«Hay algo que esta bomba nunca podrá corromper»

Niccolò De Carolis

Tengo dos imágenes grabadas que vuelven a mi mente cuando trato de entender el dolor que han vivido las personas afectadas por las dos bombas que estallaron en la meta de la maratón de Boston.

La primera es del domingo por la tarde. Iba con mis amigos por el centro, de paseo hasta Copley Square y luego a misa al Prudential Center, el mayor centro comercial de la ciudad (sí la iglesia está dentro). Pero no es una tarde de domingo cualquiera, porque las calles están llenas de vida. Decenas de miles de corredores se han dado cita desde rincones de todo el mundo. Muchos se han llevado a la familia y aprovechan para visitar las iglesias y los edificios más antiguos de Estados Unidos. Se les reconoce inmediatamente porque llevan puestas las zapatillas y la camiseta oficial de la maratón. El deporte y la competición son muy habituales por aquí. Miro sus rostros y les veo contentos por la ocasión que tienen de participar en algo grande.

El segundo recuerdo es del lunes, justo después de comer. Por la mañana estuve estudiando en casa porque la biblioteca pública donde voy habitualmente estaba cerrada por encontrarse justo al lado de la meta de la maratón. El clima del día anterior me anima a salir de casa después de comer para ver pasar a los corredores. Mientras me acerco veo que miles de ellos han decidido pasar la jornada en las barreras de la carrera, simplemente para saludar y animar a los atletas. Hay muchos niños, pues los colegios también están cerrados. Además de la maratón es la fiesta del Patriot Day, que se celebra desde hace más de doscientos años que la guerra de la independencia comenzó en la costa de Massachusetts.

Faltan un par de millas y los corredores llegan aquí muy cansados, algunos van andando, otros tropiezan, sus caras están tensas por la fatiga, pero van con la vista fija en su objetivo. En la meta hay gente esperando. Vuelvo a casa impresionado, he visto pasión, dedicación, deseo de darlo todo hasta el final.

Pasa una hora y oigo un fuerte ruido de helicópteros y sirenas, entro en internet y me quedo sin palabras: «Dos bombas estallan en la meta de la maratón de Boston». ¿Cómo? ¿Quién? ¿En este día de fiesta? ¿A pocos pasos de mi casa? Basta un hecho, un segundo, para generar el caos en la percepción que tienes de las cosas. Me siento desnudo e impotente, la realidad reivindica con fuerza su alteridad.

«Me he sentido violado», Matt, un amigo de Boston, describe así su primer impacto. Ha nacido y crecido en esta ciudad, conoce y ama cada rincón hasta tal punto que trabaja aquí como guía turístico. Copley Square, a pocos metros del atentado, es uno de los primeros lugares al que me llevó cuando llegué a Norteamérica. «Era como si yo poseyera esta lugar, era algo mío, mi casa. Pero hay algo que este hecho no puede ni podrá nunca corromper. La belleza de la humanidad de su gente. Pienso en los equipos de rescate, los policías, la gente común que ha arriesgado su propia vida para poner a salvo a otros. A última hora de la tarde fui al supermercado, los corredores que hacían la compra recibían el abrazo de la gente con la que se encontraban, todos lloraban. Esta grandeza me lleva a afirmar que estamos hechos a imagen de Dios».

Federico, después de meses de entrenamiento, corrió la maratón: «La mañana comenzó de un modo precioso, estaba cautivado por la belleza que veía a mi alrededor. No sólo por la panorámica: había personas que corrían con ciegos, otros con piernas ortopédicas, otros que empujaban a sus hijos en sus sillitas de paseo». Más o menos a la mitad de la carrera un calambre inesperado le obligó a ir más despacio, comprometiendo así sus tiempos. Más tarde, cuando sólo quedaba un kilómetro para la meta, la carrera se detiene, hay atletas que corren en dirección contraria y los policías cierran el paso. Momentos de confusión tras los cuales llega la noticia de las bombas. Inmediatamente me di cuenta de lo afortunado que era por tener a mi familia, a mis amigos, por haber disfrutado de esa belleza aquella mañana. Pero nada de esto me basta, lo que necesito es una certeza de bien también para las personas que han muerto. Buscar esta certeza es lo que deseo para mí y para mis amigos».