Esos porqués que nacen entre el fango

Niccolò De Carolis

«Ha sido una mezcla de sufrimiento y gracia de Dios». El padre Cristian, de 31 años, siempre ha vivido en la provincia de Olbia, justo donde el ciclón Cleopatra dejó su rastro más dramático tras su paso por Cerdeña. Nos cuenta cómo vivió las horas de emergencia, su carrera hacia la parte alta de la ciudad, su visita a la gente que ha quedado sin hogar, la «alegría al ver la solidaridad y las ganas de ayudar del pueblo sardo». Y también nos habla de las preguntas de los fieles de su parroquia, esos «porqués» que no le dejan tranquilo.

¿Dónde se encontraba cuando comenzó el aluvión?
Mi iglesia está en el Puerto de San Pablo, a las afueras de Olbia, pero el lunes por la noche, cuando empezó a llover con fuerza, yo estaba en la ciudad. Llevábamos varios días de mal tiempo, pero en aquella jornada las precipitaciones se hicieron particularmente intensas y los ríos se desbordaron inundando las calles. Me refugié en una zona elevada donde esperé hasta medianoche, cuando las lluvias amainaron y las principales vías de comunicación se reactivaron. Entonces pude llegar con cierta facilidad a mi parroquia, que por fortuna no había sufrido daños.

¿Cómo fue el día siguiente?
Nada más levantarme, volví a Olbia para visitar las zonas más afectadas. El agua, que había llegado a superar los dos metros de altura, había derribado varias casas y por las calles había montañas de objetos: desde móviles a televisores de plasma. Todo para tirar. La gente trataba de recuperar lo máximo posible, sobre todo las cosas de más valor sentimental y también económico. La última vez que la ciudad había sufrido de este modo fue hace casi cuarenta años, pero entonces no hubo muertos. Esta vez, desgraciadamente, ha habido nueve víctimas sólo en nuestra ciudad.

A todos ha conmovido el caso del padre que murió con su hijo cuando intentaba salvarlo. ¿Cómo se puede estar ante un hecho así?
Eso es lo que estos días me pregunta la gente con la que me encuentro: ¿por qué Dios permite que sucedan estas cosas? ¿Por qué los niños y las familias, que son precisamente los preferidos de Jesús? Son preguntas que también me hago yo. Creo que la muerte y estos cataclismos naturales son el mayor signo de que somos incompletos y que la plenitud sólo está en Dios. A las personas con las que dialogo les respondo que yo también estoy en camino para poder descubrir el sentido de todo esto. Quizás no tengamos una respuesta completa hasta que Dios no nos la entregue cuando estemos frente a Él.

¿Qué significa para usted “estar en camino”?
En la vida y en la gente hay un misterio que nunca se conoce totalmente. Cada día existe la posibilidad de dar un paso en el descubrimiento de uno mismo frente a Dios.

¿Qué es lo que más le ha impactado de estos días?
Me vienen a la mente dos episodios. El primero, de gran sufrimiento, cuando antes de cerrar los féretros nos despedíamos por última vez de los dos niños que han muerto. Estaba con otro sacerdote franciscano y juntos quisimos dar un abrazo a las familias y una caricia a las víctimas para manifestarles aunque sólo fuera una brizna del amor de Dios hacia ellos. Un amor que les ha acompañado en vida y que les seguirá acompañando ahora.

¿Y el otro?
El segundo hecho es ver cómo nuestro pueblo inmediatamente volvió a levantarse, animado por un deseo inextirpable de ayudar a los demás. Han surgido gran cantidad de organizaciones y recaudaciones: por ejemplo, de ropa y de productos de limpieza, porque ahora el trabajo principal es limpiar de fango las casas. En la iglesia de la Sagrada Familia se reparte comida caliente a cientos de familias que trabajan de la mañana a la noche para que sus hogares vuelvan a estar habitables cuanto antes. También fue inesperada la ayuda de muchas personas adineradas que no son originarias de nuestra isla pero que igualmente han querido poner a nuestra disposición sus casas de vacaciones. Ha sido verdaderamente una sorpresa: los sardos les miramos como gente que quiere disfrutar de nuestra tierra. Todos estos hechos me llenan también de alegría porque son signo de una presencia.