Un momento de la puesta en escena de Péguy.

Como mínimo, «buscamos la cima del corazón»

Fabrizio Rossi

«Eran las 10:10 de la mañana». Han pasado más de tres años, pero ese miércoles Ricardo empezó su camino, lo recuerda bien. A su lado está Stefano, que se ha dado cuenta de que entre manos tiene «algo único, que ahora me permite ir con la cabeza alta». Unas sillas más allá, Anastasia, que después de haber luchado contra la droga y la anorexia hoy puede decir: «Qué bella es la historia que me ha traído hasta aquí»…
Son algunos de los once jóvenes que han terminado su itinerario en El Imprevisto, la comunidad terapéutica educativa de Pesaro que trabaja con menores en situación de riesgo y drogodependientes. Siete chicos y cuatro chicas protagonizaron la fiesta anual de las “dimisiones” con Silvio Cattarina, fundador y presidente del Imprevisto. El acto empezó con dos pequeños regalos para los cientos de participantes, entre familiares, amigos y autoridades: el tercer canto del Infierno de la Divina Comedia, recitado por las chicas del Tingolo, la comunidad femenina, y un fragmento del Misterio de los Santos Inocentes de Charles Péguy puesto en escena por los chavales.

De la tensión de Dante al anhelo de Dios por que el hombre aprenda a amarle libremente. Son palabras que uno no esperaría oír a alguien que siempre ha buscado la muerte. Como Omar, de 19 años, que se define como «el que menos tiene de todos»: perdió a su madre hace unos años y a su padre no le ha conocido. Sin embargo está en el escenario para testimoniar una certeza: «Sentía que seguramente, también para uno como yo, tenía que tener un gran encuentro. Alguien o algo me esperaba y me quería». Una intuición más potente que las ganas de destruirlo todo, que le acompañan desde que se escapó de casa e ingresó en un centro de salud mental («querían ver si todo estaba en su sitio»). Luego llegó al Imprevisto: «Monté un numerito para irme de allí. Dicio, uno de los responsables, me miró a los ojos y me dijo: “Si te quedas, afrontaremos tu vida juntos”. Acepté: aquellas palabras me llegaron a lo más hondo del corazón». Un camino que se hacía cuesta arriba, sobre todo los primeros meses: «Hasta que vi que allí estaba lo que yo siempre había esperado. Y lo que buscaban también los demás chicos: estábamos allí no por nuestra desgracia, sino por nuestro deseo». El mismo descubrimento que Eugenio, que durante año había «martirizado mi cuerpo, mi corazón y mi familia» con la droga: «En las asambleas oía palabras que siempre había llevado dentro. Esas personas me miraban no por lo que había hecho sino por lo que yo podía ser». O Stefano, que ahora ha vuelto a la universidad con más ganas que antes: «La experiencia de la comunidad no se queda entre esas paredes sino que se ha convertido en mi vida. Yo siempre estaba pensando en una supuesta traición que me estaba volviendo loco. Hoy tengo la conciencia de que he sido adoptado, pero nunca abandonado: sé que hay Alguien que me acepta, a pesar de mis límites y errores». También Tatiana, de 21 años, que encontró en la heroía a «una compañera de viaje»: «Entendí que siempre había tenido a alguien al lado. Y un día decidió presentarse: se llama Dios y me ha querido dar a conocer a algunos de sus amigos mortales entre estas personas…».
Los padres también suben al micrófono y cuentan los altibajos de estos años en que, aunque a distancia, han sido partícipes del cambio de sus hijos. Hasta descubrir «una preferencia, en todos los rostros que han entrado en nuestra vida», como testimonia el padre de Tommaso. Mientras, el de Ricardo no puede ocultar sus lágrimas: «Hemos entendido la importancia de ser padres». Como dice el padre de Carolina: «Nosotros también necesitábamos algo grande».

El camino es el mismo y hay que recorrerlo sin miedo. Así se lo desea el obispo, monseñor Piero Coccia, que quiso saludar a todos personalmente: «Somos llamados a vivir, no a sobrevivir: y eso es posible si uno encuentra a Cristo, como hemos visto hoy». El mismo deseo del cómico Paolo Cevoli, que clausuró la ceremonia resumiendo a su modo las intervenciones: «La vida es una excursión. Como cuando salíamos de pequeños, con la clase, y hasta el pan del día anterior era extraordinario. Porque lo importante es tener una meta». ¿Cuál? «Buscamos la cima del corazón», explica Silvio Cattarina. «No podemos contentarnos con poco, tratar de poner en su sitio sólo los trozos de la persona: queremos subir a la cima de toda la espera del corazón. Esta es la única medida razonable de lo que hacemos. Es el único objetivo».