Amara Oliveira, 82 años.

«Espero que el Papa entre en mi casa»

Isabella Alberto

Del centro de Río llegamos en tren a la estación de Manguinhos. Veinte minutos de trayecto en un precario convoy que durante la semana va abarrotado de gente que va y viene del trabajo. A lo lejos aún se puede ver el Cristo Redentor de brazos abiertos, pero la parte más hermosa de la ciudad queda ya a kilómetros de distancia. En el aire se respira un mal olor que viene del río Jacaré, que atraviesa la región lleno de suciedad. Al lado derecho de la línea ferroviaria se ve un amasijo de casas sin enyesar, con callejones por todas partes, escombros y basuras. Es la parte que se conoce como favela de Manguinhos. A la izquierda, un poco más ordenada, con calles más largas y mejores casas, las favelas de Varginha y Mandela.

En Varginha, desde 1971 existe una capilla muy sencilla dedicada a San Jerónimo Emiliani, construida por padres italianos de la orden de los somascos, que en los años setenta trataban de evangelizar a las comunidades pobres de la ciudad y que, al pasar por aquel lugar, decidieron quedarse para hacerse cargo de los habitantes de Varginha. La capilla se encuentra a la entrada del barrio, en la calle José Carlos Chagas, y es muy frecuentada los fines de semana. Se abre el sábado por la mañana para la catequesis de los niños, y por la noche para un grupo de oración. Las misas se celebran los domingos con el padre Márcio Queiroz, que es también el director de Comunicación de la Diócesis. Fue uno de los primeros en enterarse de que el Papa iba a venir aquí en julio.

La visita del Santo Padre será el jueves 25 de julio a las 11 horas. «Es una gran alegría que la JMJ se celebre en Río de Janeiro, y es una alegría aún mayor recibir aquí al papa Francisco», dice Everaldo Oliveira, que trabaja como instalador eléctrico y es uno de los coordinadores de la parroquia, miembro del equipo responsable de la visita del Papa a Varginha: «Verlo pasar por mi barrio, por mi calle, es como decir que va a venir a nuestra casa. Por eso nos estamos dedicando sobre todo a preparar el corazón de la gente que vive en esta comunidad».
Everaldo tiene 42 años, nació en Varginha. Recuerda que toda su vida ha frecuentado la iglesia, porque su padre servía allí como ministro de la Eucaristía, y desde los tres años él siempre le acompañaba a las celebraciones. «Mi vida en esta iglesia es muy larga. A los 16 años empecé a colaborar en los grupos de pastoral».

Detrás del altar, aunque aún no se puede fotografiar, se encuentra la nueva imagen del santo patrón de la capilla, donada por los padres somascos de São Paulo. «El cuadro no tiene el rostro de un santo tal como lo podríamos imaginar. Es un hombre con gesto sufriente que acoge a los niños. San Jerónimo Emiliani es el patrón de los huérfanos y de los niños de la calle», explica Everaldo. La imagen fue donada hace poco a la comunidad y se colocará en la iglesia cuando el papa Francisco celebre el rito de la bendición del nuevo altar en una ceremonia reservada para cincuenta personas, pues que en la capilla no caben más.

Al recorrer el pasillo de la capilla, encontramos una hornacina con la imagen de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, y un placa de agradecimiento a los residentes que colaboraron con su construcción, con la fecha de la inauguración, de 2005. Cada semana un grupo de fieles se reúne ante esta imagen para rezar el Rosario. «Hay un montón de gente que quiere ver un milagro», dice Everaldo, que también participa en el grupo de oración: «¿Pero cuál es el mayor milagro que Cristo opera en nuestra vida? Nuestra transformación espiritual, nuestra conciencia, nuestra capacidad para aprender a donarse a los demás. Además, hay quien se ha curado de su drogodependencia, pero el mayor milagro es que Él nos ha llamado a cada uno y nos da la posibilidad de seguirle. La vida de la comunidad cambia cuando las personas empiezan a aceptar a Cristo viviente».

Paseando por los alrededores, llegamos a un campo de fútbol, junto a dos iglesias evangélicas y surge un diálogo sobre la visita del Papa como un momento ecuménico. «De hecho, el papa Francisco es muy abierto hacia otras iglesias, hacia todos aquellos que buscan a Cristo», comenta Everaldo: «El pastor de esta iglesia evangélica que está enfrente del campo es amigo mío de la infancia, y me ha dicho que recibirá al Papa con los brazos abiertos y que invitará a toda su comunidad a participar. Por lo que ese día seguro que podemos esperar un encuentro ecuménico».
Desde una plataforma encima de los vestuarios del campo de fútbol, el Papa saludará a la gente y pronunciará un discurso. Se espera que en este encuentro también estén presentes los habitantes de las comunidades vecinas. «Estamos haciendo limpieza detrás del campo, en una zona donde había un vertedero. Ese será el lugar desde donde los periodistas podrán seguir el evento. También habrá un espacio reservado a ancianos y personas con discapacidad, pero no invertiremos mucho dinero en estructuras, pues somos una comunidad pobre y el propio Papa nos pide austeridad», concluye Everaldo.

Los 200 metros que separan la capilla del campo de fútbol, el Santo Padre los recorrerá a pie. Los residentes de esa calle esperan recibir una mirada, un gesto y una bendición. Hay una gran expectativa porque ha aceptado entrar en una de esas humildes casas para bendecirla. Amara Marino Oliveira, de 82 años, es una de las personas más ansiosas por vivir este momento. Su rostro está arrugado, marcado por la edad y por una vida muy difícil. Nos pide que esperemos un poco antes de hablar con nosotros: se ha puesto su mejor vestido, se ha puesto colorete y se ha arreglado el peinado. Vive en una casa muy sencilla, a pie de calle, con manchas de humedad en las paredes, porque cuando llueve el río se desborda y el agua entra en las casas, como en todas partes por esa región. Tiene un crucifijo precioso colgado en la entrada de la casa y en la sala, la imagen luminosa de Nuestra Señora de Aparecida encima de la televisión. Nada más enterarse de la visita, compró un poster del papa Francisco, pero aún no lo ha podido enmarcar, porque es un gasto demasiado grande para sus modestos ingresos. «Es una bendición, es un milagro que el Papa haya elegido a nuestra comunidad para hacer su visita», dice Amara: «Nosotros somos muy humildes, no tenemos nada, y Dios nos envía este don. Es una gran felicidad».

Se trasladó hace cincuenta años desde Pernambuco, al noreste de Brasil, a Río de Janeiro. Vino de mala gana, para acompañar a José Roberto, su marido «soñador». «Vine aquí por obligación y lloré al llegar a Río. Aquí he sufrido mucho. En Pernambuco mi marido, que era periodista, era un hombre muy importante, conocido, respetado. Muchos le dijeron que aquí sería sólo uno más, pero él no se lo creyó. Allí teníamos algo propio, una casa, el terreno… Lo vendió todo. No tuvimos suerte y acabamos en una favela, yo ni siquiera sabía existieran las favelas. Llegamos aquí después de que nos desalojaran de donde vivíamos: esta casa nos la donó la Hermandad de la Candelaria, y yo respeto mucho mi barracón y a los benefactores que me han ayudado».

Amara se quedó aquí para luchar junto a su marido, trabajando como cajera en un cine, y criar a sus cinco hijos. Probó el dolor de perder a uno de ellos, que murió en su juventud a causa de las drogas. En su habitación tiene un gran cuadro de la Virgen de Fátima, de la que Amara es devota desde pequeña. «La adoro, es mi madrina celeste. Hablo con ella todos los días, aunque a veces me pongo a rezar el Rosario y me adormezco». Tras la muerte de su marido, vivió sola unos años. Luego se fue a vivir lejos de allí, con su hija, durante dos años. Pero después quiso volver a su casa, y actualmente su hija Dilza vive aquí con ella y trata de ayudarla, porque la edad se hace notar y la salud no es la misma de antes. «Estaba un poco desmoralizada, pero la noticia de la visita del Papa le ha devuelto las ganas de vivir y le ha dado una alegría que está contagiando a toda la familia», cuenta su hija: «Todos se están organizando para estar aquí con ella ese día. Y vivirlo está siendo ya una bendición. Hasta ha soñado con el Papa, esperando que venga a su casa». La madre añade: «Tengo mucha confianza en que sucederá algo bueno en mi vida, a los 82 años. Pido la gracia de que esta tierra sea bendecida».

Puesto que Manguinhos es un barrio alejado de la costa, el aire es cálido y bochornoso; no hace nada de frío, a pesar de que acaba de comenzar el invierno carioca. Es sábado y algunos hombres beben cerveza en los bares con el torso descubierto. Los niños juegan descalzos por la calle. Hay también mucha gente que usa la bicicleta como medio de transporte. En la tienda de José Luiz Ribeiro hay poco movimiento esta mañana. Él procede del sur del estado de Minas y lleva 14 años viviendo en la favela, donde regenta su pequeño negocio junto a su mujer. «Esta visita del Papa será muy positiva porque nuestra comunidad es muy pobre. Ahora la violencia se ha reducido y ya no vemos gente armada por las calles, aunque se sigue traficando, y eso nos preocupa». Y añade: «La presencia del Papa aquí es muy importante para nosotros, también por la convivencia con los evangélicos. Dará fuerza y certeza sobre todo a los más jóvenes».

Mientras vamos caminando, vemos pasar a dos hermanas de la caridad que van con prisa vestidas con sus hábitos blancos y azules. Son misioneras aquí, continúan la obra que la Madre Teresa de Calcuta comenzó con su visita a este mismo barrio en 1972.
Desde enero de este año, el Departamento de Seguridad ha creado una unidad de policía “pacificadora” en la favela y vemos un coche de policía que circula por la calle. Vemos también la sede de Fiocruz, un instituto de investigación que presta servicios sanitarios gratuitos a los residentes en la región.
La comunidad de Varginha es muy pequeña, está formada por casi 1.100 habitantes, al contrario de la comunidad vecina, donde en cada calle viven hasta dos mil personas y donde la violencia es mayor.
José Luiz está llamando a su familia, hijos y nietos, y también a sus padres, ya mayores, para que vengan a Varginha el día de la visita del Santo Padre. «He participado poco en la vida de la Iglesia, aunque como otros muchos soy devoto de la Virgen. Pero he decidido que el día del Papa no abriré la tienda. Cerraré y esperaré a verlo pasar».