«No es el odio lo que me hará justicia»

Benedetta Consonni

16 de enero de 2009, 16.45 horas. Es el día y la hora en que el cañón de un carro armado israelí mató a las tres hijas y a una nieta de Izzeldin Abuelaish, médico palestino autor del libro Non odierò (No odiaré). «En aquel momento me dije: esta tragedia debe ser la última», afirma Abuelaish.
Ha relatado en el Meeting la historia de su vida en la Franja de Gaza, una vida probada por un intenso sufrimiento, pero iluminada por la fe y la esperanza. «Abuelaish es un ejemplo extraordinario de testimonio de paz», dijo Robi Ronza al presentarle durante el encuentro dedicado al ciclo “La vida: exigencia de felicidad”. Abuelaish nació en un campo de refugiados en Gaza y con esfuerzo consiguió alcanzar su sueño de convertirse en médico y llegó, siendo el única caso, a trabajar en un hospital israelí, en la especialidad de ginecología. «Mi sueño era ser médico y creo que en la vida nada es imposible, lo único imposible es hacer que mis hijas vuelvan a la tierra», cuenta Izzeldin.
La dolorosa pérdida le marcó, pero no le hizo tomar el camino fácil del odio. De joven, durante un verano Abuelaish trabajó en un campo de trabajo hebreo donde forjó relaciones positivas y pacíficas. Allí nació su decisión de dedicar su vida a estrechar las relaciones entre palestinos e israelíes en busca del diálogo. Enseñó a sus seis hijos a defender la paz y a no renunciar a su humanidad. Luego dio comienzo la prueba. «El 16 de septiembre de 2008 a las 16.45 murió mi mujer. Creí que era el fin del mundo, siempre he creído que los hijos tenían derecho a ser criados por su propia madre», dice.
Tras la pérdida de su mujer, su hija mayor, de 20 años, se hizo cargo de la casa para que su padre pudiera seguir trabajando. Sólo seis meses después la casa familiar fue bombardeada: cuatro personas murieron, tres hijas de Abuelaish y una de sus nietas. La orden de alto el juego llegaría un día después. Sin embargo, Abuelaish no se detiene en el dolor. «Era el momento de defender la vida de todos. Nadie debe ser asesinado por defender su propia libertad y nadie es libre si no lo son también los demás. Mi abuela decía siempre que la vida es lo que nosotros hacemos de ella. Por tanto, somos nosotros los que damos forma a la vida y a nuestro futuro. Estoy seguro de que un día me reencontraré con mis hijas asesinadas, y quiero poder decirles que se ha resuelto aquello que causó su derramamiento de sangre. Los instrumentos para resolver la situación no son los proyectiles, sino la sabiduría, la gentileza y los buenos actos. Las palabras son mucho más potentes que los proyectiles».
Eligió el camino de las palabras y escribió un libro sobre su vida para ofrecer esperanza a otros. «Después de lo que sucedió, se esperaba de mí que odiase, pero no es el odio lo que me hará justicia. El odio es un veneno que destruye a las personas que lo prueban. Si odiara a los que asesinaron a mis hijas estaría destruido. Debemos oponernos al odio, no echar la culpa a los demás, sino asumir nuestra responsabilidad. Debemos preguntarnos: ¿qué puedo hacer para que algo cambie? La mejor arma de destrucción masiva es el odio en nuestras almas».
Otra hija de Abuelaish resultó gravemente herida durante el bombardeo y, durante los cuatro meses que estuvo en el hospital israelí donde trabajaba su padre, pudo sentir la cercanía de amigos y compañeros. Otra pequeña victoria contra el odio. «La vida me ha enseñado que hay tres enemigos: la arrogancia, la ignorancia y la codicia. Nos odiamos porque no nos conocemos y, en la medida en que sigamos sin conocernos, seguiremos odiándonos. Conocer significa manifestar respeto y comprensión. Hacen falta justicia y verdad», dice Abuelaish.
¿Cómo le ha sido posible no odiar? «Me ha sostenido la fe», repite hasta tres veces. «La fe para mí es la vida, es lo que queda cuando todo lo demás se va, es la luz en la oscuridad que nos muestra el camino. Todos tenemos fe, cualquiera que sea, también los ateos creen en algo. Yo creo en Dios, que nos ha creado. La fe es el vínculo entre Dios y yo», explica el palestino, de fe musulmana. «Creo que todo está en manos de Dios y nosotros los hombres somos instrumentos suyos. Todo en la vida es para algo y eso es el proyecto de Dios. Cuando más vivo la fe, más cerca estoy de Dios y más satisfecho y protegido estoy. Cuando tenemos que afrontar una dificultad, Dios, que conoce nuestras capacidades, nos manda una prueba que nuestras fuerzas no pueden soportar».
La pasión por la fe y la vida le hizo hacer grandes cosas. Ahora Abuelaish vive en Canadá y da clase de salud pública en la Universidad de Toronto. Se ha especializado en los problemas de esterilidad femenina para ayudar a las mujeres a cumplir su deseo de ser madres. «Cada vez que, después del parto, entrego el recién nacido a su mamá es para mí un momento de gran felicidad. El llanto del bebé nada más nacer es un llanto de esperanza». Las madres, y las mujeres en general, según el ginecólogo palestino, deben ser apoyadas y valoradas. Tanto que ha creado la Fundación Daughters for Life, en memoria de sus hijas, para favorecer la educación de las mujeres en Oriente Medio, que este año ha entregado 50 becas a chicas palestinas, israelíes, jordanas y libanesas. «Sin mi mujer y mis hijas, no estaría aquí. En toda sociedad, la figura más importante es la femenina, porque las mujeres mantienen viva su esperanza. Yo soy optimista y estoy llena de esperanza».
Una esperanza que contagia al Meeting: «He venido aquí porque creo que podéis difundir este mensaje». El libro de Izzeldin Abuelaish está traducido a 17 idiomas, entre ellas el árabe y el hebreo, que el autor habla perfectamente. El próximo 11 de septiembre se representará en el Teatro Nacional Israelí la adaptación realizada por una compañía palestino-israelí.