Bajo los misiles, seguros sólo de Dios

Luca Fiore

«Perdóneme, pero han empezado a sonar las sirenas. ¿Podemos hablar dentro de diez minutos?». El padre Gioele Salvaterra, sacerdote fidei donum de la diócesis italiana de Bolzano-Bressanone, lleva tres años viviendo en Beer Sheeba, capital de Negev, al sur de Israel, a menos de cincuenta kilómetros de la Franja de Gaza. En los últimos días, la ciudad es uno de los objetivos de los proyectiles lanzados por la yihad islámica. Las sirenas anuncian un ataque inminente. En menos de un minuto hay que meterse en el refugio más cercano. Durante la última semana las alarmas son continuas. Tres o cuatro cada día. Tenemos que esperar media hora para que el sacerdote pueda volver a responder nuestra llamada: «Estaba viendo ahora por televisión lo que ha sucedido. Eran seis proyectiles: cuatro han sido interceptados. Uno ha caído fuera de la ciudad, otro en una casa. Pero no ha habido heridos».
En Beer Sheeba se viven momentos de miedo. Las escuelas han cerrado sus puertas. El resto de las actividades continúa, pero el clima es de tensión. «Estamos en la “segunda fase”, es decir, la gente sigue yendo a trabajar. Sin embargo, se desaconseja salir de casa por motivos que no sean necesarios. Y cuando uno sale, hay que mirar bien alrededor para saber dónde está el refugio más cercano».

Los que más sufren esta situación son los niños: «Para ellos esto supone un gran estrés. Cuando vienen a la parroquia, nos cuentan lo que les pasa. Se despiertan por las noches y tienen que despertar a sus hermanos y hermanas para salir corriendo a refugiarse… Los adultos llegan a adquirir un cierto hábito. Después de “Plomo fundido” (la operación del ejército israelí contra Gaza entre los años 2008 y 2009, que comenzó después del lanzamiento de proyectiles sobre Israel, ndr), los ataques nunca llegaron a detenerse del todo. Sin embargo, esto no evita sentir miedo cada vez que suena la sirena. En una ocasión, el año pasado, por razones de seguridad, tuve que celebrar la misa en un sótano: los días previos había caído un misil cerca de la iglesia».

El padre Gioele está en una parroquia latina de lengua hebrea. A la misa dominical asisten entre treinta y cuarenta personas. La mayoría son de la zona, pero también acuden personas que por razones de trabajo se han trasladado a vivir aquí desde Galilea, o inmigrantes procedentes de India o Filipinas. «¿Qué significa ser sacerdote aquí en este momento? Significa escuchar los relatos de las personas. Estar aquí con ellos, sufrir con ellos. No se pueden hacer grandes cosas. No puede detener los misiles». ¿Tiene miedo? «Sí, claro que tengo miedo. Pero yo estoy aquí para compartir esta experiencia. Es importante que la gente sepa que hay alguien con quien pueden hablar de lo que está sucediendo. La fe, para nosotros, es la mayor seguridad. Sabemos que existe la voluntad de Dios. En este sentido, la muerte da menos miedo. Para nosotros significa hacer las cosas de todos los días con una mayor seguridad, con una mayor serenidad. Nuestra seguridad viene de Dios».