Alberto Piatti.

«El reconocimiento a cuarenta años de educación»

Niccolò De Carolis

En los años 60, algunos bachilleres de Cesena decidieron partir hacia Zaire (el actual Congo) para testimoniar la experiencia cristiana que habían encontrado. Los amigos que dejaron en Italia, siguiendo la propuesta de don Ezio Casadei, responsable de GS, les apoyaban mediante varias iniciativas de recogida de fondos. Este grupo de “apoyo misionero” creció y decidió adquirir una personalidad jurídica. Nace así, el 27 de septiembre de 1972, la ONG AVSI, que hoy, cuarenta años después, está presente en 37 países del mundo, con 100 proyectos de cooperación al desarrollo y decenas de miles de niños adoptados a distancia. Y precisamente el 27 de septiembre de este año, Deograciuos Droma, un profesor ugandés que trabaja con AVSI, intervino en el Palacio de Cristal de las Naciones Unidas, donde relató su experiencia en el campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenya y Somalia. «Recogemos uva de vides que nos hemos plantado», apunta Alberto Piatti, secretario general de la Fundación: «Nuestro único objetivo es llevar algo que hemos recibido».

Empecemos por el final. ¿Qué ha sentido al ver a Deogracious en la ONU?
Me emocioné al oír pronunciar el nombre de mi amigo y padre don Giussani en la asamblea de las Naciones Unidas. En el fondo, él está en el origen de todo lo que hacemos. La invitación, mediante el ministro Giulio Terzi, ha sido un reconocimiento público del valor de nuestra labor.

¿Qué le impresiona más al que os conoce?
A nosotros nos interesa la dignidad de cada ser humano, antes del hecho de que necesite comida, casa o educación. Me viene a la mente el mensaje de Benedicto XVI para la Pascua de 2009, donde hablaba de la «innata» dignidad de cada persona. Ciertamente, nosotros intervenimos sobre la necesidad particular que emerge, pero nos interesa escavar hasta llegar al corazón de cada hombre.

¿Con qué criterio decidís responder a una necesidad en vez de otra?
Nunca hemos hecho un proyecto sobre la mesa. Siempre hemos tratado de responder a solicitudes de ayuda que nos llegan. A partir de ahí, hemos tratado de verificar la posibilidad real y la utilidad de nuestra intervención, probablemente privilegiando los lugares donde ya estaba presente una comunidad cristiana.

¿Qué pasos ha dado AVSI en estos cuarenta años?
Hemos ido cada vez más al fondo de lo que nos ha movido desde el origen. Y esta profundización avanza paralela a una mejora de las estructuras. Juicio y eficiencia de nuestra obra caminan juntos. También porque desde 1996, año en que comencé a trabajar en AVSI, hemos pasado de cuatro a treinta millones de presupuesto. Ha sido fundamental la ayuda de Julián Carrón.

¿De qué modo os acompaña?
Ha habido tres momentos decisivos. El primero, durante su visita al proyecto Ribeira Azul en Salvador de Bahía. Ante aquella enorme iniciativa, que implicaba a 135.000 personas y del que se ha hablado incluso en el G-8, Carrón nos dijo: «Debemos reconocer el origen, Quién ha permitido realizar todo esto». El segundo en Huachipa, Perú. Llegamos a miles de personas a través de colaboradores que ya conocemos allí, sobre el terreno, pero «qué contenido les damos a estas personas que actúan como intermediarios», nos preguntó Carrón. El último y, tal vez, el más importante fue mientras visitaba las escuelas de Kenya: «Siempre debe prevalecer el sujeto sobre el proyecto», fueron sus palabras. A través de la acción, suscitar los recursos de la persona, su autoconciencia. Todo lo que hacemos tiene como único objetivo hacer protagonista al sujeto. Y después, hay gestos que me ayudan particularmente en mi trabajo.

¿Alguno especialmente?
La campaña de Navidad. Nos permite entrar en contacto con la fisicidad de ese pueblo que queremos expresar. Nos ayuda a reconocer que nuestra obra no es un tótem al que haya que adorar o del que podamos jactarnos. Porque no lo hacemos nosotros.