La manifestación en París.

«Sabemos de dónde venimos»

Alessandra Guerra

La manifestación había empezado varios días antes: en las bocas del metro parisino, grupos de jóvenes repartían manifiestos para invitar a la gente a que participara en la manifestación del domingo 13 de enero de 2013.
Ese día, la larguísima procesión (no se veía ni el principio ni el final) se dio cita acompañada de eslóganes y carritos, jóvenes que cantaban, bailaban y gritaban su deseo de seguir siendo hijos de un padre y una madre. Jóvenes sonrientes, portadores de una certeza que nunca me habría imaginado en ellos. Un grupo de ellos baila al ritmo de Psy, el coreano de moda. Son jóvenes que proceden de todos los niveles sociales, chicos como cualquier otro. Están por todas partes y es emocionante verlos. Todos estos jóvenes, ¿dónde están normalmente? ¿Y por qué se dice que ya no creen en nada, que todo les da igual, ya sea la política o la religión? «Indignaos», les dijo el filósofo Stéphane Hessel en su libro, acusándoles de no reaccionar ante nada. Y aquí están. Dando razones.

Me acerco a dos jovencitas y les pregunto por qué están allí. «Para defender a la familia». ¿Pero qué quiere decir para ti “la familia”? «Lo que hemos recibido es precioso y lo queremos para todos. Un día yo también seré madre y quiero que mis hijos reciban lo que yo he recibido». ¿Y esta ley en qué te lo puede impedir? «Yo soy lo que soy porque sé de dónde vengo. Con esta ley se abre la puerta a la posibilidad de no saber quién me ha generado». Sí, estos jóvenes están indignados porque quieren cambiar su estado civil, quieren eliminar su filiación. Su compromiso es sorprendente y conmovedor. De pronto yo también empiezo a gritar «François, ta loi on n'en veut pas, no queremos tu ley». Lo gritan miles de personas, sin embargo suena como una sola voz. Sin odio, sin tonos agresivos. De hecho, la atmósfera es alegre, a pesar del frío.

También han acudido ancianos y muchas familias con bebés y recién nacidos. Hay carritos por todas partes. Grandes y pequeños no dejan de cantar. «Tous nés d'un homme et d’une femme, todos nacen de un hombre y una mujer»; «François, où est ta maman, où est ton papa, ¿dónde están tu madre y tu padre?». La manifestación ha despertado la creatividad también en las pancartas, que presentan lemas desde los más clásicos a los más ingeniosos: «Touche pas au mariage civil, el matrimonio civil no se toca», «Jospin reviens vite! ils sont devenus fous!, ¡Vuelve, Jospin! ¡Aquí todos están locos!», «Vive le mariage bio-logique, viva el matrimonio bio-lógico».
La policía habla de 350.000 manifestaciones, y los organizadores, de 800.000. Como siempre. «No importa, nosotros estamos aquí y lo sabemos», dice alguien.

Jérôme, un amigo mío, me está esperando en un bordillo leyendo Traces (la edición francesa de Huellas). Un curioso trata de echar una ojeada por detrás de su espalda. Jérôme empieza a hablar con él. Cuando les alcanzo, la discusión es muy viva e interesante. Se unen otras personas y Jérôme termina regalándole la revista con la promesa de volver a charlar para profundizar en la conversación. «La vida es un camino y en este camino se producen encuentros que dejan huellas», le dice.