El encuentro de Benedicto XVI con los profesores <br>universitarios durante la JMJ 2011.

Homenaje a Benedicto XVI

José A. Díaz

El martes 5 de marzo, a las 7 de la tarde, tuvo lugar en el aula magna de la facultad de Derecho de la Universidad Complutense, zarandeada en estos tiempos por toda suerte de protestas y manifestaciones, un homenaje de la Universidad a Benedicto XVI. Fue un acontecimiento excepcional no sólo por la asistencia de un nutrido grupo de estudiantes y profesores, sino sobre todo por hacer presente de forma explícita lo que en el fondo constituye la razón de ser de la institución universitaria, que no es otra cosa que el deseo inextirpable de conocer hasta el fondo toda la realidad.
El acto comenzó con la proyección de un vídeo de la visita de Benedicto XVI a Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 y del encuentro que mantuvo en El Escorial con los profesores universitarios. A continuación, intervinieron Raúl Canosa, Decano de Derecho de la Complutense, y Pilar Laguna, Decana de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos, quien hizo una exposición de la biografía intelectual de Benedicto XVI. Pero el corazón del acto fue la lección magistral pronunciada por Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, sobre “La relación de la fe y la razón en los discursos universitarios de Benedicto XVI”.
Prades empezó resaltando que la renuncia de Benedicto XVI ha sido percibida por todos como un hecho que no se dejaba encajar en nuestros esquemas y que nos ha hecho quedarnos parados, preguntándonos quién es este hombre, de qué vive para poder hacer un gesto así. Con esas preguntas en el ánimo, planteó algunas reflexiones sobre la visión que Benedicto XVI ha tenido de la Universidad, así como de su comprensión de la razón y de la ciencia, a la luz de su fe. A modo de premisa recordó la estrecha vinculación de Ratzinger con el ámbito académico y universitario, su recorrido en distintas universidades (Múnich, Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona), primero como alumno y después como profesor, como arzobispo y, más tarde, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (él mismo recuerda que el lema que tomó para su escudo episcopal, Colaborador de la Verdad, representa «la continuidad entre mi tarea anterior y el nuevo cargo; porque, con todas las diferencias que se quieran, se trataba y se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad, ponerse a su servicio»). Así, su reflexión sobre la idea de universidad, abordada en varios discursos, no está elaborada desde la torre de marfil, sino que nace de la experiencia. A la pregunta sobre cuál es el principio fundamental de la universidad, responde: «el verdadero e íntimo origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad». Este impulso, semejante al que ya existía en la filosofía griega, dará lugar quince siglos después a la creación de las universidades en el occidente medieval cristiano. Hay, sin embargo, una diferencia entre la pregunta griega y la pregunta medieval: a los hombres del medievo lo que en el fondo les mueve es el quaerere Deum, pero no será ya el Dios desconocido que buscaba la razón griega, sino el Dios revelado en Jesucristo, principio de toda verdad y bondad. Esto hace que la transmisión de la verdad no sea meramente intelectual ni pueda ejercerse únicamente con la mera enseñanza de contenidos, «sino también con el testimonio». Con una fórmula ciertamente bella, el Papa dirá que los profesores universitarios «están llamados a encarnar la virtud de la caridad intelectual».
Establecida la naturaleza y la misión de la universidad, Benedicto XVI hace referencia a tres peligros importantes a los que ésta puede enfrentarse. El primero es caer en una visión utilitarista, pragmatista y tecnicista de la educación universitaria, que reduce la misión de esta institución a la mera formación de profesionales competentes y eficaces. Un segundo peligro es la tendencia a la fragmentación, que hace que se pierda la idea de diversidad dentro de la unidad del saber (uni-versidad); el Papa invita a redescubrir que más allá de las distintas disciplinas subyace «un interrogante común, una tarea común, una finalidad común». El tercer peligro consiste en que la universidad se contagie de la mentalidad relativista que parece imponerse hoy en la sociedad (la ‘dictadura del relativismo’), renunciando con ello a su propia misión, que es la búsqueda de la verdad.
Para salvar estos peligros hace falta recuperar la idea de razón y de realidad que Benedicto XVI ha propuesto a la luz de su fe cristiana. Prades subrayó, en la segunda parte de su lección, el diálogo de fe y razón que el Papa ‘amigo de la razón’ ha sostenido a lo largo de estos años. Si de entre todas sus reflexiones al respecto tuviésemos que encontrar un lema que sintetizase su idea al respecto, podría ser el de “ensanchar la razón”, superando la autolimitación del positivismo, que sólo considera como científico «el tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico». Aunque «todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que (el desarrollo moderno) ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado», «el ser humano no puede ni debe ser sacrificado jamás a los éxitos de la ciencia o de la técnica». Por ello, invita a la universidad a «ampliar nuestro concepto de razón y de su uso», de forma que podamos «asombrarnos […] ante la realidad» y no quedarnos en la superficialidad material de las cosas y de los acontecimientos. Frente a esta reducción, Benedicto XVI propone trabajar por un nuevo humanismo que deje espacio a la investigación antropológica, filosófica y teológica para «mostrar y mantener el misterio propio del hombre, puesto que ninguna ciencia puede decir quién es el hombre, de dónde viene y a dónde va». Además, sólo una ‘razón ensanchada’ permite que la razón y la fe se reencuentren de un modo nuevo: «¿por qué considerar que quien tiene fe debe renunciar a la búsqueda libre de la verdad, y que quien busca libremente la verdad debe renunciar a la fe?».
Con esta llamada al diálogo interdisciplinar, Benedicto XVI está excluyendo los extremos del concordismo (la búsqueda de una correspondencia directa entre fe y ciencia) y del discordismo (la idea de que la ciencia y la teología se ocupan de dos órdenes totalmente distintos e independientes de la realidad). La aportación decisiva que ofrece la fe es que el logos objetivo (naturaleza) y el logos subjetivo (razón humana) poseen un principio y fundamento, que no es otro que el Logos, la Razón divina. Desde aquí hay que entender la famosa afirmación de Ratisbona: «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». No hay pues término medio: o el mundo procede de la mera materialidad irracional y en ella se mantiene, o en el origen y el sostenimiento del mundo hay un Logos. En el primer caso el mundo está guiado por la necesidad, el azar y el ciego destino; en el segundo por la razón, la libertad y la caridad. Se trata, a fin de cuentas, de que «el hombre no puede comprenderse plenamente a sí mismo si prescinde de Dios», de ese «Dios que es Razón creadora y al mismo tiempo Razón-Amor». Por eso Benedicto XVI invita a sus interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón; «redescubrirla es la gran tarea de la universidad».
Prades concluyó siguiendo al Papa en este “ensanchar la razón”, pues nos invitó a dejarnos sorprender por la realidad integral de su renuncia, por la profundidad de su testimonio, que es como un hilo conductor para comprender también su visión de la universidad, de la razón y de la ciencia. Ese testimonio de fe, se pregunta Prades, ¿termina en sí mismo o está referido a Otro? ¿Pero quién es este Dios tan real, tan decisivo para la vida de un hombre que le permite realizar un gesto tan libre, que ha dado la vuelta al mundo y nos ha puesto a todos, a cada uno de nosotros, delante de nuestra propia relación con el Misterio? El Papa ha impartido aquí la que quizá pueda ser su última lección magistral ante el mundo, una lección magistral en forma de testimonio: la de aquél que obra, en plena libertad, en la Verdad.
El homenaje se cerró con la intervención del Obispo Auxiliar de Madrid, Monseñor César Franco, quien afirmó que el secreto del Papa es ser vicario de Otro, al que sirve y ama. Benedicto XVI nos ha colocado frente a Cristo para que aprendamos a conocerle y amarle. Finalmente, invitó a los profesores a ser testigos ante sus alumnos de esta verdad, y a vivir sin fisuras la unidad entre el corazón y la razón.