El Palacio del Elíseo.

Y ahora le toca a la educación

Silvio Guerra

La Asamblea Nacional de Francia ha abierto otra “partida” en París donde se pone en juego el destino de Francia y tal vez también el del continente europeo. Archivada y celebrada la ley del “Matrimonio para todos”, un segundo proyecto de ley se abre paso en el Parlamento galo. Un texto que también suscita la polémica. La probabilidad de que sea aprobado en breve tiempo es más que obvia. La ley se llama “Refundación de la escuela de la República”. El autor es el ministro de Educación Nacional, Vincent Peillon.
¿Qué vínculos pueden existir entre ambas leyes? La primera refunda la institución familiar; la segunda aborda valores “fundamentales” de la escuela republicana. Es costumbre en Francia, cada vez que se nombra a un nuevo ministro de Educación Nacional, sentir el deber de promulgar una ley para reformar la escuela.

Todavía escuece el anuncio que hizo el ministro el pasado septiembre, sobre la creación de una nueva materia obligatoria: la “moral laica”. Ya existe una asignatura llamada “educación cívica”. Probablemente, no es suficiente. Tras los efectos que causó aquel anuncio, el ministro ha precisado que «el objetivo de la moral laica es liberar al alumno de todos los determinismos familiares, étnicos, sociales, intelectuales… para que cada uno de ellos pueda emanciparse… puesto que el objetivo de la escuela republicana siempre ha sido el de producir un individuo libre».

No estáis soñando; os aseguro que esa es la realidad. La buena fe podría hacernos pensar que se trata de un “disparo al aire” de un ministro celoso de la “laicidad a la francesa”. Pero no se sostiene, sobre todo si recuperamos ciertas afirmaciones de Madame Toubira, ministra de Justicia y autora de la ley ya citada. En su discurso solemne para la aprobación en primera instancia de la ley para el matrimonio (febrero de 2013), declaraba: «En nuestros valores, la Educación trata de arrancar a los niños de los determinismos sociales y religiosos y convertirlos en ciudadanos libres». Si nos remitimos al simple “sentido común”, podemos captar los nexos semánticos que unen ambos discursos y deducir que no estamos simplemente ante una nueva filosofía o un mero discurso. Existe la voluntad de generar una nueva utopía: “deconstruir” al hombre (el niño, el adolescente en este caso) para “reconstruirlo de nuevo”, es decir, “emanciparlo de la naturaleza”.

Los contenidos se reformarán desde la escuela elemental y se irán adaptando en los niveles medio y superior. Será “obligatorio” para cualquier escuela, también para las católicas (que en Francia representan más de dos millones de alumnos). El alumno será, por otro lado, evaluado con un voto. La inquietud que despiertan la asignatura y la reforma no nace de un prejuicio político. En el pasado, otros ministros alzaron la voz para confirmar la moral laica, y pensaron en obligar a «cantar la Marsellesa». Pero lo que ahora tenemos delante es una paradoja. Se habla incluso de izar la bandera cada mañana en todas las escuelas.

Indudablemente, existe una necesidad real si miramos la realidad educativa francesa. Ya no se pueden dar por descontado los valores fundamentales de la convivencia; hay que volver a aprenderlos de nuevo. Por eso, pase la idea de que hace falta asimilar los «símbolos de la República y de la Unión Europea, el himno nacional y su historia». Que todo ello sirva para forjar un espíritu «crítico y adoptar un comportamiento más reflexivo». De hecho, la escuela es el lugar donde un joven puede aprender no sólo a estudiar, sino también lo que da valor al estudio. Que el Estado sienta esta responsabilidad, como garante, está fuera de toda discusión. Pero esta no es la cuestión.

La “educación” que insinúa explícitamente el ministro introduce del género como medio para «educar en la igualdad». La escuela tendrá la vocación, entre otras, de «sustituir categorías como el sexo con el concepto del género, de modo que se pueda mostrar que la diferencia entre hombres y mujeres no se fundamenta en la naturaleza, sino que es una construcción histórica y social». Así, el artículo L 312 – 5 llega a precisar que la escuela elemental «asegura la igualdad (enseñando) las condiciones del género».

Podemos comprender el doble ataque que suponen ambas leyes a los pilares sobre los que se ha construido la sociedad elemental: la familia y la educación, cuyas matrices son indudablemente cristianas. Hoy no sabemos cuáles serán los artículos aprobados o modificados ni los contenidos detallados de la asignatura. Ni, mucho menos, el impacto educativo que tendrá la ley en la escuela y en la mentalidad de los alumnos. Quizá nos preocupamos por “nada”. Sin embargo, vistas las premisas, hay motivos para estar alerta.

Don Giussani definía la educación como una «introducción a la realidad total». Nos surge entonces la pregunta: después de esta ley, ¿a qué realidad se introducirá a los chavales? ¿Qué debemos elegir en conciencia, la desobediencia civil ante la ley o el respeto a una ley engañosa? Hace un siglo, Péguy observaba agudamente que las «crisis de la enseñanza» no son nunca tales sino que indican siempre una «crisis de vida», es decir, que «la vida está en crisis». Si la enseñanza está en crisis es porque la “sociedad está en crisis” y ya no sabe «enseñar porque no es una sociedad que se ame a sí misma, que se tenga en estima, y ese es precisamente el caso de la sociedad moderna». Como la Francia de hoy.