Giulio Andreotti.

Un católico al servicio del Estado

Alessandro Banfi

Un católico en política. Es más, al servicio de la política. Y también del Estado. Sin fanatismos, sin cruzadas, sin mesianismos. En Giulio Andreotti el sano cinismo del pueblo romano era el antídoto natural a cualquier deriva hegemónica que hasta la pertenencia cristiana puede llegar a generar. Giulio Andreotti conjugaba como nadie el realismo y la ironía en su modo de actuar en la vida pública.

Me permito recordar aquí que de todos los grandes personajes políticos que entraron en contacto con el movimiento de Comunión y Liberación (empezando por aquel Aldo Moro que frecuentaba con sencillez sus encuentros y que formaba parte del primer equipo de la secretaría de la comunidad de Roma a finales de los setenta), Andreotti fue uno de los más respetuosos con la naturaleza sustancial de esta experiencia. Del mismo modo que se puso “al servicio” también de la Iglesia universal y de tantas otras experiencias del mundo católico.

Tenía una actitud de gran respeto y veneración hacia ciertas personalidades, empezando por la persona del fundador, don Luigi Giussani. Y también de amistad y simpatía por lo que a su alrededor se estaba poniendo en pie. Basta pensar en la gran colaboración que desde la primera edición Adreotti ofreció a los amigos del Meeting de Rimini, que verían en él durante años a un embajador excepcional en todo el mundo, tanto hacia el este como hacia el oeste.

Personalmente, recuerdo la singular simpatía que mostraba por los que entonces éramos los jovencísimos periodistas de Il Sabato, en los primeros años ochenta, que siempre estábamos un poco fuera de los esquemas preconcebidos y teníamos un comportamiento un tanto imprevisible. Recuerdo como si fuera hoy mi primera entrevista con él, en Radio Supermilano, a las seis de la mañana en su despacho. Por aquel entonces no tenía ningún cargo en el Gobierno, se ocupaba del grupo interparlamentario. Aquella entrevista llegó a publicarse luego en La Repubblica, citando por supuesto la fuente.

Recuerdo también el impulso verdaderamente generoso, que supuso además el inicio de una renovada juventud, con que se sumó a la iniciativa de los amigos de don Giacomo Tantardini que le pedían dirigir la revista 30Días, una vez comenzada la investigación penal contra él por supuesta colaboración externa con la Mafia. El semanario L'Europeo acababa de suprimir su columna, el nombre considerado durante años como el más poderoso de Italia se veía manchado por una sospecha infamante. Pero Andreotti no cedió. Tras el primer golpe vivió el proceso día tras día, acusación tras acusación, presentándose en la sala todos los días. Aceptando así un largo viacrucis, que finalmente desentrañó muchas falsedades y mentiras. Aunque dejó sobre él la triste sombra de una posible colusión con el crimen organizado, que quedaba prescrita al referirse a un pasado remoto casi indemostrable.

Muchos años atrás había llamado a la hoja informativa de su corriente política dentro del partido “Concreción”. Concreción, realismo, laicidad de la política: estas eran sus palabras clave. Debido a su estilo, frío y reservado, pasó por ser un tanto cínico. También debido a sus chistes fulminantes. Sin embargo, era un verdadero creyente, un católico romano que toda su vida procuró comprometerse al servicio de algo que le trascendía. De ahí derivaba su fuerza. Repudiaba la visión mesiánica de una política que salva al mundo, tenía muy claro el principio de la importancia del mal menor, del compromiso, de la persuasión en el debate y en la confrontación con el adversario, que para él nunca era un enemigo. No hubiera querido que se aprobara la ley del divorcio, ni creyó que fuera tan indispensable el referéndum sobre el aborto. Tenía una gran confianza en los hombres y en su sentido común, aunque las paradojas le encantaban. Una vez dijo: «La DC es eterna». Y en otra ocasión: «Sería mejor que Alemania no se reunificara...».
Estoy seguro de que con el tiempo su figura volverá a ocupar el lugar que le corresponde en la historia de estos años.