Silvio Cattarina y sus chicos.

“¡Qué obra de arte es el hombre!”

Clara de Haro Arbona

Este es el título de una de las exposiciones del Meeting de Rimini de este año. Asisto acompañada de una amiga que reencuentro cada año en esta cita. A la entrada hay muchísima gente, después de un rato conseguimos colarnos en un pase. Nos esperan dos chicos de alrededor de veinte años con una gran sonrisa. Empiezan a hablar de una de las obras más importantes de la historia universal, Hamlet. Obra que ha sido representada por estos chicos en la cooperativa social de El Imprevisto a la que pertenecen. Es un centro terapéutico educativo, creado en 1990, que acoge a jóvenes drogodependientes. Algunos tuvimos ya la oportunidad de conocerlos este año en el EncuentroMadrid. Son chicos que te hacen entender mejor que ningún crítico literario la obra de Shakespeare, el drama de la vida reflejado a través de los personajes de la obra, es el mismo que ellos han experimentado, y que han visto por primera vez abrazado en la comunidad de El Imprevisto. Uno de ellos nos decía: «lo que no deja de sorprenderme es que cada vez que represento la obra de Hamlet encuentro una síntesis de lo que tengo en mi corazón».

Mientras recorremos los diálogos y los personajes de la obra acompañados de estos chicos, me descubro mirándoles casi con lágrimas en los ojos. Uno de los pasajes que recorremos es cuando Hamlet sabe, a través del espectro de la su padre, que su tío ha asesinado a su padre, y que él tiene que vengar su muerte. Hamlet grita de furia por el “maldito destino” en el que se ha convertido su vida. Nuestros dos amigos hablan de ese mismo grito, y cómo este ha sido redimido a través del encuentro con los trabajadores y voluntarios de El Imprevisto. Hablan de un abrazo que es más fuerte que su pasado, su mal, y el mundo de la droga. Un abrazo que se ve que les ha cambiado la vida. ¿Qué les ha pasado a estos chicos? ¿Quién te puede abrazar así? Estas preguntas surgen de forma inevitable mientras escucho a estos chicos, porque yo, que gracias a Dios no he tenido que pasar por el sufrimiento de ellos, necesito el mismo abrazo para poder vivir. Al final de la exposición mi amiga y yo nos quedamos en silencio mirando a estos chicos, queriendo agradecerles sus palabras. En ese silencio volvía a reconocer la potencia de lo que yo encontré hace cinco años a través, precisamente, de esta amiga. Sólo puede ser Cristo encarnado quien puede cambiar así una vida, que abrace a estos chicos y a mí de esta forma tan concreta.