El lugar del atentado del 19 de octubre en Beirut.

«El Líbano no quiere otra guerra civil»

Maria Acqua Simi

El pasado 19 de octubre, al final de la mañana, empezaban las carreras por los despachos de las agencias de prensa. Se hablaba de un atentado en Beirut, la capital del Líbano, contra un barrio cristiano. Empezaba también el recuento de muertos (quince), los trabajos para salvar a los heridos y la búsqueda de los responsables. Por la noche, se descubre que el verdadero objetivo del coche bomba era Wissam al-Hassan, el jefe de la inteligencia libanesa, que murió en la explosión. Musulmán sunita, en los últimos meses había frustrado varios atentados contra personalidades influyentes en el ámbito de la religión y la política libanesa, entre ellos el patriarca maronita Bechara Rai. La mañana del 19 de octubre salió a pasear sin escolta, para no llamar la atención. Sabía que estaba en el punto de mira de extremistas, sirios y chiítas. Los sunitas comparten el Gobierno del Líbano con los chiítas (que se reconocen en el único movimiento armado aún presente en el país de los cedros, Hezbollah) y con los cristianos, a los que se ha confiado la presidencia de la República y el mando de las fuerzas armadas.
Este dato no es poco, considerando que este es el único Estado de Oriente Medio donde conviven 18 confesiones religiosas. Por eso no sorprende que el Papa Benedicto XVI lo eligiera hace unas semanas como lugar para firmar el documento del Sínodo de Oriente Medio. Sin embargo, las cuestiones geográficas y políticas siempre han supuesto para el Líbano derramamiento de sangre.
Desde que estalló la crisis siria, Líbano ha intentado mantenerse neutral, pero el hecho de que Assad sea alauita (minoría islámica derivada de la rama chiíta) provocó que se situaran de su lado, en contra de los rebeldes, primero el Irán de Ahmadinejad y luego los milicianos libaneses de Hezbollah, que desde hace meses envían hombres y armamento al otro lado de la frontera. Al-Hassan sabía todo esto y trataba de acabar con ello.
Los cristianos de Beirut, tras el desconcierto inicial, han retomado su vida normal. «Seguimos rezando para que el buen Dios ilumine las mentes de nuestros políticos», dice Fida, una chica de 15 años que participa en un grupo scout de Beirut: «No queremos que venza el miedo y por eso seguimos aquí. Estamos seguros del amor de Dios».

El análisis de Malik
Habib Malik, cristiano, profesor de Ciencias Políticas en la American University de Beirut, hace un análisis político más profundo. «Lo que ha sucedido es terrible. Todos en el Líbano hemos rememorado los atentados de años atrás, que tanto daño hicieron a nuestro pueblo. Claramente, quien está detrás de estos actos violentos trata de provocar disturbios que nos lleven a la inestabilidad de los días de la guerra civil. Pero creo que la mayor parte de la gente y de los líderes libaneses están tratando de evitar que se reabran viejas heridas y que se repita la carnicería de años pasados».
Malik explica que siempre habrá manifestaciones y enfrentamientos, pero que estos deben estar controlados por el ejército. «Difícilmente permitirán que llegue a estallar un conflicto que supondría no poder dar marcha atrás». Un análisis lúcido y también lleno de esperanza. «Debemos ser realistas: asesinatos y venganzas pueden seguir sucediendo en el futuro, y nos espera un camino doloroso. Pero estoy seguro de que no volveremos a los tiempos terribles de la guerra sectaria. Sin duda, para los cristianos particularmente esta situación es más difícil», afirma. «Están trágicamente situados entre dos fuegos: las fuerzas internas del país y las regionales». Se refiere a los sunitas vinculados a los países del Golfo, en lucha perpetua con los chiítas del eje Hezbollah-Irán-Siria. Y a la continua amenaza israelí. También habla de la presencia palestina en el Líbano, con doce campos de refugiados y una población que no dudó en tomar las armas contra israelíes y cristianos en los años ochenta y noventa, convirtiendo al Líbano en terreno sangriento.
Pero desde hace años, parece que la paz ha vuelto a este país, a pesar de los evidentes desequilibrios regionales. Por eso Malik cree ahora firmemente que es el turno de la diplomacia y de la política. «Parece que en las últimas horas se está valorando la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz que conllevaría un cambio de gobierno. Las opciones son: un gobierno de unidad nacional, de transición o tecnocrático con un mandato que mantenga al Líbano neutral y que lo prepare para las próximas elecciones, previstas para la primavera de 2013. El propio primer ministro Mikati podría volver a ser llamado para formar un nuevo gobierno».

Para volver a empezar, la política como vocación
Toda esta confianza en la política, Malik la heredó, como tantos otros, de su padre. Charles Malik, griego ortodoxo, pasó de ser profesor universitario a ministro de Educación en el Líbano, para convertirse después en embajador en Estados Unidos. Trabajó, fue el único de Oriente Medio, en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y tenía muy claro que la política es vocación.
Decía Malik que si la política se concibe al servicio de la fe, aunque no llegues a ver los frutos del trabajo realizado, te permite no caer en personalismos y tener una mirada amplia, atenta al bien común. Decía también que a menudo los planes de Dios son distintos de los nuestros, pero no hay que perder el ánimo. Y que encontrar la propia vocación no significa encontrar la propia comodidad. En el Líbano esto bastaría para volver a empezar.