Un momento de la peregrinación.

Los pies se nos iban solos

Clara Fontana

«Mamá, dice César que si os venís a Fátima». En plena vorágine de vuelta al trabajo, entre las mil cosas que conlleva septiembre, ¿hay quien se complica la vida organizando una peregrinación? La verdad es que lo primero que me surgió ante la propuesta sencilla de mi hija fue la misma sencillez de reconocer cuánto necesito pedir, cómo me corresponde vivir como un mendigo. Y me atrae cada vez más estar cerca de gente que vive así, hasta el punto de “complicarse la vida”. La panda que ha maquinado esta peregrinación es gente que vive de la presencia del Señor y que necesita volver a verle y que con toda libertad ha invitado a sus amigos. Por eso mismo tantos hemos secundado su iniciativa, sin pararnos a pensar mucho (¿cuál es el plan?, ¿quién va?, son preguntas que vinieron después del “sí”).
Y realmente éramos una extraña banda: un gran núcleo de profesores y familias del colegio Newman, bachilleres y universitarios de las más variadas procedencias, algunos del Kolbe, los del CEPI, gentes necesitadas de diversos lugares y – ¿cómo no? – niños, muchos niños. ¿Qué teníamos en común? Nuestra necesidad y la experiencia de algo grande que ha pasado en la vida y nos rescata, el encuentro con el Señor. Como decía César el viernes al llegar, reunidos después de rezar el rosario a la luz de las velas en la capilla de las Apariciones y tras admirar a la Virgen en procesión, «aquí venimos a pedir la fe, lo único necesario para vivir. Sólo cuando vuelve a suceder Jesús, vuelvo a reconocerme yo mismo». O, traducido al lenguaje de los organizadores al firmar los e-mails previos a la peregrinación, éramos “basura llamada a algo grande”.
Fátima ha sido una sorpresa constante. La primera sorpresa, la unidad que se ha respirado entre gente que, en muchos casos, no nos conocíamos o apenas hemos tenido relación y también, quizás aún más fascinante, entre quienes llevamos años de amistad a nuestras espaldas. A los que nunca habíamos estado en Fátima el lugar nos ha sobrecogido, otra sorpresa. El aire que se respira está lleno de una presencia inefable, tiene algo de sagrado, se palpa la fe.
El plan ha sido muy sencillo. Hemos participado junto con el resto de peregrinos de las más diversas procedencias en el rezo del rosario y la procesión de la Virgen el viernes y el sábado por la noche; era impresionante el silencio, la intensidad de tanta petición, la catolicidad que se expresaba en las diferentes lenguas y sensibilidades, con el mismo corazón, la misma necesidad puesta delante de María. ¡Qué sencillo resulta rezar el rosario! No requiere un esfuerzo de imaginación ni de genialidad particular. Basta tener tu necesidad en la mano y seguir las palabras del avemaría, el padrenuestro, las letanías, que se cargan de peso y significado según se van desgranando.
El sábado por la mañana nos reunimos en la gran explanada del santuario para rezar laudes. A continuación tuvimos la fortuna de celebrar una preciosa eucaristía, en la que Luismi, aquel chico de Vallecas tan sencillo y discreto (madre mía, lo que hace el Señor con los que se dejan), hoy sacerdote de la Fraternidad San Carlos Borromeo y responsable del movimiento en Portugal, nos regaló un impresionante relato sobre lo que sucedió en Fátima en 1917. Es de esas (pocas) veces en las que no quieres que se acabe la homilía y todos salimos de allí con el corazón a mil, dando gracias por estar allí en ese momento. Luismi es párroco en un barrio de Lisboa y su parroquia está bajo la advocación de los beatos Jacinta y Francisco. Esto, junto con la pasión por conocer este emblemático lugar para los portugueses, le ha llevado a ser un gran conocedor de la historia de Fátima. Nos decía que el mensaje de la Virgen era muy sencillo, más allá de los famosos “secretos”: era una llamada a la conversión, esa extraña palabra que luego explicó. Y la conversión no requiere de una inteligencia especial o de Dios sabe qué otros requisitos, tanto es así que Ella se la encomendó a tres niños, pastores analfabetos en un rincón perdido del mundo: Lucía, Francisco y Jacinta, ¡10, 8 y 7 años de edad! La historia es conocida por muchos; la Virgen se les apareció por primera vez el 13 de mayo de 1917 y sucesivamente los seis meses siguientes, siempre el día 13 excepto en el mes de agosto en que los niños habían sido encarcelados y no pudieron acudir a la cita ese día, apareciendo la Virgen el 19 en otro lugar cercano a Fátima. Lo que la Virgen pidió resumidamente a los niños fueron tres cosas: que rezaran mucho, que lo hicieran de modo especial por Rusia (¡los niños ni siquiera sabían qué era Rusia!) y que hicieran penitencia por los pecadores por los que nadie rezaba. Las autoridades de la época habían promulgado una legislación muy intolerante respecto a la libertad religiosa, que prohibía las manifestaciones religiosas públicas. Este hecho provocó el encarcelamiento de los niños, bajo siniestras y cobardes amenazas, si no cejaban de decir cosas “absurdas” sobre la Señora, como ellos la llamaban. Los propios niños, tras salir de la cárcel, pidieron a la Virgen algún signo para que ayudara a que la gente les creyera y Ella les prometió hacer algo el día de la última aparición, el 13 de octubre. Ese día el lugar se llenó (literalmente, había unas 50.000 personas) de todo tipo de gentes, muchas de ellas escépticas y dispuestas a mofarse de los pobres incultos. Luismi explicó los fenómenos que sucedieron, que fueron recogidos por la prensa de la época y por todos los que se hallaban allí aquel día.
Lo más impresionante es que esos hechos extraños, sobrenaturales podríamos decir, no forzaron la libertad de nadie, pues no bastaron para que se produjera la conversión mecánica de quienes los constataron, que fueron todos los asistentes. Siempre hace falta una libertad que acepta ceder o no. De hecho, que el sol baile haciendo círculos no es más milagroso que tantos testimonios que caracterizan la vida de esta bendita compañía que es la Iglesia. ¡Y cuántas veces no los vemos, no nos cambian! Salimos de allí directos a pedir de rodillas ante las tumbas de los pastores, Lucía, Francisco y Jacinta, la misma sencillez que es la única condición para ceder ante el milagro, para volver a reconocer la presencia del Señor. En esos tres niños Luismi nos señaló tres aspectos que describen la experiencia cristiana: en Francisco el amor a la oración, la contemplación que te abre a la belleza de Cristo; en Jacinta, la caridad, la preocupación por quienes nos rodean, por los más necesitados, que le llevaba a regalar su merienda (¡7 años!) a otros como penitencia por aquellos por los que nadie reza; en Lucía, el testimonio, la misión. A ella la Virgen le dijo que Francisco y Jacinta irían pronto al Cielo (murieron a los dos años de estos acontecimientos), pero a ella le pedía que esperara “un poquito” (murió con 93 años) para contar a todos lo que Ella les había dicho y mostrado. No queríamos que Luismi callara, tan precioso fue su relato. Después de la misa, los pies se nos iban solos a rezar en las tumbas de los pastores y en la Capilla de las Apariciones.
Y la propuesta continuaba sin solución de continuidad: ¡a comer a la playa! La verdad es que hacía bastante calor y no lejos de Fátima está el Atlántico. Estuvimos en una de esas magníficas playas portuguesas, la de Nazaré, en las que de verdad te das cuenta de lo que es el mar (y de la “mala leche” que puede llegar a tener). Hacía un día magnífico, comimos juntos un menú mucho más que digno preparado por los organizadores, les plantamos cara a unas olas tremendas (algunas nos dieron a nosotros más bien), jugamos…, en fin, un gozo estar juntos y disfrutar del último baño.
Esa noche, tras el rosario, hubo un rato de cantos juntos, en el que algunas “viejas glorias” nos retiramos a descansar. Y todavía algunos recorrieron de rodillas el camino que conducía a la Capilla que recuerda el lugar exacto donde apareció la Virgen. La verdad es que los pies se te van hacia allí cada vez que entras en la explanada del santuario. Al día siguiente, misa en la basílica con otros peregrinos, confesiones, más pedir y un último vistazo a la preciosa imagen de la Virgen, elaborada con las indicaciones que dio Sor Lucía.
Nos reunimos para rezar el Ángelus por última vez antes del viaje y reconocíamos los frutos más preciosos de ese bendito “complicarse la vida”: la alegría que se dibujaba en todas las caras era manifiesta y esa familiaridad entre nosotros y con el Señor que no es menos sorprendente que el que la Virgen se aparezca a tres pobres niños en un rincón perdido de Portugal para lanzar un mensaje al mundo entero. Con esa alegría y abandonados en manos de María hemos vuelto a la tarea, llenos de agradecimiento por este fin de semana precioso.