Jamily Drieli.

Una vida más vida

Isabella Alberto

Con toda la energía de su juventud, era una fuente de alegría porque amaba demasiado toda la realidad: el trabajo, la familia, su pequeña iglesia. También en la prueba de la enfermedad, Jamily siguió apoyándose en el Único Redentor. Aceptando dócilmente las circunstancias, fue testigo de la presencia viva de Cristo

Vitória da Conquista es una ciudad brasileña, del estado de Bahía, a 503 km de la capital. La comunidad de CL nació allí a finales de los ochenta, cuando Manuel Rolph, profesor de historia, se trasladó allí desde Río de Janeiro para dar clase durante un tiempo en la Universidad Estatal del Sudoeste de Bahía (UESB), y poco después la entonces estudiante de teatro Monica Gedione, que había conocido la comunidad del Salvador, regresaba a su país. Durante todos estos años, el movimiento ha estado presente allí, pero la comunidad nunca fue muy numerosa. Actualmente, una decena de personas frecuenta regularmente la Escuela de comunidad. Pero las cifras no son nada ante la grandeza humana que puede alcanzar una persona cuando toma en serio la propuesta del carisma de don Giussani: una fe que incide en la vida. Estos amigos han asistido y participado durante los últimos al testimonio de una vida. Y la sorpresa más grande es que la chica en cuestión sólo tiene veinticuatro años.

En la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, la profesora Ivana se dedica a preparar a los jóvenes para la Confirmación. Hace cuatro años, se unió a este grupo Jamily Drieli. Una chica muy vivaz, de sonrisa fácil y alegría contagiosa. Después de que los chavales recibieran el sacramento, gracias a la bonita amistad que habían vivido esos meses, Gilberto, que por aquel entonces guiaba a la comunidad local de CL, sugirió a Ivana que realizara con ellos un itinerario y que les invitara a participar de la vida del movimiento. Jamily aceptó. Se implicó en otras actividades de la parroquia y empezó a llevar a su novio Elidelson (conocido como Del) a las reuniones de la Renovación Carismática, aunque ella también era asidua a la Escuela de comunidad, pues quedó fascinada por el carisma de don Giussani.
El tiempo pasó, Jamily se graduó en la universidad y empezó a trabajar como fisioterapeuta. En 2012, decide casarse con Del. Se comprometen y en enero de 2013, tras una revisión médica, Jamily descubre que sufre leucemia mieloide aguda. Ante un diagnóstico tan grave, deciden adelantar la boda y tres días después de la ceremonia Jamily se traslada al Salvador para el tratamiento. La acompañan su madre y su marido. Allí vive un periodo de lucha, pero totalmente confiada al designio bueno de Dios.

Los amigos de la comunidad de Conquista le pidieron a Valter, del Salvador, que estuviera pendiente de esta familia. Valter se puso en contacto con Marcia, que trabaja en el hospital en que Jamily estaba ingresada. Al recibir la llamada de Valter, Marcia pensó: «Con todo lo que ya tengo que hacer durante mi turno, ahora tengo que encontrar tiempo también para esto, porque un amigo me pide que sea para esta mujer un rostro amigo». Pero la primera sorpresa se la lleva Marcia cuando pregunta a la responsable de planta quién es Jamily, y le dicen que es una persona excepcional y que las enfermeras se pelean por atenderla. «¡Aquí hay algo distinto!».
Durante su ingreso en el hospital, Jamily no fue una de esas pacientes que se dejan abatir. A pesar del dolor y de la incertidumbre ante el futuro, hizo amistad con el personal que se ocupaba de ella, sonreía siempre, agradecía todas las visitas que recibía. El primer día que Marcia fue a verla, se presentó como miembro de CL y lo primero que le contó Jamily es su preocupación porque había conocido a una estudiante de enfermería, llamada Leilane, que buscaba un grupo en la iglesia, le había pedido el teléfono y entonces se lo dio a Marcia para que la llamara y la invitara a la Escuela de comunidad. A la semana siguiente Lailane participó en su primer encuentro.
La situación de Jamily era muy grave, tenía tan sólo una probabilidad del 5% de sobrevivir a un trasplante de médula ósea (dado que los tratamientos de quimioterapia no habían dado resultado). «En una situación así, ¿cómo podía preocuparse por una estudiante de enfermería que acababa de conocer? Me acordé entonces de la primera página del texto de los Ejercicios Espirituales del CLU, porque Jamily vivía la espera las 24 horas del día. Y la suya no era una esperanza separada de la realidad, al contrario, su esperanza le hacía estar más atenta a los que tenía alrededor», cuenta Marcia.

Durante las tres semanas siguientes, Marcia fue todos los días a visitarla. «Le llevé el texto de los Ejercicios del CLU. Ella leyó la introducción e inmediatamente pasó al capítulo de la Asamblea, porque quería leer las preguntas y conocer las respuestas de Carrón. En cómo se relacionaba con la realidad, vi lo que ya sabía en la teoría y trataba de poner en práctica. No se quejaba nunca, no mostraba el dolor en su rostro (ni siquiera cuando empezó a usar la morfina), siempre estaba sonriente y con los ojos bien abiertos, siempre positiva. Animaba a los demás pacientes. Vimos juntas la elección del Papa Francisco por televisión».
El hermano de Jamily fue su donante de médula ósea. A pesar de ser compatibles al 100%, la operación era una intervención de alto riesgo. Antes de entrar en el quirófano, el padre Ignacio fue a verla para darle la unión de enfermos. Ella le dijo: «Soy hija de don Giussani».

Después del trasplante, Jamily empeoró. Empezó su Calvario, tomaba muchos antibióticos y se le generó una inflamación que le impedía hablar y salivar, hasta tal punto llegaba el dolor. Pero aun así Jamily siguió sonriendo, firme, haciendo con sus manos el gesto positivo con el pulgar hacia arriba cada vez que alguien iba a hablar con ella. Marcia le hablaba de la Escuela de comunidad y le llevaba los mensajes que la gente le enviaba, a pesar de no conocerla personalmente, y la comunidad del Salvador empezó a rezar por su salud. «Todos los días iba a visitarla, para mí se había convertido en una necesidad. Era ella la que me ayudaba a mí a vivir el carisma del movimiento y esta es la gracia que había pedido hace un año, el día que recibí la estampa de don Giussani. Le pedía la gracia de tener al menos un amigo que me ayudara a vivir mi trabajo, a aprender lo que significa experimentar a Cristo en la realidad, aprender lo que es realmente esta compañía guiada hacia el Destino. Ver a Jamily abrazar la realidad entera con esta disposición de ánimo y esta libertad me ha ayudado como nada lo había hecho nunca. Después de doce años en el movimiento, doy gracias a Dios por el sí de don Giussani, por el sí de todos los amigos que tengo cerca. Al continuar mi camino y mi trabajo, he podido entender qué quiere decir que la realidad, en primer lugar, es para mí. La realidad de Jamily llegó hasta mí. Hice todo lo que pude, me tomé en serio el hecho de ser para ella el rostro de Cristo en el hospital. Y por eso vi a Cristo mismo en mi amistad con ella».

Jamily murió el 11 de abril. El día de su muerte, su madre dio las gracias a Marcia por lo que había hecho por su hija, y le reveló que cada vez que ella salía de la habitación Jamily se sentía más fuerte porque veía en ella una verdadera compañía. «En el momento final acompañé a su marido, Del, que me dio las gracias por mi presencia; y una amiga suya, Bia, me dijo que Jamily siempre le había invitado a conocer el movimiento y ella siempre se había negado, pero que ahora, después de haber visto cómo tantos amigos que ni siquiera conocían a Jamily se habían movilizado para ayudarla, quería ir a la Escuela de comunidad. ¿Pero qué he hecho yo? Nada extraordinario, ningún milagro. He dedicado algunos momentos de mis guardias en el hospital y me he presentado como lo que soy. Ahora tengo una amiga que se ha convertido en el rostro de Cristo para mí», afirma Marcia.
Durante el funeral, su marido dijo delante de una iglesia llena de gente: «Veo aquí la resurrección de Cristo». Con Dios nada se pierde, y la vida de Jamily ya ha dado sus frutos, y seguramente quedan muchos por venir. Como concluye Marcia: «Mi mirada ha cambiado, y con ella mi actitud. Deseo repetir esta experiencia cada día cuando me despierto. Quiero la realidad con Cristo».

«He aprendido que el amor llega en el momento justo. Que la madurez llega lentamente. Que la familia lo es todo. Que los amigos buenos y sinceros son pocos. Que el mejor día siempre está por llegar. Y sobre todo que mi felicidad depende de las decisiones que tomo».
Jamily