó los valles de Belluno para convertirse en un guaraní entre los guaraníes, llevando consigo tan sólo su amistad con don Giussani y una depresión de aúpa. La canción suena antes de empezar el acto en el Centro Cultural Don Renzo Fumagalli, en la localidad italiana de Cambiago. La interpreta una joven cantante, pero es como si su voz brotara del alma herida y alegre del padre Aldo, que ahora apenas goza de un hilo de voz «que Jesús me concede para que hable de Él».

El padre Aldo tiene 66 años, no son muchos, pero más que los años pesa en él la enfermedad, y le pesa su cuerpo, que «parece de cemento armado». Avanza a paso lento, con la cabeza inclinada sobre el cuello, como si le costara trabajo mantenerla levantada. «Dios mío, ¿cuándo me liberarás de este cuerpo? Pero mi cabeza está lúcida y mi mano derecha funciona. Puedo pensar y escribir: Dios ha sido incluso demasiado bueno conmigo».

En Cambiago el padre Aldo dio comienzo a un tour de diez días por toda Italia, para decir que «la enfermedad es una Gracia. Estoy contento de tenerla, porque me obliga a situarme, a mirarle a Él, a verle en acción, a darme cuenta de que el mundo entero gira en torno a Él y que las cosas buenas van adelante porque Él las lleva adelante». «Allí donde es grande la impotencia física», afirma: «es potentísima la presencia del Misterio», y añade una suerte de eslogan muy propio de él: «El más desgraciado es el más amado».