Un momento de recogida del Banco <br>en Villanueva de  la Cañada, Madrid.

«Esto es un bien para todos»

José Luis Restán

Media tarde, el último viernes de un mes cualquiera. A la puerta de un polideportivo en el municipio madrileño de Villanueva de la Cañada hay gran ebullición. Mucha gente se para y pregunta, al contemplar el espectáculo de un centenar de personas que preparan cajas con alimentos. Algunos vuelven después de un rato trayendo comida, otros se ofrecen espontáneamente como voluntarios, porque “nunca hemos visto nada igual en el pueblo”.
La historia ha comenzado meses atrás, cuando tres amigos de este municipio, que tras un crecimiento fulgurante la pasada década sufre también el zarpazo de la crisis, conocieron en Madrid la experiencia del Banco de Solidaridad. Les movía la conciencia de la necesidad que advertían a su alrededor, pero también la conmoción ante esa caridad que habían visto ya en marcha. No tenían ningún plan ni destreza especial, de manera que hubieron de aprenderlo todo desde el principio.

Y así comenzó la historia, en el garaje de uno de estos amigos que sirvió como improvisado almacén de los primeros alimentos recogidos. Allí se hicieron las primeras cajas pensando en las necesidades concretas de varias familias del pueblo.
El número de personas que desean participar en la iniciativa crece rápidamente, sin ningún plan, hasta el punto de que el garaje se queda pequeño y en sus alrededores crece la algarabía cuando se preparan las cajas. Para entonces los iniciadores del Banco de Solidaridad de Villanueva han contactado con los Servicios Sociales del ayuntamiento, explicando lo que les mueve y preguntando si conocían familias con necesidades a las que podrían atender.

Mayca cuenta que la primera vez acudieron dos madres, una con una niña de dos años y otra embarazada, y la primera sensación conmiserativa de los funcionarios: «Estas pobres mujeres, ¿qué nos van a contar?». Pero poco a poco se abre paso la sorpresa. De hecho comienzan a ofrecer referencias de numerosas necesidades, incluso casos de maltrato: «Nosotros no somos capaces de responder a estas personas con nuestras ayudas, pero vosotros, con vuestra humanidad, podéis llegar a ellos». Incluso alguna funcionaria comienza a participar personalmente en la elaboración mensual de las cajas, y les dice que desea volver con su hijo para que pueda conocer lo que allí sucede. Fruto de esta colaboración el propio ayuntamiento facilita un almacén para hacer más ordenado el trabajo.

La recogida de alimentos, la elaboración de las cajas y la visita a las familias van generando una red de relaciones cada vez más tupida, una red atenta a responder las necesidades que van surgiendo, más allá de la mera entrega mensual de alimentos básicos. Hay muchos ejemplos. Cuando nace un niño en una de estas familias se busca entre todos la ropa que necesita. Algunos se mueven entre las tiendas del pueblo para que vendan los artículos de bisutería que fabrica una de las familias atendidas. Voluntarios que enseñan español a inmigrantes rumanos que no pueden trabajar por su desconocimiento del idioma. Amas de casa que enseñan las tareas del hogar para abrir nuevas posibilidades de empleo, gente que ayuda a confeccionar currículum, otros que ponen en marcha una bolsa de trabajo en su empresa para facilitar ofertas laborales… la lista se extiende al paso de los hechos que van surgiendo.
«Lo cierto es que llevando las cajas nos dimos cuenta de que teníamos que dar un paso más», nos explica Mayca. «Piensas que con ello vas a cubrir una necesidad, pero entonces te encuentras con rupturas familiares, enfermedades, la dificultad de educar a los hijos, el drama del paro, un sinfín de necesidades». Y surge la pregunta: ¿quién está a la altura de esta necesidad infinita, a la altura del corazón del hombre? La implicación cotidiana con esta realidad de dolor y deseo encarnada en rostros familiares, les ha ayudado a aclarar esta cuestión esencial. «Nuestro objetivo no es gestionar dinero o solucionar los problemas de alimentación (aunque vayamos haciéndolo con creciente eficacia) sino reconocer que Cristo está presente y sabe despertar a la persona con todo su deseo, hasta el punto de liberarla del peso de las coyunturas históricas».

Y así los voluntarios del BdS se han dado cuenta de que están tan necesitados como las familias a las que atienden, que su necesidad es en última instancia la misma. Y esto, lejos de frenarles, ha sido un motor para seguir construyendo.
Es impresionante cómo el espectáculo de esta presencia en el pueblo suscita preguntas y disuelve prejuicios. Ha sido el caso de varios militantes socialistas que tras una primera discusión con los voluntarios que pedían alimentos a la puerta de un supermercado, se han presentado un viernes para hacer la caja con total disponibilidad. O el reconocimiento expreso de once concejales de todos los partidos, que tras una presentación en un Centro cultural salieron diciendo: «Esto es un bien para todos».
Los responsables de los Servicios Sociales, con los que ha crecido no sólo la colaboración sino también la amistad, comentan que las familias atendidas por el BdS «hablan de un abrazo tras otro». Es una buena descripción de lo que sucede: un abrazo que afirma el bien que es la vida, su significado y destino bueno aun dentro de la dureza de las circunstancias.

Mac, un nigeriano que recibió puntualmente los voluntarios del CdS con la caja de alimentos durante dos años, mientras le ayudaban a redactar un currículum y a formalizar sus papeles, encontró por fin trabajo en Badajoz y era tal su agradecimiento que dijo: «Quiero donar todos los meses 20 euros al Banco porque cuando estoy trabajando siempre me vienen a la cabeza vuestras caras. Deseo incluso poder ir los viernes últimos de mes para participar en hacer las cajas y estar con vosotros». O el caso de una familia magrebí que prepara una merienda para agasajar a los voluntarios que le traen la caja (¡que necesitan para comer!) y llama a todos sus vecinos para que participen de su compañía. Otra familia, que finalmente ha conseguido trabajo y ya no necesita la famosa caja, sin embargo pide a los amigos que se la traían que no dejen de ir a verlos.
Sin obedecer a planificación alguna, lo cierto es que durante estos años el radio de esta caridad en acción se ha extendido hasta abarcar a seis municipios del entorno de Villanueva de la Cañada. Y como decía el director de la mancomunidad: «Os agradezco que vengáis a vernos no sólo para contarnos las desgracias que ya conocemos, sino para hacernos ver que en medio de la crisis existe una esperanza». Tan concreta y tan real como los rostros de quienes han experimentado este abrazo.