Vittadini: «Elecciones, una ocasión para crecer»

Giorgio Vittadini

La defensa de los principios innegociables, un pluralismo real, la educación de la persona y el valor de las empresas. Son algunos de los puntos sobre los que la política debe trabajar. «Hace falta valorar lo que nace desde abajo» ("Corriere della Sera", 23/01/13)

Querido director,
Especialmente en un momento de crisis, de incertidumbre, de dificultad de la clase política para parecer creíble, la carrera electoral puede representar la ocasión para madurar una mayor conciencia y responsabilidad frente a lo que sucede en nuestro país. Quien – como sucede en una comunidad cristiana – se educa para vivir de un modo profundo su propia humanidad, sus deseos, para confiar, ser libre y solidario, no puede dejar de desear que se afirme cada vez más el valor de toda persona y que todas las energía positivas que anidan en la sociedad, sostenidas por varios ideales, puedan ser liberadas. ¿Qué es lo que puede favorecer esto?

Ante todo, la defensa fundamental de los principios innegociables. Pero no basta. Hace falta también luchar por un pluralismo real, no sólo electoral o partidista, sino cultural y social, garantía de democracia sustancial. De otro modo, para que la educación de la persona en el sentido descrito sea el punto central de la sociedad, es decisivo un sistema educativo que valore el mérito y que al mismo tiempo ofrezca una efectiva igualdad de oportunidades a los más pobres, favoreciendo la libertad de enseñanza, la creatividad de profesores y alumnos, la autonomía de las escuelas públicas y la paridad de las escuelas libres.

Del mismo modo, para que madure y dé fruto la capacidad de nuestros jóvenes, es necesaria una sana competición en el sistema universitario, para que pueda destacar quien hace buena didáctica y buena investigación, quien propone doctorados y máster de calidad, quien es más útil al territorio en el que está situado. En el mundo empresarial, la vía maestra para que el crecimiento vuelve a ganar altura es incentivar a quien genera empleo, invierte, exporta, y desbloquear el mercado de trabajo para que la vida laboral pueda ser más flexible pero no más precaria.

Ciertamente, una acción social verdaderamente libre no puede dejar de ser también solidaria. En este sentido, no se pueden ofrecer como respuestas válidas ni un bienestar estatalista ni un mercado meramente liberal. Hay que redescubrir el valor de las empresas non profit nacidas de las realidades sociales (no es casual que allí donde el bienestar es más subsidiario la sanidad y la asistencia social cuestan menos y son más eficaces).

Lo expuesto hasta el momento no puede considerarse fuera del contexto de nuestra ineluctable pertenencia a la Unión Europea. Por eso es irresponsable censurar los efectos que tiene en la vida de la gente el aumento del spread o el impacto de la deuda pública. Es más, hay que tener el coraje de intervenir en el origen de esta deuda, que es la ineficiencia de la máquina estatal, de la burocracia central y local, de la financiación a espuertas de un cierto ámbito asociativo colateral a la política.
Y, por último pero no menos importante, también hay que recordar que la tutela de la persona necesita una reforma de la justicia que respete los principios constitucionales: la garantía de una efectiva independencia de los tres poderes del Estado, la presunción de inocencia de un imputado y la prisión (¡no preventiva!) con fines redentores.

No es un juego de palabras repetir que un programa en defensa de la persona sólo lo pueden llevar a cabo candidatos creíbles. Rechazamos cualquier juicio previo condenatorio de tipo moralista. Sin embargo, quienes se autoproclaman como jóvenes representantes de una nueva generación política pero sólo vuelven a proponer contenidos viejos, y también quienes ya han gobernado pero sin buenos resultados, deben tener la decencia de dejar espacio a otros.
No nos hacen falta demiurgos viejos o nuevos. Sólo hacen falta formas de gobierno que valoren lo que nace desde abajo, favoreciendo un nuevo desarrollo, centrado en la libertad de las personas y de las formaciones sociales, en una óptica subsidiaria y solidaria.