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Davide Perillo

Causaba impresión volver a ver su rostro en el Aula Magna de la Universidad Católica de Milán. Una gran impresión. Aquí es donde don Giussani dio clase durante más de veinte años, encontrando a miles de jóvenes a los que apasionó y educó en la fe. Aquí se ha presentado ahora su biografía, escrita por Alberto Savorana. Cinco años y medio de duro trabajo sobre una mole de documentos, textos inéditos y testimonios que sólo pensarlo causa escalofríos. Todo eso destilado en un volumen de 1.300 páginas que refleja la misma mirada de la portada del último número de Huellas.

Casi dos mil invitados se dieron cita en Milán para la presentación, repartidos entre el aula magna y varias salas conectadas, para seguir el acto a través de pantallas. Después de la introducción de Monica Maggioni, directora de RaiNews24, que habló de «palabras dirigidas al momento actual y a cada uno de nosotros», se emitió un video que recogía algunos momentos de la vida de Giussani: las aulas del Liceo Berchet, el vía crucis en Varigotti, los encuentros con Juan Pablo II, el Meeting de Rímini, los Ejercicios espirituales… En total, seis minutos, pero suficiente para conmover.

El primero en intervenir fue Franco Anelli, rector de la Católica, que «nunca [vio] a Giussani en persona», pero que ha podido conocerle en gran medida leyendo este libro, «un mosaico fruto de un trabajo paciente y duro», del que emana con claridad la parábola de la vida de un sacerdote «nacido y crecido en la Iglesia ambrosiana», que fue un maestro para muchísimos chicos en estas aulas («la universidad fue parte de su historia, y nos dejó una herencia que no olvidaremos»), al ser un hombre «guiado por el atractivo de Cristo, un ejemplo de abandono al estupor de Su presencia».

Siguió el saludo del cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, leído por su vicario, monseñor Luca Bressan, que se refería a su «querido don Giussani» como a un «educador y pensador (…) marcado por Jesucristo y por ello fuertemente apasionado por el hombre en su totalidad y por todos los hombres». Recorrer la vida de Giussani, en palabras de Scola, quiere decir no sólo ayudar a comprender «un periodo extremadamente significativo de la historia reciente de la Iglesia», sino también destacar «el carácter tenazmente ambrosiano de toda su obra», porque él «siempre se sintió hijo de nuestra Iglesia». Al saludo del cardenal, Bressan añadió algunas observaciones centradas en «el criterio que siempre usó don Giussani» y que en cierto modo constituye también un eje de este libro: el paulino «valoradlo todo y quedaos con lo que vale».

Luego tomó la palabra Julián Carrón que se refirió al «egregio trabajo» de Savorana como un «intento irónico, usando una expresión muy querida por don Giussani, de dar a conocer su figura». Pero la mole de documentos y el rigor del método muestran toda «la seriedad de este intento»: quien lo lea, podrá descubrir que «don Giussani es mucho más que esa imagen que cada uno conserva en su memoria». Gracias a este libro, podremos ver «cómo él afrontó el problema del vivir, qué significó para él creer en Jesucristo y en qué puede convertirse una persona aferrada por Cristo», cómo el cristianismo puede despertar «toda la razón, la libertad y el afecto de un hombre». Pero para aprender, avisa, no basta con leer: «Toda su densidad sólo estará al alcance de aquellos que estén dispuestos a hacer en primera persona su misma experiencia humana y de fe».

Después llegó el turno de los tres invitados principales. Paolo Mieli, presidente de RCS libri y ex director del Corriere della Sera, habló de una «curiosidad que se transforma en emoción» al leer el libro: «Pensaba encontrar una especie de homenaje a una persona muy amada, sin embargo es un libro que servirá a los historiadores, pues ocupa con todo derecho un lugar en la historia de nuestro país». Mieli habló también de la ternura que emerge de las imágenes de Giussani recogidas en el libro, del Giussani joven que se encuentra con los jóvenes, del clima que supo crear a su alrededor, de los años que Mieli definiría «del cemento, en el sentido de que estableció relaciones que luego nada pudo desgastar». Pero atención: que nadie espere «una reproposición dulzona», un Giussani «llevado en palmitas o reconocido más o menos por todos, como puede suceder ahora»: Giussani entró en la vida pública italiana «decididamente, como cuenta él mismo, como una provocación. Supuso un golpe tras otro. Causó un impacto cultural, social y civil todo menos suave. Sabía que lo que quería llevar era un mensaje que introducía una batalla por Cristo».
Habló de los años setenta, de las campañas de prensa contra CL, de los asaltos a las sedes. Lo hizo como alguien que estaba «al otro lado», y que hoy dice que «nunca podré hablar a nadie de CL sin pedirle perdón por el silencio de aquellos años». Repasó la relación de Giussani con la Iglesia, con los Papas, y cerró el círculo leyendo un pasaje de la presentación de la edición española de El sentido religioso hace quince años, donde el autor afirma que toma inspiración continua de Giussani: «Lo firma cierto prelado latinoamericano... Jorge Mario Bergoglio».

Conmovedora, por el tono y por la profundidad, resultó también la segunda intervención, la de Eugenio Mazzarella, filósofo y ex diputado del Partido Democrático de Izquierdas (PD). Habló de una lectura donde emerge «un Giussani que supera por todas partes cualquier clichè», porque a medida que vas leyendo «encuentras tanto al Giussani que esperabas como al que no esperabas»: está el «joven profesor» que deja el seminario para «ser capellán de los estudiantes» y el interlocutor que se enfrentó al 68 «discerniendo las causas de la protesta y sus contradicciones»; el «promotor del compromiso laical y de las vocaciones» y el «delicadísimo amigo de muchísimos»; el Giussani que salta de la silla leyendo a Pasolini y el que recuerda a quien se faja con el compromiso social que «Cristo viene antes, si no somos marxistas». Aquí Mazzarella identifica «el hilo de la biografía que me gustaría destacar», porque «este es el punto central de Giussani, y de toda esta Vita di don Giussani: Jesucristo». Es Giussani mismo quien «resume su vida en una frase: “Es la vida de mi vida, Cristo”. Eso es todo y lo genera todo».

Genera una batalla tenaz y continua para mostrar que «la fe es absolutamente razonable. En efecto, lo más razonable. No son las razones de la fe las que son irracionales, sino la razón encogida de un espíritu ilustrado, puramente “positivista”; es la razón de la modernidad que incurre en la irracionalidad» (una cuestión que no por casualidad, recordó Mazzarella, está también en el corazón de la reciente carta del papa Francisco a Eugenio Scalfari publicada en el periódico La Repubblica). Y genera «el trabajo de pedagogía teológica y existencial de Giussani a lo largo de toda una vida» para «sacar a la luz lo humano del hombre. “Porque si no percibimos la pregunta, si no percibimos nuestra humanidad en sus preguntas fundamentales, ¿cómo vamos a comprender la respuesta?”». Y la respuesta, según Mazzarella, no es «un sistema intelectual, un conjunto de dogmas, un moralismo», sino «un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento; eso era para él el cristianismo, una comunicación existencial». Una «fiebre de vida cristiana que ciertamente podía levantar ampollas, y Giussani lo sabía bien». Pero que a menudo desplazaba y sorprendía también al movimiento, porque «en él estaba muy presente desde el inicio el riesgo, también de los suyos de decaer en esta reserva crítica esencial, que antes vamos nosotros, no Cristo». Llama la atención el hecho de que «Giussani no puede soportar, y a menudo lo mostraba con dureza, la institucionalización asociativa, cultural, intelectual del movimiento, ni sucumbir a la tentación “política”». El riesgo continuo de una reducción, en definitiva.
Una lectura muy aguda, que al final de su intervención culmina con una confesión personalísima: «Un gran deseo, al cerrar estas páginas, de serle simpático, de resultarle simpático, si hubiera podido conocerle. Porque don Gius, como le llaman los suyos, se muestra como uno que tenía olfato, una gran nariz como él mismo bromeaba, para reconocer la sinceridad. ¿Y quién de nosotros, si pudiera, no querría ser sincero, poner fin al esfuerzo tan habitual de mentirse a sí mismo?».

La última intervención corrió a cargo de Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad. Él también pasó hace años por esta aula, él también fue compañero de la vida de Giussani, y también sigue con atención – como Savorana – el hilo de un itinerario que emerge de los textos y los documentos, no sólo de los recuerdos personales. Lo condensa en pocas palabras. La primera es «experiencia». El nervio vivo del método de Giussani. «Razonable es el que somete su razón a la experiencia», como decía el filósofo Jean Guitton. Era ya el punto central cuando dialogaba con su obispo Giovanni Battista Montini, «que tras sus primeros titubeos acerca de este tema, terminará por incluirla en su primera encíclica, la Ecclesiam suam». La experiencia es lo que permite reconocer «la correspondencia entre la presencia de Cristo y las exigencias estructurales del corazón humano», comunes a todos los hombres. Es la piedra angular para comparar, lo que permite experimentar a Cristo como «el único que responde al corazón».
En segundo lugar, otro hilo rojo, la autoridad, «no como límite a la libertad, sino como lo que permite la libertad. Como se ve en su relación con los Papas». Es una «genialidad católica», la de Giussani, que se revela en una apertura total al mundo «en dos aspectos»: ante todo, «al juzgar las cosas, no a partir de un juicio reactivo, sino siempre original», ya se trate del 68, de la masacre de Nassiriya o de tantos hechos sobre los que dijo una palabra, sorprendiendo siempre. Y después, «la pasión por el que parecía distinto», su vida es una sucesión inacabable de encuentros insospechados: el escritor Giovanni Testori, los bonzos budistas del Monte Koya, los ortodoxos, los protestantes… Esta apertura «no es una categoría pastoral, sino un pensamiento original», señaló Vittadini: «Un pensamiento que nació y creció educando», «en el encuentro con personas de las que iba aprendiendo», buscando siempre «una amistad con gente libre».
Por último, Vittadini se refirió a la enfermedad: «Al hombre se le ve en la necesidad». Y el sufrimiento, en varios aspectos, acompañó gran parte de la vida de Giussani. «Ante el dolor uno puede quejarse u ofrecerlo a Dios». Sin embargo, él fue más a fondo: identificó una positividad última, radical, total. Vittadini citó un pasaje tomado de las últimas páginas de esta biografía: «Quería deciros que, incluso en la decrepitud de mis años, la esperanza es una – ¡una! –. […] Desde hace años me resultan familiares estos pensamientos: espontáneamente me veo como sobresaltado por una alegría que, aunque dure unos instantes, dura instantes que hacen emerger la verdad de toda la vida. […] Resulta evidente que nada hay seguro al margen de esto». Esta es la historia «documentada en el libro» y que hoy «continúa». ¿Cómo? Siguiendo el método indicado por el propio Giussani, bajo la guía de Carrón. «De este modo continuamos siguiendo a Giussani».

Clausuró el acto el autor, Alberto Savorana. Saludó a los invitados y a la platea con una confesión a corazón abierto: «Esta noche, al escucharos, voy pasando de sorpresa a sorpresa. Me habéis ayudado a sorprender cosas de la vida de don Giussani que había estudiado pero aún no había captado como vosotros me habéis ayudado a hacer. Creo que este es el primer resultado del trabajo de estos años: habéis empezado a recorrer conmigo, pero sobre todo con Giussani, un tramo de camino juntos». Luego dio las gracias a Carrón, «que en estos años nunca me ha hecho sentir, ni siquiera por un momento, huérfano de Giussani; de hecho me ha permitido recobrarlo». Terminó con un deseo: «que quien lea este libro pueda hacer la misma experiencia que yo he vivido estos años, dejándose llevar de la mano por el testimonio de la vida de este hombre». Y leyó un fragmento de Giussani de 1992, totalmente actual: «Yo puedo desaparecer, pero los textos que dejo y la continuidad ininterrumpida – si Dios quiere – de las personas indicadas como punto de referencia, como interpretación verdadera de lo que ha sucedido en mí, quedan como instrumento (…) es lo más vivo del presente». Vivo y presente. Como él.