Inmigrantes en Lampedusa.

Una esperanza para las costas europeas

Anna Minghetti

El Santo Padre se conmovió públicamente por los náufragos de Lampedusa. Luego visitó a los habitantes de la isla en su primer viaje oficial allí. Era el día 8 de julio. Pero la llegada de inmigrantes desde África y Oriente Medio han continuado y, después de la última tragedia (anunciada), Europa parece haberse dado cuenta de que esa frontera italiana es mucho más que una frontera. Es acogida y es recinto vallado, es mano tendida y es cortejo fúnebre. Es frontera italiana, pero también europea.
Hoy la inmigración parece volver a ocupar el centro de las agendas políticas e internacionales, y se descubren nuevas categorías de inmigrantes. Personas obligadas a movilizarse a causa del hambre, del clima, de la violencia… inmigrantes irregulares, y también niños. Todas ellas categorías que quedan fuera de las convenciones de Naciones Unidas, tanto de la dedicada a los refugiados de 1951, como del protocolo de 1967 o la declaración de derechos de los trabajadores migrantes y sus familias de 1990.
Hablamos de lo que está sucediendo y de lo que se podría hacer con monseñor Silvano Maria Tomasi, nuncio apostólico y observador permanente de la Santa Sede en la ONU y en las organizaciones internacionales con sede en Ginebra. Sobre este tema ya habló el pasado 2 de octubre en la ciudad suiza durante la celebración de 64º Comité Ejecutivo del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), cuando habló de una irrenunciable «necesidad de esperanza».

Excelencia, ¿quiénes son los nuevos inmigrantes? ¿Por qué huyen de sus países? ¿Qué se está haciendo para protegerles?
Se calcula que hay cerca de cien millones de personas que se han visto obligadas a abandonar su casa para tratar de sobrevivir físicamente en otra región o en otro país. Entre estos inmigrantes, hoy nos encontramos con nuevas categorías: personas que tienen que marcharse por cambios climáticos, como es el caso del Sahel, o por problemas de violaciones sistemáticas de los derechos humanos y actos de violencia, como hemos visto en los últimos meses en algunos países africanos. O como vemos en Siria, donde grupos de oposición al gobierno contribuyen a crear una situación tan conflictiva que no hay posibilidad de seguir viviendo allí. Por eso la comunidad internacional se encuentra ante flujos migratorios nuevos, numéricamente consistentes, sin disponer de instrumentos jurídicos adecuados para responder a ellos. Sin embargo, existe un criterio humanitario de solidaridad que obliga moralmente a los Estados a ofrecer una solución a estas personas. Por una parte, es necesario un salto cualitativo y creativo para desarrollar medidas que obliguen a la comunidad internacional a actuar. Por otra, hay que educar a las poblaciones de los países más desarrollados en la acogida. No sólo como un deber humano, sino también por propio interés, porque los países europeos, a pesar de la crisis económica, necesitan mano de obra. Hay un conjunto complejo de causas y factores que debemos tomar en consideración si queremos comprender lo que está sucediendo. Por tanto, en primer lugar hay que tomar conciencia de la complejidad de los movimientos migratorios actuales, y después desarrollar, mediante una educación masiva necesaria para que luego la política pueda empezar a responder, una forma concreta de acogida. Y que la política, por otro lado, sepa también mirar un poco más allá, es decir, prevenir.

¿Y en Lampedusa qué es lo que está sucediendo?
La palabra que usó el Santo Padre Francisco fue “vergüenza”. El caso de Lampedusa es excepcional, porque el número de muertos es altísimo. Pero pensemos cuántas personas han muerto en los últimos años en otras muchas situaciones similares: personas que pasaban del Cuerno de África a Yemen, o atravesando el desierto de Arizona desde México a Estados Unidos, o los que intentaban llegar a Australia desde Myamar. Son sólo algunos ejemplos que indican que nos encontramos ante un fenómeno global, que nace de las desigualdades sociales y de un cierto rechazo a querer llegar hasta la raíz de los problemas. No basta conmoverse ante una tragedia, aunque eso es noble, ni responder sólo incrementando el control fronterizo. Hace falta entender por qué estas personas dejan sus países, a sabiendas de que ponen en peligro su vida. Es en este punto en el que es necesario actuar. Y luego hay que ver si los países que deberían ser más democráticos pueden ser en cierto modo cómplices – uso una palabra fuerte – a causa de políticas económicas limitadas al propio interés, sosteniendo regímenes que producen cientos de miles de refugiados.

Hacía usted referencia a la palabra del Papa Francisco: «Vergüenza»...
Me parece que esa expresión es un reclamo a un examen de conciencia para todos. Un reclamo a cada uno de nosotros sobre la propia responsabilidad: esta situación no se puede tolerar porque va en contra del derecho humano fundamental, que es el derecho a la vida. Frente a esta situación cada uno de nosotros, en la política, en la Iglesia, en el trabajo, en el barrio de una ciudad, tiene una cierta responsabilidad de ser solidario y crear un contexto que pueda dar respuestas útiles y concretas para la prevención de tragedias similares.

En su intervención ante las Naciones Unidas del pasado 2 de octubre, subrayó la necesidad de ofrecer a esta gente «algo de esperanza para el futuro». ¿Qué quiere decir dar esperanza? ¿Y desde dónde se puede partir?
Hay que mirar de forma muy concreta cada una de las distintas situaciones. Para los cientos de miles de mujeres, niños y hombres que están saliendo de Siria, la esperanza es encontrar una solución consensuada, negociada, que ponga fin a la violencia que desde hace más de dos años sacude a su país. Hay que buscar una forma política que permita crear una sociedad más igualitaria para los países de África, como Somalia o Eritrea, donde además de la violencia de las armas hay un grave problema de desempleo. La esperanza, sobre todo para los jóvenes, consiste en recibir una buena educación, de modo que pueda encontrar un trabajo o crear empleo ellos mismos. Esto no es imposible, pero hay que ayudarles a encontrar los medios, las capacidades, la tecnología capaz de competir en el contexto internacional. Así es como se da esperanza. Si dejamos las cosas como están, no contribuimos a abrir un horizonte más sereno, a mostrar una brizna de esperanza a estas personas que, con un poco de esperanza, estarían más dispuestas a permanecer en sus países, en vez de marcharse a un lugar desconocido y alejado de las personas que quieren.

También habló de solidaridad, de la acogida que esta emergencia ha suscitado como respuesta en los países de llegada. ¿Qué es lo que usted ha visto? ¿Qué se podría hacer aún?
Existe la responsabilidad inmediata de hacer que las personas que lleguen desesperadas a las costas europeas puedan encontrar unos modelos de acogida adecuados: un lugar para dormir, alimentación, atención sanitaria. En este punto, la promesa de la Unión Europea de proporcionar recursos financieros a Italia para agilizar las estructuras de acogida me parece que es un paso concreto y positivo. En segundo lugar, habría que encontrar el modo de proporcionar acceso a vías legales para moverse entre países, para evitar estos casos de personas tan desesperadas como para pagar sumas exorbitantes a traficantes de carne humana. La tercera cuestión de fondo es afrontar la raíz de las causas. Empezar a confrontarse para ayudar a las poblaciones de estos países a encontrar una solución, mediante el intercambio de experiencias, el desarrollo de la economía local, facilitando el comercio con ellos en función de productos que puedan tener. Se trata por tanto de una acción a todo campo, que engloba a los países de origen, las estructuras de acogida, la creación de una mentalidad para que estas personas que llegan no sean vistas como una amenaza para nuestras comunidades. De hecho, los nuevos solicitantes de asilo y protección son como la luz roja que hace saltar las alarmas de que hay algo en el sistema que no funciona. Tenemos que trabajar para que haya una política de inmigración adecuada a la globalización actual.