El barrio de Morro dos Cabritos, Copacabana.

Sharlene y «esa fe que yo aún no tengo»

Caroline Battista

Son las 10.30 horas de una mañana de domingo. Una veintena de personas se ha dado cita en la Capilla de San Benito, situada en el barrio de Morro dos Cabritos, en Copacabana. Desde hace varios años, se reúnen una vez al mes. Son amigos que, en grupos de dos o tres, se han comprometido a entregar alimentos básicos a algunas familias del barrio.

Es su forma de vivir la caritativa, el gesto educativo propuesto por Giussani para que el hombre aprenda a donarse, como signo de gratitud por todo lo que recibe. Un acto de caridad para ayudar a los demás, pero sobre todo a sí mismos. En esta caso, al entregar los alimentos, el verdadero objetivo es acercarse a las familias para experimentar esto que Giussani llama «la ley suprema de nuestra existencia», es decir, «compartir el ser con los demás, entregarse a uno mismo en comunión».
Los alimentos se recogen gracias a donaciones por parte de amigos y, a veces, de algunas empresas. Se almacenan en la sede del movimiento en Copacabana y el sábado anterior al reparto un grupo de voluntarios se reúne para organizar las cajas, clasificadas por tallas S, M y L, en función de las dimensiones de la familia. Si falta algo, van personalmente al mercado para comprar lo que hace falta para completarlas.

Andreza Matias Gomes de Souza, de veintiún años, lleva una vida muy difícil. Desde hace dos años recibe la caja y no sólo agradece la ayuda recibida, sino la oportunidad de encontrarse con nuevos amigos. Andreza perdió a sus padres adoptivos cuando tenía quince años y tuvo que buscarse la vida ella sola. Las circunstancias que ha tenido que atravesar hablan de depresión, hambre y muchas otras dificultades. Hoy es madre de tres hijos – Natalie (cuatro años), Victoria (seis) y Tales (uno) – pero a pesar de sus numerosos problemas, tiene una gran sonrisa en su rostro y un corazón lleno de sueños.
Uno de ellos es retomar los estudios e ir a la universidad para llegar a ser ingeniera o enfermera. Actualmente trabaja haciendo la manicura y en cuanto pueda le gustaría abrir un pequeño salón de belleza en su casa. «Cuando recibí la caja por primera vez, no sabía de dónde venía. Pensé que podía ser un regalo de la guardería de la escuela, donde estuve trabajando y dando catequesis, pero luego volví a recibirlo, y pensé: ¿quiénes serán estos que me buscan y me traen comida? Al mes siguiente, una chica del movimiento que me había traído la caja me explicó todo y me habló de la caritativa. Me hace sentir muy feliz que la Iglesia se acuerde de mí. Me siento muy agradecida porque estas personas son voluntarias de corazón. Lo que más agradezco, más aún que la ayuda que recibo, es tener a estos amigos».

Voluntaria desde hace más de seis años, Rafaela Vasconcelos habla de la belleza que este gesto ha adquirido con el tiempo. «Conocí el movimiento en 2006 y empecé a hacer la caritativa con un grupo de chavales en una residencia de Morro dos Cabritos. Pasábamos tiempo juntos, hacíamos excursiones, todavía hoy mantenemos el contacto y soy madrina de confirmación de uno de ellos. Viví un tiempo en España y allí fue donde empecé a hacer la caritativa con el Banco de Solidaridad, y sigo haciéndolo ahora en Río desde que volví. Lo más sorprendente es que siempre entro en una casa con la intención de ayudar, pero luego veo que se trata de algo que es para mí. Es para mí, me ayuda a mí. Lo que acontece es la mirada de Cristo hacia el otro».

Luciana Batista es una de las coordinadoras de esta caritativa, ayuda a establecer el calendario de entrega de las cajas, organiza el contacto con los voluntarios y clasifica los alimentos. «Para mí, la caritativa es uno de los instrumentos que nos propone Giussani para educarnos en el amor verdadero, para enseñarnos a querernos unos a otros realmente, sin esperar nada. Esto podría parecer un cliché, pero con el tiempo uno entiende que en realidad es justamente así. Confieso que tuve grandes dificultades al empezar, quería evitar que se convirtiera en una imposición, una obligación. Sin embargo, después de unos meses, un simple sí a un amigo me hizo entender que esto me ayuda de verdad a estar ante la vida. Frecuento esta caritativa desde hace casi dos años y visito a la misma familia una vez al mes para llevarles alimentos. Puede parecer poco, pero es suficiente para establecer un contacto con ellos». En esta familia, la madre se llama Sharlene, está casada con Eduardo y tiene tres hijos: Renato, Renata y William. Todos aún muy pequeños. «Al principio de nuestros encuentros, nos daba un poco de vergüenza, no nos sentíamos cómodos, y no hablábamos mucho. Las visitas no duraban más de quince minutos. Pero, con el paso del tiempo, hemos adquirido una cierta familiaridad, charlamos mucho, conversaciones de un mes entero que se concentra en un día». Luciana testimonia así lo que decía don Giussani: «La caridad es la ley del ser y precede cualquier simpatía o conmoción. Por tanto, hacer algo por los demás tiene un valor en sí y puede hacerse incluso despojado de cualquier entusiasmo». Y el cambio se hace posible: «Pero lo que más me impresiona, mes tras mes, es el hecho de que siento una verdadera necesidad de ir. En un primer momento sentía una cierta inadecuación, y luego al ver todo lo que necesitaban quería de pronto ayudarles, resolver sus problemas, sacarles de allí. No hace falta mucho para entender que incluso resolviendo todos sus problemas, no se habría resuelto el gran problema de su vida, el problema real de la vida. Por eso me conmueve tanto ver cómo Sharlene educa a sus hijos, cómo se tratan, cómo se quieren, cómo a pesar de la dura realidad en la que viven Sharlene cree cada vez más en Dios, ¡y le da las gracias! Creo que lo que le hace estar tan agradecida es la fe que yo aún no tengo. Por eso cada vez se hace más fuerte en mí la idea de que la caritativa no significa sólo llevar alimentos a estas familias, sino llevarles ese abrazo, esa mirada que un día pude experimentar yo y que desde entonces llevo conmigo para siempre. Pero, al contrario de lo que se podría imaginar, a menudo son ellos los que me miran así a mí, lo que me abrazan, y no yo, como pensaba al principio. De modo que mi necesidad de encontrarme con ellos es la necesidad de encontrarme con Cristo. Tengo necesidad de Él, y esta necesidad se hace más evidente cuando se acerca el día de la caritativa y crece en mí el deseo de volver a verles».

En el mes de julio, Johhanes Hugel, que había participado en la Jornada Mundial de la Juventud, miembro del grupo Youcat, responsable de la catequesis de los jóvenes, participó en la caritativa y en la visita a una de las familias. Su testimonio después de aquello no era diferente al de otros voluntarios. «Ha sido impresionante ver la expresión de felicidad de sus rostros. Y me he dado cuenta de que lo que les hace felices no es el alimento, sino la compañía. Lo importante es llevar a Cristo».