El concierto “Hemos recibido un Espíritu de hijos”.

«Llevo conmigo sus canciones»

Alessandra Stoppa

«En nuestra casa hay realmente un granado». A mitad del concierto, la sencillez de un hijo que ofrece desde el escenario la verdad de las palabras de su padre. Lo más bonito es que Benedetto puede decir eso de La canzone del melograno como de cualquier otra de las canciones de su padre, Claudio Chieffo, cantautor fallecido hace seis años. «El gran poeta de nuestro pueblo», decía de él don Giussani. Sus canciones están hechas de carne, plasmadas todas en la realidad de la vida, en rostros y hechos. Benedetto es el segundo de los tres hijos de Claudio y es profesor de enseñanzas medias. Está muy agradecido por el don de su «papá», por haberle podido dar las gracias antes de que muriera y por poder seguir haciéndolo, llevando al mundo esa música que habla de él y de Él, del Dios que Claudio encontró, testimonió y esperó durante toda su vida.

Esta espera que no termina nunca y que nunca está vacía es lo que impresionó a Lucía y Sara, las dos amigas que organizaron esta velada el sábado 11 de enero en Milán. «La idea de este concierto nació una calurosísima tarde del pasado mes de junio, en un diálogo entre nosotras», cuenta Lucia Margiotta desde el escenario del teatro del Rosetum. «Perdí a mi padre hace dos años y todos los días me pregunto y busco signos de su presencia en mi vida». Hace un tiempo, oyó cantar a Benedetto y quedó impresionada: «Me preguntaba cómo podía estar en pie, delante de tanta gente, y cantar tan conmovido lo que su padre había escrito. Me preguntaba qué tipo de relación era la que mantenía ahora con su padre, cómo estaba, ahora, presente en su vida». Con su amiga Sara le buscó para conocerle. «Es impresionante cómo un perfecto desconocido puede ser amigo tuyo de repente, cómo puedes reconocerte “junto” con él, como alguien tuyo, en busca de la misma verdad que buscas tú». En esas preguntas que la vida hace surgir con fuerza.

«Durante la enfermedad y subida al Cielo del padre de Lucía», continúa Sara Petazzi, «empecé a ver que nos conviene no huir de las circunstancias, sino usarlas como ocasión para caminar. Lo que le sucede a uno puede ser ocasión para mí. No puedo ahorrarme el trabajo de buscar la Verdad. Ahora estoy más inquieta y más atenta, también a cómo la relación con el padre terreno es emblemática de la relación con el Padre celestial. Y me pregunto: ¿cómo vivo yo la heredad de los hijos de Dios?». Esta pregunta se convirtió en el título de la velada: "Hemos recibido un Espíritu de hijos". Con el subtítulo: «La vida que quiero es una verdadera vida. Una vida que mira a la cara a la verdad», una frase tomada de la autobiografía de María Valtorta: «De pequeña empecé a entender mejor lo que quería decir “Dios es padre” mirando a mi padre. La medida de la bondad del saber, del amor de Dios, la alcancé comparando a mi padre terreno con mi Padre celestial. Y amé a Dios porque entendí qué quería decir ser Padre».

El concierto tomó forma gracias a la iniciativa de Lucía y Sara, pero sobrepasaba más allá de sus fuerzas y capacidades: «Cada detalle, desde la imagen a la organización, ha ido por el cauce adecuado. Entonces comprender que una belleza así es dada». Esa noche todo hablaba de un don. La amistad entre Chieffo y Paolo Vites, escritor y periodista que presenta el diálogo con Benedetto. Para su primera entrevista, Claudio invitó a Vites al monasterio benedictino de la Cascinazza. «Quería mostrarme dónde estaba su corazón». Años después, le pidió que presentara el último libro sobre él en Forlì. Vites fue, pero Claudio tuvo que permanecer en cama por una recaída en su enfermedad. «Sin embargo, me dijeron que aquella noche no dejó de preguntar por mí, quería llamarme para saber si estaba bien, si había llegado, si necesitaba algo… ¿Qué persona gravemente enferma puede preocuparse tanto por un amigo?». Vites habló de su padre, marinero, que puso en su corazón la belleza y la nostalgia del mar, habló de la paternidad, no de la de sangre, sino de quien es padre de aquellos a los que encuentra, como para él fue Claudio. Luego se dirigió a Benedetto: «¿Estar aquí es un modo de llenar la nostalgia de tu padre?».

«Todos los años estudio con mis alumnos la Odisea», responde: «Cuando los pretendientes invaden el palacio, Telémaco está allí, mirando, “los ojos del alma”, dice Homero, fijos esperando su regreso. El deseo del regreso del padre es lo más fuerte que llevo dentro de mí. El dolor por la falta de mi padre es enorme y cantando no puedo colmar su ausencia. Pero vuelvo a oír su voz». Habla de los miles de kilómetros que Claudio recorría para encontrarse con la gente, de la desilusión de su hermana cuando supo que los demás «papás» no iban por ahí de gira con la guitarra, del dolor infinito cuando la enfermedad empezó a impedirle conducir, y de cómo en ciertos momentos «por descuido mío» sus canciones se convertían en una medida sobre sí mismo. «Pensaba: qué lejos estoy de lo que dicen… Mientras tanto, ahora me estoy dando cuenta de que en ellas siempre prevalece una mirada de misericordia». Esa mirada es lo que quiere ofrecer al público que va a verle, acompañado de dos jóvenes talentos, Pietro Beltrami al piano, y Paolo Forlani a la guitarra. Algunas canciones son muy conocidas, otras son inéditas, que aparecerán recogidas próximamente en un disco. Cada una va dedicada. A su mujer. A sus hijos. A rostros concretos: su amigo Pigi Bernareggi, Francesco De Gregori, Rocco Buttiglione, Giovanni Riva, Van Morrison, la madre de don Giussani, Giorgio Gaber, sus amigos del teatro del Arca, el pequeño Benedetto que no dormía nunca. Y los pensamientos se convierten en alguien… Durante la velada se lee también un fragmento de la biografía de Giussani, que habla así del padre: «Es el signo inmediato del misterio que nos ha hecho. Digno o no, no importa, lo que importa es que es signo».

Su última canción la escribió Claudio cuando ya estaba siempre en cama por la enfermedad: La fuente regala sus aguas / incluso en la noche negra y oscura. / Es certeza que aparece y reaparece… / Llévame, llévame a mi casa. / Llévame, que cuando venga quiero verle llegar. La casa siempre está presente en sus textos. El deseo de regresar a un abrazo ya encontrado. «Eso es la casa, el lugar donde soy acogido y amado», dice Benedetto: «Es un fuego que sigue llameante, y yo no puedo hacer como si no lo hubiera visto. Es un lugar que conozco. Pero que no conozco...». La vida eterna enamoró a Claudio porque la vio y la tocó. Ha cantado sobre un granado que existe verdaderamente. Es el abrazo del Destino. Que se desvela poco a poco.