Protestas contra el film norteamericano sobre Mahoma.

El "pacto" con los árabes: ¿libertad o injerencia?

Pietro Bongiolatti

La Unión Europea y los Estados musulmanes han firmado un documento común. Tras las manifestaciones de las últimas semanas en el mundo islámico, la UE y las tres grandes organizaciones supranacionales de los países árabes (la Conferencia Islámica, la Liga Árabe y la Unión Africana) han emitido una declaración conjunta de condena a la violencia religiosa y a las provocaciones gratuitas. Son temas delicados y que se haya alcanzado una posición común supone un hecho singular. Hablamos con el europarlamentario Mario Mauro.

¿Qué le parece este documento?
Tiene un doble valor positivo: por una parte, una condena a la ofensa del sentimiento religioso, porque la libertad de expresión no significa libertad de ofensa religiosa y étnica; por otra, afirma que nada justifica la reacción violenta que se ha producido. Estas organizaciones son muy diferentes entre sí: las musulmanas tienen un proyecto político antiguo, a años luz del de la Unión Europea. Basta pensar en su visión sobre la pena de muerte o la persona humana. Sin embargo, se ha llegado a una expresión común.

¿Pero qué incidencia tiene esta declaración?
En los países musulmanes, la ortodoxia y el poder van juntos: ser los verdaderos intérpretes del Corán significa tener el control. En años pasados y en situaciones similares, Arabia Saudí, Irán o Pakistán rivalizaban para subirse a la ola de las protestas y ser reconocidos como los más ortodoxos, es decir, como los países-guía del islam. Ahora, sin embargo, estos países, miembros de la Liga Árabe, de la Conferencia Islámica o de la Unión Africana, se han vinculado a este pronunciamiento. Eso es lo que está sucediendo. He oído a muchos políticos que se definen islámicos y que están tomando distancias respecto a los que guían a las masas.

Se ven entonces signos de esperanza, aunque el camino será largo, y no sólo en los estados islámicos.
También en Europa hay que convertir el diálogo religioso en práctica política. Hay que fundar las bases para la coexistencia pacífica con los 15 millones de musulmanes que ya viven en el seno de la Unión Europea. Para ello hay que entender el fenómeno religioso, no basta una política improvisada de signo laicista. Basta ver cómo se ha movido el gobierno francés estos días: ha sido fiel a su historia de férreo laicismo, permitiendo que el semanario Charlie Hebdo publicara las viñetas ofensivas sobre Mahoma. Pero en los días siguientes, había un gran malestar, se dieron cuenta de que es un problema de convivencia civil, no de libertad de expresión. La sociedad no puede fundamentarse sobre la ofensa del sentimiento religiosos.

Hay quien ha visto en esta declaración la cesión por parte de Europa ante una exigencia islámica, casi como un primer paso hacia la sharía.
No es así. Resulta difícil creer que Europa ignore en un documento su propia laicidad, cuando habitualmente presume de ella con orgullo. Si así fuera, sería el signo de la inconsistencia europea.

Entonces, ¿Europa ha encontrado a interlocutores creíbles?
Sí, también gracias a la Primavera árabe, un fenómeno que se manipula mucho, pero que implica que algo se mueve. Túnez es un ejemplo de ello: el cambio empezó aquí, y después las elecciones las ganaron los islamistas. Sin embargo, precisamente ese gobierno se ha posicionado estos días en contra de las protestas violentas. Un hecho que habla por sí solo es que en Bengasi treinta mil manifestantes se reunieron para expulsar de la ciudad al grupo extremista vinculado a Al Qaeda que asesinó a Christofer Stevens, el embajador norteamericano. No son posiciones de convivencia, ni por miedo a la reacción norteamericana o recortes en las ayudas: es un cambio cultural.