Un paseo en barca durante las vacaciones.

Vacaciones en Isla Grande

Isabella Alberto

Tres chicos juegan a la pelota en el patio del Centro de Formación de Salvador, en Brasil. Francesco, un universitario italiano que está estudiando aquí; Pequeño, que ya con siete años vendía caramelos en los autobuses; y Brian, que les conoce hace cuatro días. «Me pregunto: ¿cómo es posible que estén juntos? ¿Qué está sucediendo?», cuenta Paola, responsable del Centro: «Y recuerdo la frase del Evangelio: “Volvieron a buscarle al día siguiente”. Esto es el cristianismo, que está sucediendo».
Estos tres chicos volvieron hace poco de unas breves vacaciones juntos en Isla Grande, del 15 al 17 de noviembre. Paola fue la encargada de organizarlas: «Durante el último año me he dado cuenta de que muchos jóvenes, al empezar la vida adulta, se pierden y se separan incluso de la experiencia del movimiento que han encontrado. Propuse estas vacaciones de tres días porque podía ser la ocasión de volver a descubrir la presencia de Cristo, que una presencia física entre todas las demás».

Dos semanas antes de partir, el número de inscritos eran cinco personas. Pero al final fueron 31 amigos que conocían ya la experiencia de CL más 52 nuevos inscritos. «Sucedió el milagro de una compañía imposible entre personas que hasta el día antes eran perfectos desconocidos», dice Paola. Como le pasó a Silvoney: «Nunca habría pensado que me podría hacer amigo de verdad de otros chicos en tan pocos días de convivencia». O Lisandra, a la que le pidieron que ayudara en el servicio de orden. «La frase "los últimos serán los primeros" guió mis vacaciones», cuenta: «Tenía que ser la primera en despertarme y la última en ir a dormir, la primera en ir al comedor y la última en comer». Durante las vacaciones sucede algo que le hace enfadar. «Una noche, durante un momento de fiesta, me di cuenta de que faltaban algunos. Me asaltó una rabia incontrolable. Empecé a juzgarles y llegué a desear que no hubieran ido». Pero luego algo empieza a cambiar: «Estaba enfadada porque quería que todo fuera siempre bello y me fui a dormir pensando en esto. Así me di cuenta de que había algo mucho más grande que esa situación. Era algo que desafiaba a mi propio límite. Cristo me hizo entender que esas personas no eran mías, y que mi mirada no sería atenta, como yo imaginaba al principio, si todo se reducía a salir como yo deseaba».

Las vacaciones alternaron momentos de juego, excursiones, fiesta y testimonios. Entre los jóvenes que contaron su experiencia estaba Francesco. Para Paola, su presencia fue una gran ayuda: «Participó con mucha libertad, sin conocer a nadie los ha conocido a todos, y eso ha generado un clima de apertura y amistad entre los chicos». La presencia de jóvenes de Alagados también fue muy significativa. «Eran los más “mayores” y mostraban el espesor que adquiere la experiencia en el tiempo. Así se lo han podido comunicar a los demás, que proceden de barrios modestos de la ciudad y que tienen una experiencia similar a la que ellos tuvieron».
A la vuelta, muchos dieron las gracias a los organizadores de las vacaciones. Rositália escribe: «Todavía pienso en las vacaciones que hemos pasado en la isla y comprendo que han sido mucho más que buenas. Hoy puedo decir que no he encontrado nada de lo que quería, pero sí todo lo que necesitaba». «Confieso que había imaginado otras actividades, completamente distintas», cuenta Eduardo, «pero los gestos y el modo en que se organizaron me han gustado mucho». Y concluye: «Doy gracias por todo lo que ha sucedido: en primer lugar a Dios, luego a la educadora Milena, a los cocineros, los instructores, el padre y todas las personas presentes...».

Gabriel, al hablar de esos días «que recordaré el resto de mi vida», dice que ha notado algo nuevo: «He hecho cosas que nunca habría pensado hacer, ¡como una gincana! He visto equipos enfrentados que se animaban entre sí, o el vínculo entre personas que apenas se conocían. Y la dedicación y el esfuerzo de todos los que han hecho posible estos días». Y en medio de todo eso, un único descubrimiento: «He aprendido que la vida nos ofrece cosas maravillosas y que para alcanzar la felicidad no bastan los bienes materiales. La vida es como una pequeña semilla, que si la queremos plantar y cultivar crecerá. Con el paso del tiempo, nos pagará con sus mejores frutos».