«Tocamos la carne de Cristo»

Una semana después de que el supertifón arrasara la parte central de Filipinas, en la ciudad de Cebu las cosas parece que empiezan a volver a la normalidad, a excepción del bloqueo de la energía eléctrica y del mal funcionamiento de las telecomunicaciones. Pero si subimos cuatro horas de camino hacia el norte, los daños causados por el tifón se hacen evidentes. Lo mismo podemos decir si nos trasladamos también cuatro horas pero hacia el este, en la isla de Leyte, o dos horas más de camino desde allí, hacia la isla de Samar. Son las tres zonas que más han sufrido los efectos del Haiyan. Al menos por el momento, pues todavía no se han evaluado los daños en otras zonas. Y tampoco es fácil saber cuándo lo podrán hacer, puesto que las líneas de electricidad y comunicación siguen sin funcionar y eso hace muy difícil tener información de las periferias.

En las zonas afectadas, casi no quedan casas en pie, los árboles han volado, los postes eléctricos están rotos y algunas vías son intransitables. Preocupa mucho la situación en las zonas de montaña, a las que ya es difícil acceder en condiciones normales. Las fuentes oficiales dicen que durante los tres días siguientes al tifón en la ciudad no había nada que comer y la gente tenía que ir a pedir comida a los pueblos vecinos. Algo que no es posible en las zonas más alejadas.

En la ciudad de Tacloban se han disparado los problemas de orden público, la gente con tal de sobrevivir ha empezado a robar y a usar la violencia. Las iniciativas humanitarias realizadas en otras zonas de Leyte no se han podido poner en marcha en este ciudad por el caos generados por la gente que se llevaba todas las cajas o material de socorro que veía a su alcance. Además, aunque este problema se ha focalizado sobre todo en Tacloban, también otros lugares como Samar o Leyte empiezan a sufrirlo. En estas zonas la población está formada mayoritariamente por agricultores que han perdido toda su cosecha. Las primeras informaciones hablaban de la situación lamentable en que vivía la gente. Entre los escombros y en calles impracticables se encuentran carteles donde se puede leer «Ayuda», «SOS», «Necesitamos comida».

Aquí, en la ciudad de Cebu, las parroquias piden donaciones. Las empresas privadas ofrecen ayuda material y también las asociaciones, los grupos, las organizaciones y los medios de comunicación recogen fondos. La ciudad se ha convertido en un puesto de evacuación para los habitantes de las zonas de Samar y Leyte, que han llegado aquí en un avión militar. La idea es construir un campamento para los que no tienen amigos ni familiares en Cebu. También se ha convertido en un lugar de asistencia sanitaria para los heridos, enfermos y moribundos.
En Tacloban están empezando a llegar portaaviones con material de ayuda y vemos helicópteros que van y vienen de las zonas afectadas por el tifón.

En Manila, el gobierno central ha decidido tomar el control de la gestión del desastre. Al recibir una gran ayuda económica por parte de varios países, ha desarrollado un plan más organizado para hacerla llegar a las zonas afectadas. Nos conmueve la cantidad de dinero que llega de la comunidad internacional. Sin embargo, la mayoría de la población es escéptica respecto al modo en que el gobierno lo gastará. Es comprensible, dada la confusa situación política filipina. Justo el día del tifón, el Senado abrió la investigación sobre la trama de corrupción "Pork-barrel", que implica a un grupo de políticos acusados de utilizar fondos de ayuda al desarrollo para sus propios intereses personales.

Las víctimas se están impacientando porque la ayuda a esta gente no parece ser el principal problema del Estado. El agua, los alimentos, las medicinas están saliendo con retraso y en cantidades insuficientes. Los que más están ayudando en este momento son los responsables de las acciones caritativas eclesiales y algunos voluntarios.

Además del relato de los hechos, me gustaría contaros también lo que le pasó a mi amiga Cheryl, que trabaja como médico internista en el puesto de socorro del hospital más grande de Cebu. Durante un turno, la llamó la enfermera porque una joven pareja se había presentado de urgencias. No notó nada grave en su aspecto físico, así que le dijo a la enfermera que les hiciera pasar a la sala de espera o bien les mandara a casa. Ella le respondió que venían de Leyte. Entonces se dirigió directamente a la pareja. La mujer estaba pálida y en estado de shock, el hombre era el único que podía hablar. Las únicas palabras que pronunció fueron: «Ya no tenemos nada», y ambos se pusieron a llorar. Además de la ayuda material, las víctimas necesitan tener a alguien que les mire a la cara y les dirija la palabra.

Ha pasado una semana y lo que más nos sostiene es la invitación del Papa Francisco a rezar y dar una ayuda concreta a las víctimas. Él fue el primero en comprometer una ayuda económica. Y sigue pidiendo a los fieles que recen por nosotros. Su testimonio es para nosotros un desafío aún más fuerte que el tifón. Dice el Papa: «Dígame, cuando usted da limosna, ¿mira a los ojos de aquél a quien da limosna?», y prosigue: «Y cuando usted da la limosna, ¿toca la mano de aquel a quien le da la limosna, o le echa la moneda? Este es el problema: la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres». Provocadoras palabras que resuenan en estas otras de Benedicto XVI: «Quien cree nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte».

Con este mensaje evidente de esperanza por parte de nuestros queridos Padres, no puedo hacer otra cosa que recordar y revivir en la carne lo que escribía Péguy: «La fe no me sorprende. No me resulta sorprendente. Resplandezco tanto en mi creación (dice Dios). En el sol y en la luna y en las estrellas. En todas mis criaturas. Y en el hombre. La caridad, dice Dios, no me sorprende. No me resulta sorprendente. Estas pobres criaturas son tan desdichadas que a menos de tener un corazón de piedra, cómo no iban a tener caridad unas con otras. Cómo no iban a tener caridad con sus hermanos. Cómo no iban a quitarse el pan de la boca, el pan de cada día, para dárselo a desdichados niños que pasan. Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. A mí mismo. Sí que es sorprendente. Que esos pobres hijos vean cómo van las cosas y crean que mañana irán mejor. Eso sí que es sorprendente y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia. Y yo mismo me quedo sorprendido. Y mi gracia tiene que ser en efecto de una fuerza increíble».

Esto es lo que pedimos: encontrar a alguien que haya encontrado esta gracia increíblemente fuerte, ese amor tan grande que pueda llevar a todos esta Esperanza.
Os pedimos que nos tengáis en cuenta en vuestras oraciones.
>Gabriel