Mauro Ferrari.

«Esa entrega tan parecida a la de Enzo»

Chiara Piccinini

Tres años después de su institución, le ha tocado a Mauro Ferrari recibir el premio dedicado a Enzo Piccinini. El primero es un ingeniero que por su dramática historia, tras la muerte de su mujer, empezó a investigar las aplicaciones de la nanotecnología en el ámbito médico. El segundo es un cirujano de Módena que murió en 1999, amigo e “hijo” de don Luigi Giussani, tras una vida dedicada a manos llenas a la Iglesia y al movimiento, hecha de miles de encuentros en toda Italia y en el mundo. El galardón se entregó durante el congreso anual organizado por la Fundación Enzo Piccinini, que este año se ha dedicado a los “Maestros de nuestro tiempo en el ámbito del cuidado, la asistencia y la educación”. La encargada de entregar el premio fue Chiara, hija del médico italiano que da nombre al galardón. Publicamos la carta que ella escribió unos días después del acto.

En las ediciones anteriores no estuve presente. Pero este año mi participación directa se hacía necesaria, pues me pidieron hacer de madrina y entregar personalmente el premio. Ahora, después de unos días, me alegro mucho de haber participado porque ha sido para mí un descubrimiento extraordinario.
La primera gran sorpresa ha sido la dedicación que he visto en las personas que han organizado este evento y que trabajan en la Fundación. En la presentación del congreso, el 25 de enero, el doctor Giorgio Bordin, director sanitario del hospital “Piccole Figlie” de Parma, y el profesor Pierluigi Strippoli, biólogo en la Universidad de Bolonia, explicaron, mediante sus testimonios, por qué se han comprometido tanto en esta iniciativa.

Bordin hizo una presentación que aparentemente no tenía nada que ver con el tema: contó la historia del nacimiento de la máquina fotográfica Leica, a través de un montón de diapositivas y con numerosos detalles. El porqué sólo se hizo evidente al final, y es que el inventor de la cámara Leica – apasionado por la fotografía, pero enfermo de asma e imposibilitado por tanto para llevar a cuestas una máquina fotográfica enorme como las que había a principios del siglo XX – inventó una cámara manejable y fácilmente transportable para poderse dedicar a su actividad preferida. De modo que el motivo que mueve a cada uno de nosotros en todo lo que hacemos es fundamentalmente personal y principalmente para la propia felicidad.

Strippoli, por su parte, habló de su amistad con Enzo. No habló sólo de los momentos en que disfrutaba de su compañía, describió también cómo vivir con él, poniendo en juego toda la vida, le había permitido aventurarse en nuevos ámbitos de investigación y encontrar puntos comunes para trabajar. Gracias a Enzo, Strippoli se sintió acogido y, al comprometerse en su amistad con él, pudo entender para qué sirve el compromiso en el propio trabajo, manteniendo como objetivo la “verdadera utilidad” y no sólo el gusto de la investigación como un fin en sí mismo.

Ambas intervenciones y el compromiso de las personas de la Fundación (Massimo Vincenzi, Silvio Ditella, Sara Stanzani, por citar sólo a algunos) que han trabajado en la puesta en pie de este evento, me permitieron entender por qué este premio se ha asignado a una persona del calibre del profesor Mauro Ferrari, aparentemente tan alejado de nosotros pero en realidad tan cercano. Como él mismo afirmó, si no hubieran estado las extraordinarias personas que habían hablado antes que él y que le hicieron sentirse “en casa”, no habríamos podido «escuchar sus oraciones», sino que nos habría hecho la habitual presentación científica de su trabajo. Ferrari, de hecho, llevaba consigo dos series de diapositivas: una profesional y otra personal. Cuando le tocó hablar eligió la segunda porque sentía que estaba entre amigos.

Cuando empezó a hablar, creo que todos en la sala nos quedamos impactados, porque empezó haciendo un elogio del dolor y una larga oda a la necesidad de este dolor para comprender el amor y la dulzura de Dios con nosotros. Yo no conocía a este hombre, ni su historia, y al principio no entendía por qué había querido citar a su «hermano dolor». Luego, mientras hablaba, entendí su recorrido. Marcado por un hecho personal, dolorosísimo, que le asemeja a Simón de Cirene, como él mismo dijo: se encontró llevando a sus espaldas una cruz que él no había buscado, sin ser un experto en llevarla, sencillamente porque se la pusieron encima. Su fuerza fue la de aceptar este peso y esforzarse en llevarlo del mejor modo posible. Entonces nos enseñó algunas diapositivas de sus investigaciones, de cómo, movido por la idea de poner sus conocimientos sobre nanotecnología al servicio de la medicina, encontró el modo de aumentar la eficacia de los fármacos para el tratamiento de algunos tumores, mediante métodos innovadores que permiten llegar mejor al tejido tumoral y contrastarlo eficazmente. Así es como este profesor, sin sustraerse nunca a su tarea, con todo el sufrimiento físico que supone un trabajo agotador, ha llegado a fundar una nueva disciplina, la nano-medicina, y se ha hecho famoso en todo el mundo.

El profesor Ferrari nos mostró su mundo futuro ideal, donde será posible, mediante el uso de las nanomoléculas, prevenir ya en casa el desarrollo de cualquier tumor. La investigación en este campo es para él una oración, porque este es el modo que Dios le ha dado para relacionarse con Él. La grandeza de este hombre está en haberse entregado en cuerpo y alma a este trabajo, con una entrega que percibo muy parecida a la de Enzo. Ambos han sabido ofrecer su propia vida para el bien propio y el de los demás, con todas sus energías y con todo su corazón.
Este encuentro me impresionó y me escandalizó al mismo tiempo porque me hizo darme cuenta de que hay personas así en el mundo, que se dedican a tareas fascinantes y agotadoras para ser útiles a los demás y, ofreciendo humildemente su trabajo al Altísimo, hacen grandes cosas.

Ahora siento cercano a este hombre. Y le agradezco que haya querido compartir con nosotros media jornada, con todos los compromisos que tiene. Y también estoy agradecida a todos los que han trabajado en la organización del Premio Piccinini, por darme la ocasión de encontrarme con esta persona tan extraordinaria, que espero que Dios nos preserve durante mucho tiempo.