Padre Piero Gheddo.

Don Gius nos decía: «Tenéis que enamoraros de Cristo»

Stefano Filippi

En vísperas de cumplir los 84 años (y los 60 de sacerdocio), el padre Piero Gheddo está en plena actividad. Libros, conferencias, artículos, viajes, emisiones radiofónicas, blog. Es el misionero italiano más famosos, un hombre que todavía se conmueve al encontrarse con gente que se convierte a la fe cristiana en cualquier parte del mundo. Cuando era un joven sacerdote del PIME (Pontificio Instituto Misionero Exterior) frecuentó asiduamente a don Giussani, y su amistad perduró con el paso de los años. Le envió una postal desde la India pocos días antes de su muerte: había rezado por él y por el movimiento en el santuario mariano más grande de la India, en Velankanni, donde cada año acuden más de cinco millones de peregrinos.

Padre Gheddo, ¿cuando conoció a don Giussani?
A finales de los años cincuenta, entre 1955 y 1958. Recibí la orden sacerdotal en el 53. Entré en contacto con él mediante monseñor Aristide Pirovano, por aquel entonces obispo de la diócesis brasileña de Macapá. Don Gius – ya entonces le llamábamos así – quería mandar a los primeros voluntarios de Gioventù Studentesca para la misión en América Latina y pidió ayuda a aquel obispo del PIME y al doctor Marcello Candia.

¿Qué le impactó de él?
Era un sacerdote impresionante, lleno de pasión. Me invitó a las catequesis que daba en via Statuto, la primera sede del movimiento en Milán. Fui con un hermano del PIME, el padre Giacomo Girardi, gran amigo suyo. Nos fascinó. Giussani era un hombre enamorado de Cristo y no dejaba de repetírnoslo: tenéis que enamoraros de Cristo, él no es un hombre del pasado sino una persona presente, de la que uno se puede enamorar. Nos impresionaba la fuerza de su fe, su insistencia en la presencia de Jesucristo y en el valor de la cultura. La fe que se hace cultura, que no es un hecho privado sino que incide en todos los aspectos de la vida.

¿Aquellas palabras eran algo nuevo para usted?
Gracias a Giussani mi sacerdocio se hizo más pleno y verdadero. Entendámonos, yo estaba bien encaminado. Había sido educado por dos padres que – si Dios quiere – han comenzado su camino a la beatificación, y luego estaba en el PIME. De don Gius aprendí la fe como militancia. Lo repetía siempre: si la fe no cambia ni hace más humana la vida del hombre y de la sociedad, no vale nada. Nos ponía delante, a los chicos y también a nosotros, jóvenes sacerdotes, la belleza de la fe y ante la responsabilidad que supone haber recibido de Dios este don del que todos tienen necesidad. Era un modo vivo, original, apasionante, de entender el ser cristiano.

¿Cómo le ayudó don Giussani?
Yo quería partir a la India pero mis superiores querían que siguiera trabajando en la prensa misionera. Su insistencia en la fe que se hace cultura fue fundamental para las tareas que me fueron confiadas. Para mí fue un baluarte también en el 68, los años de la contestación que tan duramente golpearon a la Iglesia. Don Gius la defendía con vigor. Siempre obedeció – y nos hacía obedecer – al Papa y a los obispos, pero en aquel periodo lo hizo especialmente. Al 68 no le importaba mucho Cristo: Jesús era considerado el primer socialista, una especie de líder revolucionario. Mientras los revolucionarios atacaban a la Iglesia, la presencia física de Cristo, Giussani por el contrario la defendía con todas sus fuerzas. Para mí, que pertenezco a un instituto pontificio, la adhesión de don Gius al Papa hace que le quiera aún más.

Volvieron a verse a menudo durante los años en que el PIME albergó la sede de CL.
En via Mosé Bianchi el instituto había construido un ala nueva y de 1973 a 1993 acogimos a CL, que estaba teniendo dificultades para encontrar una sede dentro de la estructura de la diócesis. Siempre mediante el padre Girardi, cedimos en préstamo la planta tercera completa, 18 locales. Mi despacho estaba justo debajo del de Giussani. El sábado por la tarde tenía la catequesis: nunca había visto nuestros salones tan llenos de gente. Quería mucho a nuestro instituto, nos enviaba a sus jóvenes con vocación misionera. Fueron una treintena los chavales de GS que entraron en el PIME. Recuerdo en particular al gran padre Massimo Cenci, que murió el año pasado y que fue subsecretario de Propaganda Fide, o monseñor Giuliano Frigeni, hoy obispo de Parintins en Brasil».

¿En aquellos años de vecindad en via Mosé Bianchi qué novedad descubrió en don Giussani?
Vi confirmada su apertura a la misión universal de la Iglesia. Eran tiempos difíciles para la presencia cristiana en la sociedad. Giussani promovía con entusiasmo las vigilias misioneras que el padre Girardi organizaba en Milán: se caminaba desde el Castillo Sforzesco hasta el Duomo. La via Dante, escenario habitual de enfrentamientos y pedradas, se convertía en una riada de jóvenes cristianos. Me vienen a la mente las campañas de opinión pública, como una para acoger en Italia a los “boat people” de Vietnam y Camboya o las manifestaciones por la paz en el Líbano. Años después don Giussani me invitaba al Consejo nacional del movimiento, en el instituto Sacro Cuore, cuando quería enviar a alguien a Japón. Asia es un continente difícil, le dije que harían falta al menos veinte años de presencia para empezar a entender algo.

Precisamente usted se encontraba en Asia, en la India concretamente, el día que murió don Giussani.
Sí, estaba visitando a las poblaciones afectadas por el tsunami en los estados del Tamil Nadu y Andhra Pradesh. Me llamó en plena noche italiana el padre Bernardo Cervellera, otro de los que fueron bachilleres y acabaron en el PIME. Días antes había enviado a Giussani una postal desde la ciudad de Chennai, diciéndole que había rezado por él y por Comunión y Liberación en el santuario de la Virgen de Velankanni, la Lourdes india.

¿Cómo valora hoy la herencia de Giussani?
Giussani siempre está presente, veo que es una referencia continua en las catequesis de CL. Recuerdo muy bien cuando nació el Movimiento Popular con Formigoni y Buttiglione: él estaba feliz pero inmediatamente dijo que CL no estaba implicado en aquella iniciativa porque dejaba plena responsabilidad a las personas. Comunión y Liberación, como otros movimientos, es una respuesta del Espíritu a la crisis de fe que sacudió a la Iglesia. La vida y la enseñanza de Giussani deberían hacer reflexionar a la Iglesia italiana y a nosotros, los misioneros, sobre el carisma de cada uno y sobre la fidelidad a nuestra vocación.