Don Luigi Giussani.

Lo único que le importaba

Anna Minghetti

«¿Por qué le esperaban así?». «Porque creo en lo que digo». El periodista titubea un momento, y luego insiste. «¿Y ya está?». «Sí». Y la mirada de don Giussani se alza con una sonrisa. Este fragmento del video que dio comienzo a la presentación del libro Vita di don Giussani, en el Teatro Eliseo de Roma, basta para explicar por qué ayer volvía a haber tanta gente que de nuevo le «esperaba». Realmente podían “esperar a alguien” porque, como recordó en su saludo inicial el presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, Julián Carrón, el método elegido por el autor de dar la palabra directamente a su protagonista permite que cualquier pueda «entrar en relación directa con don Giussani».

La presentación de esta biografía en Roma corrió a cargo del cardenal Marc Ouellet, prefecto para la Congregación de los Obispos; Ezio Mauro, director de La Repubblica; y Salvatore Abruzzese, profesor de Sociología en la Universidad de Trento.

Ouellet comenzó con una cita de san Pablo: «Ya vivamos o muramos, somos del Señor». De este modo enfocó inmediatamente hacia el punto central: el hecho de que don Giussani miraba siempre y sólo al Verbo encarnado. Todo lo demás que nació de su vida no fue más que una consecuencia de su mirar a Jesús. Porque, recordó el cardenal citando al propio Giussani, «fuera del acontecimiento cristiano no se comprende qué es el yo». El estrecho vínculo entre el hecho de Cristo y el sentido más profundo del hombre llevó al fundador de CL a combatir contra la distinción entre fe entendida como mera práctica exterior y vida vivida, generando así «un método original y provocador que obligaba a los jóvenes a tomar posición» y que permitía ver la verdad de la fe a partir de lo que se vivía. Pero, añadió Ouellet, cuanto más Giussani meditaba y mostraba el misterio de Cristo, más subrayaba la importancia de la Iglesia. Por eso tomará el nombre de Comunión y Liberación, que «traduce muy bien la pertenencia a Cristo y a la Iglesia». Y porque, como diría a propósito de este mismo nombre el entonces cardenal Joseph Ratzinger, la libertad, para ser verdadera, necesita la comunión con la verdad misma, con el amor mismo, con Cristo. Ouellet quiso destacar la necesidad de leer la biografía entera para ver cómo se desarrolló y a dónde llevó cada uno de los episodios de la vida de Giussani: de las lecciones a las cartas, de las enfermedades a los duelos, incluso los encuentros ocasionales. «De nuevo es él quien nos alcanza desde dentro y más allá de esta biografía, para comunicarnos la única cosa que le importaba: la unión con Cristo».

A este «cristocentrismo» de don Giussani también se refirió Mauro, para inmediatamente indicar cómo el acontecimiento de Jesús hecho carne necesita del hombre y de su «sí» ante este hecho, llamando en causa a su libertad. En todo el libro, subrayó el director de La Repubblica, está presente este Dios-persona que se puede encontrar y que te cambia radicalmente la vida. Don Giussani afirmaba que «nosotros hemos sido creados para anunciar la venida de Cristo. Si nos olvidamos de Cristo, el cristianismo queda reducido a cero». Mauro, recordando su propio punto de vista como laico, quiso evidenciar los elementos que le separan y los que le acercan a lo que afirmaba el fundador de Comunión y Liberación. Si bien por una parte negó la existencia de verdades absolutas, en cuanto que todas las verdades son relativas, y el hecho de poder dar un significado a la vida del hombre sólo con una respuesta trascendental, por otra reconoció que comparte la constante tensión de Giussani a «vivir intensamente lo real» y la conciencia de que «si queremos que el mundo cambie, algo debe cambiar en nosotros mismos». Para terminar, señaló los puntos donde el sacerdote pone en evidencia la misericordia de Dios, en detrimento de la condena, porque «la mayor carencia es no percibir al ser humano».

Salvatore Abbruzzese destacó que este libro no sólo relata los hechos sino que también los interpreta. Justamente porque don Giussani era el primero en «leer siempre lo que sucedía», estableciendo constantemente un nexo entre pensamiento teórico y experiencia personal. Esta atención a lo cotidiano no podía más que desembocar en la atención al otro, cualquiera que fuera ese otro, y mirar cualquier situación como una ocasión para responder a Cristo. «Cada uno de nosotros, haciendo lo que tiene que hacer, realiza algo mucho más perfecto que una obra de arte». La intención de don Giussani no era recuperar una hegemonía eclesial, empezando por el hecho de que cuando comenzó su obra las iglesias no estaban precisamente vacías, lo que deseaba era una experiencia auténtica que tomara en serio las necesidades del hombre. El ambiente que le rodeaba sólo podía cambiar mediante un nuevo conocimiento del hombre y de sus necesidades más verdaderas y profundas. Por tanto, la cuestión no era cambiar el mundo – esto llegaría sólo como algo «secundario» –, sino «hacer la Iglesia», remitiendo a la experiencia de los apóstoles y al cristianismo primitivo. No era un proyecto lo que estaba en juego, sino un camino educativo que partía de un interés hacia el otro.

Para concluir, tomó la palabra el autor de la biografía, Alberto Savorana, que agradeció la intervención de los ponentes «porque me hacen caer en la cuenta de que este libro es demasiado poco respecto a toda la vida que esta vida generó». Por último, deseó a los presentes que pudieran hacer la «misma experiencia fascinante que he vivido yo». Con una única advertencia: no basta leer, hace falta estar disponibles para «revivir la misma experiencia humana, de razón y de fe» que don Giussani vivió.